Detener/La marcha
Por esta vez, yo no marché. Razones de fuerza mayor. Pero fui de los que dijeron “yuta hija de puta” cuando me enteré. Y me aterrorizó escuchar que se hablaba de razzia, y me aterrorizó el parecido de estas prácticas policiales con las prácticas oscuras de los tiempos más oscuros de nuestra Historia. No pude pero hubiera marchado, y claro que marcharía y, definitivamente, marcharé cada vez. Pero el no haberlo hecho, y el estar quieta, más exactamente, detenida, durante las marchas, abrió una pregunta sobre la relación entre marchar y estar/ quedar detenido.
Súbitamente, la sensación de que ahí había un síntoma: las detenciones fueron la evidencia de las marchas. Su prueba, su manifestación. El último día, al final del día, para que las tres marchas efectivamente hubieran sucedido, y computaran como suceso, tuvo que haber detenidos. Desde una perspectiva lógica, sin detenidos no hay marcha. Lo que se mueve debe recortarse de algún modo para ser percibido. En rigor, si todo se mueve, nada se mueve. Ahí, el 8 de Marzo, las detenciones aparecieron como el retorno violento de lo reprimido. Lo reprimido en tanto trauma histórico (no vemos que todavía somos aquellos) y lo reprimido de sus implicancias en la actualidad (no vemos que ya somos otros). Pero entonces, en oposición a la pregunta sobre lo que las marchas manifiestan, aparece una nueva pregunta acerca de qué es lo que reprimen. ¿Será que las marchas vienen a ocultar una detención/impotencia generalizada, que finalmente pasa al acto con el obrar arbitrario y violento de la metropolitana? ¿Será que la única forma de enterarnos de que estamos tan quietos es con la literalización de nuestra inmovilidad mediante una detención impuesta y real? ¿Y si con las marchas estuviéramos desviando el hecho vergonzoso de que no hacemos paro general?
Cuando uno no para, lo paran. Es ley. O ponemos nuestro propio límite, o el límite nos viene desde fuera, de las peores maneras imaginables. Hay que poner un límite de forma urgente a nuestra capacidad de tolerar las violaciones sistemáticas del gobierno macrista. Un límite urgente a nuestra capacidad de soportar el atropello cotidiano de sus políticas de devastación. Un límite a nuestra inacción sobre la que el desenlace de las marchas enciende una luz roja. No estoy sugiriendo que nuestro soportar sea voluntario, ni subestimo la disparidad de nuestras fuerzas respecto a aquellas a las que nos enfrentamos. Pero no puede ser negado que las detenciones del 8M vienen a demostrarnos que si marchamos es porque no paramos. Porque no paramos todos, porque la parcialidad y sectorización de los paros los volvió poco peligrosos. Y que, en contraposición a la hipótesis que sostiene que nos detienen porque nos temen, nos detienen porque pueden. Nos detienen y nos sigue deteniendo justamente porque no hicimos nada que ponga en serio riesgo la estructura. Porque el ejercicio perverso del poder, por naturaleza, no es el que castiga a quien no cumple la ley, sino a quien lo hace. Si nos golpean y nos detienen incluso cuando no hicimos nada que atente contra lo instituido en forma radical, entonces, hagámoslo. Es hora de parar de verdad.
Parar para que no nos paren. Es hora de pararnos para pararlos. Porque si no paramos todos, las marchas se vuelven slogans publicitarios, con su reverso exacto de patadas y golpes y abusos policiales. Y sus efectos se vuelven equívocos, cuestionables por parte los discursos desacreditadores de la lucha popular. Porque por cada foto subida en facebook en la que aparezca el gozo de marchar habrá una víctima de la violencia policial en la calle. Por cada rostro y cada cuerpo estetizado de la lucha habrá un rostro y un cuerpo deformado por las fuerzas represoras. Porque los que no pararon acusaron a los que pararon de no querer trabajar. Y esas acusaciones se reprodujeron, y en los medios, y en las redes, por cada imagen de banderas hubo un comentario descalificador sobre los que pararon y marcharon. Porque a cada virtual le llegará inevitablemente su actual. Y por cada canto habrá un llanto. Y nos lamentaremos y diremos “yuta hija de puta”, pero no los pararemos. Así no los vamos a parar. A estas alturas las sensibilidades compañeras (es decir, las únicas) objetarán que la marcha es un modo de resistencia, y un gesto de empoderamiento popular, y que gracias a ellas se consiguió frenar algunas medidas abusivas del gobierno, y así preservar derechos, fuentes de trabajo, vidas; e incluso tacharán de posmoderno el sólo intento de cuestionar la marcha, y sus objeciones serán tan válidas y tan pertinentes que habrá que aclarar de antemano que en un mundo posible (y deseable) marchar y parar no se excluyen mutuamente. Compañeros, pagamos los costos de marchar tanto como pagaremos los de parar. No se nos eximirá de eso jamás. Siempre pagaremos, cuando menos, con palazos en la espalda los costos de ser pueblo (de querer ser pueblo, de serlo a propósito, de convertirnos en Pueblo) pero llegó la hora de preguntarse qué costos pagarán ellos. Porque las sensibilidades compañeras son aquellas con las que (fervor más, fervor menos) se puede compartir una pregunta, pero las insensibilidades enemigas (sí, ecos de Perón, pero también hablo del enemigo en sentido benjaminiano, como aquel que no ha dejado de vencer) sólo tienen respuestas. Y está bien que el costo de nuestras preguntas lo paguemos nosotros, pero no puede seguir siendo que el precio de sus respuestas lo paguemos nosotros también. No puede seguir siendo. Tiene que parar. Independientemente de las fechas y de las particularidades de las reivindicaciones de cada sector, el que marcha es el trabajador. Porque el trabajador marcha cada día de su vida. Ser el trabajador es ser el que marcha. Por eso lo que pasa cuando es él quien se detiene lo vuelve y se vuelve extraordinario. Se vuelve un salto cualitativo, una transformación, un momento de toma conciencia sin retorno: cuando el trabajador para, todo para. No se trata de no marchar, se trata de hacer de la marcha una metáfora, una de esas que redefinen los términos para siempre. Hagamos de la marcha la figura invertida de la calma que antecede la tormenta. Hagamos PARO GENERAL.
* Docente UBA-IUNA
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).