Llamado a Pablo Iglesias, por Gastón Fabian
Por Gastón Fabian
1- La abrumadora victoria de la derecha franquista en Madrid ha puesto de relieve la colosal crisis política que atraviesan las formaciones de izquierda en España y, por qué no, también en Europa. Señal inequívoca de dicha desorientación fue el sorpresivo y televisado “retiro” de Pablo Iglesias, quien sintiéndose el “chivo expiatorio” que los enemigos de la democracia utilizan para arremeter contra ella, tomó la insólita decisión de abandonar la política partidaria e institucional para, tal vez, volver a dar clases en la universidad o dedicarse al “periodismo crítico”. Sin embargo, hay algo todavía peor que esta claudicación increíble. Algo todavía más derrotista. Es el hecho de que los y las militantes que lo acompañaban, en lugar de esforzarse por revertir el curso de los acontecimientos, simplemente le agradecieran por los servicios prestados y “que pase el que sigue”. De repente, los compañeros y compañeras “valen por lo que miden” y un deterioro o una parálisis electoral obliga a renovaciones bruscas de los elencos dirigenciales. Es cierto que la popularidad es una cosa volátil y de duración fugaz, que no resiste dos tormentas continuas. Pero una construcción que se fija demasiado en las encuestas e incluso en los conteos de votos, no puede más que llamarse endeble. Las coyunturas agitadas y tempestuosas hacen que las pasiones-y, con frecuencia, las malas pasiones- conquisten los pensamientos y los corazones de los hombres y mujeres. Mas ello no significa que el centro de gravedad pase por ahí y menos habilita a sacar la apresurada conclusión de que un dirigente con una imagen en declive (¿no es toda imagen artificial?) se encuentre forzado a alejarse del ruedo, por aceptar la impresión generalizada de que es un estorbo. La reacción del “gracias y hasta luego”, venga de donde venga, es profundamente antipolítica. Nuestro deber, en cambio, es exigirle a Pablo Iglesias que siga militando orgánicamente.
2- Puede entenderse el desgaste, el miedo o la decepción. Pero una caída, por más dolorosa que sea, no es el fin del juego. Como escribió alguna vez en tono lacaniano Alain Badiou: “fracaso es ceder”. Para los pueblos, la organización militante será siempre la mejor opción para luchar contra la adversidad. En un discurso muy famoso, Max Weber dijo que “la política consiste en un esfuerzo tenaz y enérgico por taladrar tablas de madera dura”. Como el tebano Epaminondas (uno de los personajes favoritos de Juan Domingo Perón), tenemos que actuar bien donde nos toque. En cualquier caso, nuestra larga marcha, nuestra caminata de largo aliento, nos demanda una disciplina, una perseverancia, una tenacidad, una paciencia que no debemos comprometer o negociar por motivo de una seguidilla de traspiés. Cuando nos pesa la responsabilidad, cuando sentimos que hemos dado todo y que aun así no nos valoran, cuando el enemigo nos hace creer que ya no servimos para nada, entonces hay que rematar como Beckett: debo continuar, no puedo continuar, continuaré. ¿De qué sirve, si no, toda la experiencia que acumulamos y que es nuestra responsabilidad legar a otros y otras? ¿Dejaremos que una batalla perdida abata nuestro estado de ánimo? ¿Acaso no hubo peores reveses en la historia, golpes más duros y consecuencias más irremontables? ¿Y no existieron también militantes que no se quebraron, que se repusieron, que salieron enteros y que enfrentaron la calamidad con altura? ¿Qué va a pensar Lula da Silva, que padeció el revanchismo, la persecución judicial y la cárcel, mientras su compañera le era arrebatada y Bolsonaro destruía su país? ¿Y Evo Morales y Álvaro García Linera, quienes luego de sufrir el exilio lograron conquistar, gracias a la lucha del pueblo, el tan anhelado retorno a la patria? Ni hablar de los miles y miles de héroes anónimos que, pese a ser tratados como la “escoria de la tierra” o la “basura del mundo” (palabras con las que un viejo militante, también de nombre Pablo, definía la condición de los apóstoles), jamás bajaron los brazos. El otro día, apenas se perdieron unas elecciones. Los republicanos españoles defendieron Madrid de las tropas franquistas hasta el último aliento y, con todo en contra, gritaron “¡no pasarán!” Por suerte, apareció Podemos para levantar sus banderas y recoger su gloriosa herencia. Pablo Iglesias no debería traicionar la fidelidad que lo llevó a ser lo que es.
