La república del precariado
Ana vive en un barrio popular de Santiago del Estero, tiene cinco hijos y gasta 12 mil pesos por día para darles de comer. Si Ana se corre de ese monto fijo de dinero, su economía se vuelve más frágil. Digámoslo claro: no es una cantidad de dinero que solucione las cuatro comidas diarias que recomiendan los nutricionistas, es para zafar del hambre. En este último mes los $150 pesos de boleto que pagaban los hijos de Ana para ir a la escuela se convirtieron en $680. Ahora utiliza 60 mil pesos por mes solo para que ellos puedan ir a estudiar. Además se suma otro gasto: la canasta escolar. Comprar útiles le cuesta 500 mil pesos que no tiene y por eso desde el barrio armaron una colecta popular para juntar cuadernos, lápices, lapiceras, hojas. Ana cree que la situación no da para más, pero no todas las personas piensan como ella.
Un mozo que trabaja de noche en un bar dice que hay que esperar, un albañil que ha tenido que dejar de comprar pastillas para el dolor de una mala praxis en su cuerpo dice que la gente se malacostumbra a que le den las cosas, un chofer de transporte que ha reducido su frecuencia de entregas dice que ahora se paga lo que se tenía que pagar, una trabajadora estatal con un contrato precario tiene Panic Show como tono de su teléfono, un militante peronista dice que el gobierno no da para más y le pone fecha de vencimiento, una pastelera dice que tuvo que reducir las horas de sus trabajadoras porque no está vendiendo tortas, una señora de un comedor barrial dice que no alcanzan a cubrir las comidas diarias para las familias, un ex funcionario que se enriqueció durante estos años dice que los políticos son delincuentes.
Hace más de diez años fuimos un país con una economía en crecimiento, con el salario mínimo más alto de Latinoamérica, con la jubilación más alta, con una clase media duplicada en su cantidad, con una industria en desarrollo, con problemas económicos que podían solucionarse ajustando algunas variables. Ahora los pibes dicen en sus canciones que quieren una vida económica buena y estable que no conocieron, ¿qué pasó?
“Muchos ya no saben cómo serán sus vidas mañana”, dice la crónica periodística de un diario alemán que relata la tragedia Argentina. La duda es ese pensamiento que aparece de manera recurrente mientras la vida sigue y uno tiene que proyectar a corto y mediano plazo algunas cosas como para no ser devorado por las noticias y el aire enviciado de rabia que entra por la ventana. Pagar la luz, trabajar, cenar con tus padres, festejar un cumpleaños, prepararte el desayuno, ver una película con tu pareja, pagar el alquiler, no pagar el alquiler, dejar de comprar esa marca de café, viajar en colectivo todos los días, cargar nafta, no poder pagar la luz. Eso que pasa entre decreto y decreto. A veces escuchar decir: “otros la pasan peor”, ver a esos otros que la pasan peor y no sentir que eso sea motivo de ánimo. Ver cada vez más de esos otros que la pasan peor en el semáforo, en la vereda de los bares, en la plaza, en las escalinatas de un banco, y no ser capaz de sentir cuánto pesan sus brazos al final del día y los de sus familias y cuánto valen sus ambiciones perdidas en las planillas de un Excel.
“La gente”, esa muletilla televisiva, estuvo en la calle desde el primer día para protestar contra las políticas de ajuste del gobierno. Vale destacar tres momentos: los primeros cacerolazos de diciembre en los días previos a navidad, el paro general del 24 de enero y la movilización masiva del 8M. Lo que vino después fue menos organizado. Paros desprolijos, anunciados de un día para otro, sin tiempo para mover voluntades en los lugares de trabajo cada vez más quietos y fracturados. Estamos a la espera de que pase algo extraordinario que nos saque de una realidad que no concebimos. Sale otro comunicado más para repudiar el horror. La democracia de las instituciones convertida en una contienda de descalificaciones, convertida en el reino de los individuos, ¿cuánta elasticidad soporta?
Lauren Berlant, que publicó el libro El Optimismo Cruel en el 2011, desarrolla el concepto de la situación en el tiempo histórico presente. “Una situación es una perturbación, un género sensorial de suspensión animada, no de animación suspendida. Tiene un punctum, como una fotografía; nos obliga a prestar atención, a interesarnos por los posibles cambios de lo corriente. Cuando la situación se despliega, las personas intentan mantenerse dentro de ella hasta descifrar cómo adaptarse”, explica. El libro de Berlant se publicó en 2011 pero a nuestro país llegó en 2020 bajo el sello de Caja Negra. Cuatro años antes de esta pesadilla.
