A 40 años del secuestro, asesinato y desaparición de Rodolfo Walsh
Por Fabiana Montenegro
La escena comienza así. Clase de literatura en un quinto año del conurbano. Los chicos leen Operación masacre.
La profesora les cuenta que fue ahí, en la intersección de las avenidas Entre Ríos y San Juan, donde Walsh -luego de dejar la Carta Abierta que firmó y envió por correo desde la estación de Constitución- fue emboscado por las fuerzas represivas del Estado. Apenas llevaba una pistola chica para defenderse, dice.
¿No era escritor?, pregunta uno de esos pibes que “tienen que caer” en la escuela pública.
Sí.
¿Y por qué tenía un arma?
El comentario del pibe no es menor. Incomoda. Señala con el dedo la mampostería de un intento por reconstruir una historia “políticamente correcta”.
En el libro Rodolfo Walsh. Los años montoneros (Cuadernos de Sudestada), Hugo Montero e Ignacio Portela explican que los trabajos biográficos sobre el escritor suelen rescatar su obra literaria, el riguroso oficio periodístico y su compromiso intelectual, pero trastabillan, pierden consistencia al momento de narrar su etapa militante, en particular, los años en que asumió el proyecto revolucionario de la organización Montoneros, como si esos años significaran una incómoda escala en el relato.
Cómo explicar, entonces, Walsh en la guerrilla. Cómo “comprender esos tiempos urgentes, atravesados por la militancia y el combate cotidiano”.
Para Montero y Portela, hay un intento de edulcorar su figura, como si se quisiera mantenerlo a salvo de los errores de sus propios compañeros de lucha. Pero, “al encorsetarlo, también lo separan de las virtudes de esa misma generación, de la marca solidaria, valiente y rebelde de otros tantos que como él, eligieron el camino de las armas para enfrentar a un enemigo poderoso en busca de un suelo colectivo”.
Esta semana, en que se cumplen 40 años del secuestro, asesinato y desaparición de Rodolfo Walsh y también 40 años desde que está circulando la Carta Abierta sería interesante volver a su vida llena de pliegues potentes y complejos. Porque, casi como un presagio, el mismo Walsh advirtió: “si yo muriera mañana una parte de mi vida –esa parte de mi vida- podría parecer insensata y ser reclamada por algunos que desprecio e ignorada por otros a los que podría amar. (…) lo que importa es el proceso que ha pasado por mí, la historia de cómo yo cambié y cambiaron los demás y cambió el país”.
Y es en este punto, en el tránsito vertiginoso que transforma a Walsh de escritor de policiales en guerrillero, en el que el libro de Montero y Portela se detiene: ¿por qué, si no era peronista y recelaba profundamente de su líder, Walsh elige militar en una organización peronista y subordinarse –además- a una conducción verticalista? ¿Qué fue lo que lo acercó al peronismo? ¿Cómo influyeron los vínculos, las amistades que fue haciendo con militantes del peronismo de Base, en su decisión? ¿Cuál fue su rol dentro de Montoneros?
Lejos de una mirada mistificadora o sacrificial de su figura, Rodolfo Walsh. Los años montoneros se propone indagar en cuáles fueron las decisiones políticas, las motivaciones militantes y afectivas que determinaron la historia de un hombre atravesado por su tiempo, que no eludió el compromiso que la realidad le demandaba, que no dudó en sumarse a un proyecto revolucionario, para empezar de nuevo, cada vez. “Negar esta etapa es falsear la historia, es construir un Walsh conveniente y flexible para los análisis cuadriculados de un pasado que fue, justamente, lo opuesto”.