3-La crisis política en la que se encuentra sumergido Podemos y, con él, toda la izquierda europea, es fundamentalmente una crisis teórica. Confiados en las posibilidades abiertas por el momento populista, no repararon en que ese momento populista, tarde o temprano, se les volvería en contra. Para empezar, tenemos la inaudita capitulación de Alexis Tsipras, que en la hora culmine de la victoria, cuando el pueblo griego se manifestó masivamente en favor de la soberanía y en rechazo a los condicionamientos de la Troika, demostró no saber qué hacer con semejante apoyo. Le faltaba un programa (y una ética) sostenible en el tiempo. Un programa que, evidentemente, no era capaz de desprender de las muchas demandas que entonces se hacían oír. En distinto grado, lo mismo le sucedió a Podemos. Pensaron que gobernar era satisfacer demandas, sin calcular que las demandas, además de nunca terminar de saciarse, resultaban capaces de demandar cualquier cosa. Pablo Iglesias construyó su representación a partir del fenómeno de los Indignados. Pero hoy los Indignados son los que votan el negacionismo de Isabel Díaz Ayuso o la ira desmedida de Vox. La falta de imaginación y el agotamiento de los recursos habituales llevaron al líder de Podemos a invocar la legendaria épica del Frente Popular como dique de contención ante la avanzada del fascismo. Mas no se puede resolver la crisis teórica con apelaciones anacrónicas. Porque ya no se trata de “construir pueblo”, sino de darle al pueblo un contenido, una cualidad distintiva. La apresurada renuncia de Iglesias es una consecuencia necesaria de su encapsulamiento dentro del marco acotado que habilita la hipótesis populista. O, en otras palabras, es la expresión de la fase de reflujo, cuando la izquierda entra en la desesperación de observar cómo la “gente” persigue deseos indeseables. Ni bien se presenta la encrucijada, el populismo de izquierda, preso de su formalismo, no sabe qué hacer. Solo le queda esperar a que la lógica de la demanda vuelva a coincidir con sus pretensiones, en un círculo sin salida.
4-Por lo tanto, no hay que ceder a la tentación de pensar que Íñigo Errejón y Más Madrid le han encontrado el “agujero al mate”. Que los votos de izquierdas cambien de depositario no significa ningún salto teórico radical. El cisma de Vistalegre II representó, en rigor, una confrontación entre dos variantes de la misma hipótesis populista. De hecho, Errejón se fue acusando a la dirección de su antiguo partido (de la que él formaba parte) de que no eran lo suficientemente populistas y que se hallaban atrapados en un vetusto sectarismo de izquierda. Ambos grupos, sin embargo, convalidaron un desplazamiento del antagonismo de Laclau (nombrando como enemigos a la “casta” o la “trama”) al agonismo de Mouffe (aceptando las reglas del juego parlamentario una vez terminado el bipartidismo), es decir, una baja en la intensidad del conflicto para lograr convocar a otros sectores sociales. Que Errejón se inclinara por una agenda más progresista, frente a la filiación eurocomunista de Iglesias (con su afán por lo nacional-popular), no pasa de una cuestión táctica. En la estrategia, por el contrario, los dos se quedaron sin horizonte. Una cosa es confiar en el pueblo (en su capacidad de transformación) y otra muy diferente creer que la verdad reside en sus innumerables y variopintas demandas (las cuales, en realidad, no son demandas de “un” pueblo, sino fragmentos dispersados por la ideología del capitalismo y sus medios de diseminación, penetración y colonización). La apuesta de Errejón por la guerra de posiciones (contra el impulso inaugural de Podemos-del que Errejón fue autor- de querer “tomar el cielo por asalto”) no está correctamente planteada. Si estuviera correctamente planteada, Errejón tendría que sentarse a hablar con Iglesias y asumir su responsabilidad por haber atentado contra la unidad del partido luego de perder una interna (lo que es tan cuestionable como renunciar después de salir derrotado en una elección local). Podemos se vio dinamitado por la falta de un marco teórico acorde a la nueva situación. Y donde fracasa la unidad de concepción (que es el triunfo de la conducción), comienza el reino del ego. Contra ese ego hay que rebelarse. Contra ese ego hay que tender puentes y reconstruir la unidad. Contra ese ego hay que militar todos y militar todas. Contra ese ego, en fin, debemos elaborar una propuesta teórica atrevida y osada, que se ocupe más de potenciar nuestra fuerza y menos de contener la ofensiva del enemigo. Porque la ofensiva del enemigo, en definitiva, es el síntoma de nuestra propia crisis irresuelta.
