Las mujeres con discapacidad también existimos, por Liliana Urruti
Por Liliana Urruti
* Por decisión de la autora, el artículo utiliza lenguaje inclusivo
El 8 de marzo es un día para la reflexión, un día para pensarnos a nosotras misma y en relación con el otre. Es un día donde se deberían visibilizar todas las problemáticas que suponen afectan, incuben, representan a las mujeres y a las disidencias. Y también a las mujeres con discapacidad.
Estamos en una sociedad no binaria. Ya no podemos hablar de mujeres y hombres. Entre esos dos polos de definición hay una multiplicidad de otras posibilidades. La autopercepción sexual no es una palabra de moda. Como tampoco lo es el lenguaje inclusivo. Las cosas existen en cuanto son nombradas por eso no es lo mismo decir “amigo”, que se refiere a un amigue de sexo masculino, que decir “amiga”, que se refiere a un amigue de sexo femenino. Algunos atacan el lenguaje inclusivo respaldándose por los dichos de la Real Academia Española (RAE). Yo les sugiero leer a Ferdinan Seassure. El teórico nos habla de una lengua que fluye, no estática, y del valor que adquieren las palabras de acuerdo al lugar en que se hallan, por ejemplo, en una oración.
Pero hay algo más a considerar, la lengua de cada pueblo, sus dialectos, sus idiolectos y sociolectos. Pero además las intervenciones que hace la literatura poniendo en práctica nuevas formas de construcción de palabras y de artefactos narrativos (como es el caso de un libro de María Negroni, que les recomiendo, El corazón del Daño). Todo es válido porque además del arte la complejidad social admite, como si se tratara de un mar, oleajes, vaivenes, el artístico movimiento de los juncos. Arte, sociología, historia intentan constantemente que sepamos quiénes somos, y hacia a dónde nos interesa dirigimos, nombrándonos de diferentes maneras. Lo importante es nombrarnos. El significado y el significante de las palabras.
Lo mismo que con el lenguaje ocurre con la autopercepción, el deseo, las formas de autodefinición. Y no hay que olvidar las nuevas tecnologías, o los avances y retrocesos en los que está inmiscuida la humanidad. En un mundo en las que las personas deben adaptarse a una pandemia, a la degradación del planeta o a una guerra, en un mismo instante, y a pensar, que en un futuro, no muy lejano, su soledad terminará cuando pueda acceder a robot que sea capaz de mantener una conversación con contenido y profundidad similar a las charlas entre los humanos, los desclasados, ignorados, menospreciados, discriminados, no nominados, tienen asegurada la muerte prematura.
Todo está en discusión, menos que todo esté en discusión. Todo está sujeto a cambios a evoluciones y retrocesos. De lo único de lo que no se habla, que no va ni para atrás ni para adelante, ni es empujado por el viento en la inmensidad de nuestros vastos campos argentinos, es de la discapacidad y, muchos menos, de las mujeres con discapacidad.
Tengo una noticia de último momento, las mujeres con discapacidad existen. Y, por si fuera poco, tenemos necesidades laborales, afectivas, sexuales, sociales. Sí, laborales, afectivas. Sexuales, sociales, aunque ustedes no lo crean. Y llega el 8 de marzo y no nos nombran. Aclaro que, durante los trescientos sesenta y cuatro días restantes, tampoco.
Supongo que quienes estén leyendo eso no ignoran que dentro del colectivo de la discapacidad hay mujeres feministas y otras que no lo son. Hay mujeres que lucharon por el aborto legal, seguro y gratuito y también hay pañuelos celestes. Déjenme aportarles otra novedad, también quedamos embarazadas, tenemos parejas o no las tenemos porque nos abandonan o abandonamos o se separan de nosotras o nos separamos; tenemos hijos o decidimos no tenerlos, y lloramos por amor, en muchas oportunidades, como también otros lloran por nosotras. Y también nos matan y violentan. Porque en la sociedad patriarcal lo que no discrimina es en el asesinato de mujeres
Las mujeres con discapacidad tenemos deseos, algunos sexuales. Somos muchas las profesionales, por lo que suena extraño que cuando se abren los concursos a planta permanente en el Estado nos ofrecen la última letra del escalafón. Los puestos profesionales solo son para los que no tienen discapacidad, lo que supone un doble incumplimiento con el “techo de cristal”, del que habla la Ley Micaela, no tenemos acceso a igual trabajo igual remuneración y menos a puestos de dirección. No solo debemos afirmarnos en nuestro reclamo por “igual trabajo igual remuneración” sino a nuestro derecho a competir con los que no tienen una discapacida .
