“The Calamaro Files”: la honestidad brutal de poner en duda la genialidad del Salmón
Por Dani Mundo
“aunque me traten de reventado y egoísta”
Después de un par años sin poder irme de vacaciones se me ocurre llevarme para leer el libro a estrenar de Martín Pérez: The Calamaro Files, donde compila las notas de sus 25 años de relación con Andrés Calamaro. Toda una vida. Desde ya aviso que no va a ser el libro que elija cuando la sociedad me abandone en una isla desierta. Pérez lo anuncia en el prólogo: a veces se repite. No tiene nada de malo repetirse. Recopila artículos escritos en diferentes momentos, cada uno viene en el libro con su fecha de publicación —al libro también lo integra un capítulo de “músicos invitados”, notas sobre personajes del “Universo Calamaro”, que le dan densidad y color. Lo lindo de comprar el libro es que me desliga de tener que quedar bien con el autor o el editor, que es lo que pasa cuando te mandan un ejemplar de “prensa”. Acá cagaste, ya no hacés crítica de nada sino publicidad encubierta.
En este sentido, lo que más me gustó del libro de Pérez son los pasajes de confesión brutal en los que duda de la genialidad de Andrés (con razón) y en los que repite el comentario con el que el mundo roquero lo condenó desde casi sus inicios: un carilindo de rima fácil. Para bien y para mal, en el libro prevalece el amor antes que el rechazo. Bien por Pérez.
Es cierto, tiene la rima fácil. A veces me da vergüenza escucharlo, como si yo tuviera algo que ver con su poética. ¿Vergüenza ajena? ¿O envidia? Si me preguntaran, respondería que no me gusta Calamaro. Todo su personaje me molesta. Su forma de actuar. Su manera de hablar. Verlo en recitales en vivo me regocija por su pobreza de lenguaje y sus comentarios vacíos de sentido. El suceso del famoso “porrito” de hecho no le podía caer tan bien a otro como a Andrés, él, que se la pasaba alardeando de sus años de descontrol. En fin. A veces pienso si esos años no serán los responsables de haberle quemado la neurona que tenía antes de entrar en el siniestro mundo de la droga. Otras veces pienso que en realidad el problema radica en que desde muy chico se habían puesto sobre él demasiadas expectativas —iba a ser uno de los referentes del campo del rock, y de hecho lo es—, que liquidaron al personaje. Cuando lo veo joven en algún recital de los Abuelos o de Charly, allá por la lejana década del 80, se perfila la incapacidad de Andrés para hacerse cargo de ese lugar de referente de rock en el que le gustaría ubicarse —en el que está. Ahora bien, podemos discutir largo y tendido lo que implica ser un referente del rock en una sociedad exitista como la nuestra. De hecho, me impresiona a mí mismo darme cuenta de la cantidad de canciones que conozco de Calamaro, y que muchas veces me encuentro cantando a los gritos mientras me ducho. No es ninguna novedad decir que son pegadizas. El problema con Calamaro tal vez sea un problema conmigo mismo, que no me gusta que me guste esa forma de ser canchera y esa poética sin metáforas que tiene Andrés para moverse por el mundo.
Enumeraré un par de datos que me impactaron del libro: todas las veces que Calamaro amenazó o lagrimeó que iba a dejar de ser artista. Un montón. Yo le creí siempre a Calamaro: no es fácil soportar el personaje si no se tiene el talento suficiente. “Pero, dejate de embromar, Dani Mundo”: no podés dudar de que Calamaro tenga talento si de hecho es uno de los personajes más importantes de la escena musical local, que en un acto de locura o soberbia o genialidad sacó un disco quíntuple cuando el dispositivo de cd estaba desapareciendo. ¿Quién va a ser capaz de escucharlo? ¿Cómo podría escuchárselo? Ya con eso alcanza. ¿Alcanza? Qué se yo. El otro dato que me impactó es la necesidad que, aparentemente, tiene Andrés en ser reconocido por sus pares. Da la sensación de que no cree mucho en sí mismo, a pesar de su egocentrismo —o su aparente egocentrismo. De hecho, el libro me hizo preguntarme si un roquero debe ponerse contento cuando lo reconocen, o en cambio debe alegrarse cuando la sociedad lo estigmatiza y rechaza. Pero la música y la letra de Andrés no buscan enfrentar a nuestra sociedad. En fin, no lo tengo claro. ¿El roquero no tendría que estar en contra de esta sociedad mercantil y putrefacta en la que vivimos? Esta sociedad que nos explota a base goces envasados y amores furtivos.
Somos explotados, todos, parece decir subliminalmente el libro de Martín: la cuestión es cómo vamos a modular esa explotación. Músicos, periodistas, públicos, todos. Explotados. Hay diferentes personalidades: el avaro y el codicioso responden al mismo Dios, el dinero. Hay que llegar al éxito. Después podemos preguntarnos qué implica el éxito en nuestra sociedad. Esto no significa que uno no quiera ser exitoso ni que no se interrogue sobre las formas de vida que se eligen. En una sociedad que festeja el espectáculo y el conformismo generalizado tal vez se trate de pasar lo más desapercibido posible, o chocar de frente. Después de cada canción el público aplaude, que ritual más extraño. ¿El público de rock es capaz de percibir una nota desafinada? ¿De qué estamos hablando? En este sentido, el libro de Pérez es imprescindible: te lleva a interrogarte sobre tus principios, desde una posición, la de Calamaro, que deja bastante que desear. La rima fácil tiene su costo.