5-Que el pánico y el desánimo generalizados que hoy sufre la izquierda se expresen por medio de la renuncia de Pablo Iglesias a seguir militando orgánicamente nos revela tanto el problema como la solución. Quizá haya que buscar en el enunciado contrario, en la prescripción “hay que militar”, el programa que nos hace falta para salir del atolladero y colocarnos en la vía adecuada. ¿En qué se basa el fascismo? En el miedo al otro. Ese miedo al otro se vuelve posible gracias al individualismo neoliberal, recrudecido en las crisis. ¿En qué se basa la militancia? En la confianza en el otro militante. Es obvio que dentro de una formación política debe discutirse qué conviene en determinadas circunstancias. Las candidaturas, en tal sentido, son ocasionales, transitorias y fabricadas repentinamente en el terreno dispuesto por el enemigo, donde no podemos sentirnos del todo cómodos. Cuando está en juego la vocación militante, en cambio, los errores de cálculo, la mala lectura de la realidad y los patinazos estratégicos pasan a segundo plano. Urge, primero, seguir militando. Un tema es definir quién conduce en X momento y en X lugar, para acompañar y fortalecer. Otro tema, muy distinto, es creer que todo lo bueno y todo lo malo proceden de uno. En definitiva, militamos porque otros militan y para que otros militen, no para reconfortar nuestro ego o la autopercepción que tenemos de nosotros mismos. El “yo” es lo secundario, no nuestra militancia. Dejarse conducir por otros compañeros o compañeras no equivale a dejarlos solos cuando las “papas queman”. Es verdad que no hay imprescindibles (o se cuentan con los dedos de una mano), pero tampoco hay nadie prescindible, nadie que no necesitemos que esté militando al lado nuestro. La militancia, en ese sentido, es la responsabilidad por la responsabilidad del otro. Los compañeros y compañeras de Pablo Iglesias son responsables por su responsabilidad. También nosotros y nosotras lo somos. No es gratuito que Pablo Iglesias, tan demonizado por la derecha española, haga lo que esta le pide a gritos. El mensaje para la militancia es enteramente desesperanzador. Es una derrota mucho peor que la derrota de Madrid. Mucho más profunda y largoplacista.
6-Acá nos dirigimos directamente a vos, compañero. Ni eras el Mesías cuando renunciaste a la vicepresidencia para competir en Madrid ni te transformaste ahora en un lastre por no lograr traccionar los votos de izquierda o de aquellas personas asustadas por la amenaza del fascismo. La tarea es permanente. No se toma vacaciones ni caduca frente a los resultados adversos. Queremos comunicarte que no te aceptamos la renuncia. Y si esa no fue tu intención, sería bueno que lo aclares, que te rectifiques. Porque el mensaje tiene que ser otro. Tiene que ser militante. No podemos solicitarle a los demás que vivan una vida no-individual, que den su tiempo a la militancia, si luego, ante un paso en falso, nos volvemos a nuestras casas. Pablo: vos no sos dueño de tu decisión de renunciar. Ya no te pertenece. Podrías renunciar a tus máximas responsabilidades sin abandonar la militancia, cuya responsabilidad no es coyuntural sino absoluta. Podrías renunciar a tus cargos y dejarte conducir por Yolanda Diaz, por Irene Montero, incluso por Íñigo Errejón. ¿No sería eso mucho más útil para el conjunto que irte a tu casa, o a la universidad, o a la televisión? Nadie desconfía de tu buena voluntad y predisposición para arriesgar el pellejo en el complicado escenario madrileño. No pretendemos, tampoco, juzgar tus desaciertos. Lo inadmisible para nosotros y nosotras es que dejes de militar. Es lo fácil, lo cómodo, pero lo estratégicamente catastrófico. Aquí en Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, luego de ser dos veces presidenta, fue candidata a senadora nacional por la Provincia de Buenos Aires con el fin de frenar el ajuste macrista (así como vos quisiste detener el fascismo en Madrid, Pablo) y lanzar una nueva fuerza política. Quedó segunda. Los grandes medios de comunicación festejaban y anunciaban su “esperada jubilación” e incluso su “encarcelamiento inmediato”. También estuvieron los oportunistas que la acusaron de “chivo expiatorio”. Pero ella no se retiró. No nos dejó con una militante menos, con un cuadro político menos. Aquella noche, bien tarde, Cristina habló en Sarandí. La militancia se movilizó masivamente para escucharla, en un clima de mucha incertidumbre y desazón, con llantos y abrazos consoladores. Entonces, “imprudente” e “intempestiva” (como lo es la militancia), desafió el signo de los tiempos: “Acá no se acaba nada. Acá empieza todo”.
Te esperamos con los brazos abiertos, compañero.