Estos días anteriores al 8M en los que vemos convocar por las radios, los canales de TV y las publicaciones escritas a formar parte de la lucha, se habla del cupo del 1% en el colectivo LGTBYQ, pero ni se menciona al 4% en el Estado Nacional y al 5% en el Estado Municipal de CABA, propiciado, solicitado, en la Convención por los Derechos de las Personas con Discapacidad. Reitero en otras palabras, las mujeres con discapacidad no solo cargamos con la sentencia de ser mujeres sino también con la de la discapacidad.
Alguien sabe, por ejemplo, que no hay ropa. Que muchas mujeres usan dispositivos de asistencia y los pantalones, vestidos o polleras, les quedan grandes en un lado del cuerpo, y chicos en otros. O que para usar valva los zapatos deben ser, si la limitación es en los miembros inferiores, dos números más en un pie que en el otro. Saben que muchas mujeres con discapacidad no tienen donde apoyarse a la hora de subir a una camilla para ser examinadas ginecológicamente, o le tomen una muestra para el Papanicolau, o que carecen de las ayudas necesarias, cuando no pueden pararse por sus propios medios, ante un mamógrafo. No se sabe porque no se dice. No solo no se dice se omite, se calla, se invisibiliza.
Y a pesar de todo ello, somos parte de los que vamos a pagar una deuda mal habida contraída por gente mal habida, que nos discute en la cara con palabras de enorme pobreza intelectual, y con mentiras, por qué debemos pagarle la fiesta y la fuga. A pesar de esa mirada ellos tampoco nunca nos nombraron. Gente con contradicciones varias que contaba con personas con discapacidad en su gabinete. Me refiero a Gabriela Michetti. Es más, algunos PCDs hasta fueron echados, de sus puestos en el Estado, por una mujer con discapacidad. Mauricio Macri decía cuando presentó el Plan Nacional de Discapacidad 2017-2019, “si nosotros realmente logramos impulsar” ese programa “vamos a demostrar una madurez, un crecimiento como comunidad que vence los miedos” El programa establecía “la búsqueda activa de diferentes perfiles profesionales y a unificar un manual de buenas prácticas.”
Y continuaba: “En el empleo privado, impulsa el re empadronamiento en el registro de postulantes y el diseño de acciones de fomento de talleres protegidos de producción y trabajo. Promueve, además, el desarrollo de infraestructura accesible en la ciudad y en el campo, y que se garantice la existencia de medios de transporte inclusivos, fomentando la interconexión federal. En tanto, hace hincapié en la integración digital para lograr igualdad de oportunidades a través del acceso universal a la información.” Entre otras consideraciones “literarias de ficción” del plan dejaron un libro de quejas imaginario, por si alguien quisiera levantar alguna también imaginaria.
Pero hay algo más todavía, y es la violencia. La violencia en las calles, en los taxis, en los restaurantes cuando tienen que justificar por qué no hay un baño para nosotras, y si lo tienen, lo usan todos los comensales tengan o no dos piernas para subir escaleras. Al destrato sufrido por las barreras sociales impuestas se le adiciona el de ser mujer. No hay estadísticas confiables, pero la violencia intrafamiliar, sea por maltrato, o por asesinato, o intento de asesinato, son corrientes. Mujeres dejadas en hospitales, en geriátricos, violentadas para quedarse con sus bienes, declaradas insanas.
Si la noticia llegara a Ferdinan Seassure seguramente se horrorizaría al enterarse que no se nos nombra y que por más que discapacidad esté al lado de la palabra “feministas”, no se le puede adjudicar ningún “valor”.