Berlant decía en 2011 que estamos ante una nueva clase global: El Precariado. Esos somos nosotros. Se entiende que hablamos de esas personas que, haciendo números en sus finanzas, encontraban islas de bienestar en el marco de una economía inestable. Esa persona hoy es alguien a quien se le ha degradado la vida social, laboral y política. Tener un empleo registrado ya no garantiza llegar a fin de mes y el sueño perdido del ascenso social ha sido reemplazado por la timba virtual de los casinos online, las criptomonedas y las cuentas de OnlyFans. Cuando el Estado no ofrece oportunidades, las inventa el mercado. “Cada uno tiene una idea de felicidad, pero el dinero es lo que tenemos en común” le decía Bannister al personaje de Orson Welles en La Dama de Shangai. Hablar de plata es fácil. Hay algo ahí, diría Rebord. El empantanamiento de las oportunidades y el astillamiento de los consensos básicos de la democracia pone al revés el entorno y se alteran las sociedades que apenas contienen a esos individuos nunca tan individuales, nunca tan desconectados, nunca tan sueltos. No hay algo que los aglutine porque todo se ha roto o muchos quieren que se termine de romper para que venga otra cosa.
Dice Berlant que esa clase compuesta por sujetos "relativamente privilegiados comienzan a vivir ahora la misma vida afectiva de aquellos que nunca contaron con seguridad económica o institucional". Dice Berlant: "las clases gerenciales del occidente industrializado se han visto forzadas a ingresar en una nueva fase histórica", que incluye la disolución de nuestras vidas como las conocíamos y la desintegración de sus horizontes de posibilidad en beneficio del capitalismo más salvaje, el anarcocapitalismo. Cuando Milei replica que el capitalismo es un sistema formidable porque nos permite vivir en un mundo moderno y tecnologizado con mayores recursos que un peón de la Edad Media, omite decir algo que viene estudiando Thomas Piketty hace años: la desigualdad es política, es una decisión. Habrá que determinar qué grado de desigualdad tolera cada sociedad. El capitalismo ha cumplido con su promesa productiva pero no con su promesa distributiva. Eso genera más riqueza para el empresariado, menos para nosotros.
Hace unas semanas el periodista Iván Schargrodsky publicó en su newsletter parte de un informe de la consultora PxQ dirigida por Emmanuel Álvarez Agis. Este trabajo mostraba que el 69% del déficit fiscal del país es responsabilidad de las clases altas y el empresariado argentino. Por ejemplo: las exenciones impositivas que favorecen a Mercado Libre alcanzarían a cubrir los gastos de funcionamiento que hoy no pueden afrontar las universidades, pero al gobierno no le interesa acomodar esa variable.
La singularidad de Milei está en que su plan de gobierno de ajuste y desmantelamiento del Estado todavía es bancado por un porcentaje amplio de la población. Según la consultora Explanans (una de las que predijo la amplia victoria del libertario en noviembre), el 94% de las personas consultadas afirman que volverían a votarlo. Todavía no sabemos qué hacer ante eso, es la realidad. Hasta ahora solo hemos respondido agresiones a las apuradas, como se puede. La oposición es un archipiélago dirigencial, cada tanto alguien levanta la cabeza para decir “esto no” y entre nosotros apenas podemos elaborar pequeños grupos catárticos para seguir adelante. No queremos conversar con algunos sectores porque nuestra brújula moral a veces no lo permite. Se ha retorcido nuestro pragmatismo político. Hemos perdido una porción significativa de la batalla cultural pero no es una derrota, lo difícil es discutir modelos cuando todos gritan dentro de una casa que se incendia. Entiendo que en ese sentido la carta de Cristina escrita en febrero trató de ordenar la conversación en materia de sistema tributario, reforma laboral y salud. Una manera de retomar una agenda que hoy pertenece únicamente a la derecha.
El otro día leí un texto de Juan Di Loreto en Revista Panamá que terminaba así: "Hay mucho por entender todavía de lo que está pasando. Sin entender, por más que parezca algo contemplativo o que no hacemos nada, no puede surgir una “buena” acción política. Porque allá, a lo largo del tiempo, vendrá la nueva política, la que nace con dolor, que es el único nacimiento posible.”