Carpintería de lo sensible y lo absurdo en las fotografías de Iara Luna Bor
Sol Zurita es editora en Lluvia Dorada. Co-fundó Editorial Mutanta. Publicó los poemarios: Llamada perdida (Ausencia ed. 2017); Talismán (2015); Apetito Voraz (Antología, Profundo ed.,2016). Co-dirigió Violencia Love (2020), actúo en Sad3, Corsario (Perrone), y co-guionó junto a Perrone "Solo qu3r3mos un poco de amor" (2024). Su ensayo "Lo poético como arma contra las narrativas del mundo" se publicó en Áspera revista (2024), el poema "Chau, mundo" fue seleccionado para la convocatoria "Trampa" en Revista Besada (2025) y un ensayo sobre Viel Temperley "Un beso entre el nadador y dios" en la revista Salió Mal (2025). Actualmente organiza junto a Sol Narvaez el ciclo "Es el humo de este poema que me hace llorar" en Berlín. AGENCIA PACO URONDO comparte un ensayo breve acerca de las fotografías de Iara Luna Bor, a quién entrevistó para el suplemento cultural.
Devenir agua
Si una tuviera que disfrazarse para entrar en las fotografías de Iara Luna Bor, tendría que usar la máscara del agua. Una materia blanda y un estado líquido del cuerpo es la mejor guía para dejarse moldear por lo sensible y dejarse seducir por estas obras. Un ir y venir entre lo íntimo, lo sagrado de la práctica de lo profanatorio, y los mundos posibles. El agua es horizontal, transformable, adaptable a una palangana o a un planeta, tiene cualidad de arrastre y toma distancia con lo verticalista. Se serpentea en el abismo y revela su forma, su fondo, sus pliegues, pero también revela una imagen distorsionada de la realidad, riéndose de ella.
A primera vista podemos ver un desorden de las cosas. Cosas que pertenecen a nuestro mundo pero que están puestas en otro, y están puestas en ese otro mundo para volver a resignificar el nuestro y para resignificarse a ellas mismas. Aldo Pellegrini, poeta y ensayista descifra este juego: “El objeto elegido puede ser cualquiera, lo esencial está en el espectador que lo sacude, que arranca su máscara inmóvil y descubre su camino infinito; entonces el objeto se entrega a la imaginación en un sometimiento que aspira a ser fecundado. Así, de objeto común se convierte en extraordinario y lo cotidiano deja paso a lo insólito.
Estas características fueron las que sorprendieron como más llamativas a los primeros investigadores de lo maravilloso; por ello se le confundió con lo sobrenatural; pero lo maravilloso quiere ser lo verdaderamente natural, por oposición a la realidad convencional que es tan sólo lo falsamente natural. La conquista de lo maravilloso se convierte en definitiva en la conquista de la realidad, pero de la realidad absoluta y última.”(1949) Lo maravilloso, entonces, sucede a través de lo cotidiano, de su transformación. ¿Y qué hay más cotidiano que el cuerpo o que los objetos que nos rodean o las manos que hacen del mundo una carpintería sensible? En las fotografías que tratamos (o que nos tratan a nosotras), es profanada la reina forma y el rey cuerpo. Es desordenado el aparente lugar de las cosas con un beso monstruoso y maleable que vomita sobre el mundo o sobre el cuerpo “un amado espacio de revelaciones” (Pizarnik, 1990, p.237).
¿Y qué nos revela?: lejos de la “hegemonía de una interpretación” (2021), como le llama Raquel Bada al vicio destructivo de la definición, trayéndonos a Sontag, nos revela la invitación misma a dejarnos conmover. Este “desorden” en los mundos de las fotografías, nos enfrentan: ¿hasta dónde puede un corazón dejarse llevar enfrente de una foto?, ¿hasta dónde somos capaces de sumergirnos sin tratar de definirnos?, ¿en qué agua nos convertiremos para recorrerlas? ¿Acaso no podría preguntar eso una canilla que reemplaza el lugar de una boca?, ¿hasta qué palabra puede abrirse esa canilla?
Si nos sumergimos en la primer serie publicada de nuestra fotógrafa: “Conatus”, podríamos decir que son trece fotografías que algo tienen que ver con ese esfuerzo del que habla Spinoza, lo que quiere preservar en el ser, una especie de guerra entre la criatura que somos o queremos ser y de la que estaremos cada vez más lejos si descuidamos esa potencia o dejamos de hacer crecer la posibilidad de perseverancia. En principio diríamos que el personaje principal de “Conatus” es el cuerpo.
El cuerpo y sus mutaciones, sus afectaciones, sus multiplicidades. Sin embargo, hay una fuerte marca en protagonizar las relaciones entre el cuerpo y los elementos cotidianos, esas ramas, flores, hojas, hilos, sin dejar de lado estas cualidades del cuerpo y su espíritu de elemento poético. Pero si una se atreve a mucho más, podríamos entrar a una dimensión que intenta disolver las distancias entre los aparentemente “diversos” mundos. El cuidado del color traza un hilo que une las fotografías de la serie y los fondos oscuros o resquebrajados exponen más estas uniones. Este cuerpo metamorfoseado, a su vez, este cuerpo-cosa, constantemente está anunciando su distancia con lo normal: descansa entre lo que parecieran pelotitas de árboles amarillentas, como si estuviesen hechas de su tamaño. También se manifiesta en un nido como quien entra a un mundo, y, en otra foto, lo vemos mutante con sus cuatro brazos. La cara, siempre aparece en fragmentos o no aparece, como una identidad cuestionada, con hilos que salen de ella como filamentos de otros reinos o como una forma de cuestionar lo que nos identifica.
También podemos verla transformada o metida en una fila de cuadros, larga como una trompa, aumentando ese gesto. Podríamos rescatar que se manifiesta lo vital en medio de las sombras. Si seguimos el recorrido, el cuerpo-cosa colgado en una especie de trenzado, también nos lleva a lo monstruoso. El cuerpo además es una especie de danza, se multiplica, se retrata en múltiples movimientos que generan un recorrido en un teatro de polleras rojas que a la vez son como el telón: el teatro es el cuerpo, la danza y la guerra que es el conatus, o esa resistencia. El teatro también es el mundo. El mundo, el lugar al que sea que viajemos relacionándonos con las fotos, y su apuesta, podría ser “imaginario” pero con los materiales de lo real. Quienes miramos, también somos elementos de lo real que se ven transformados al transitar las fotos. A su vez, esta frontera entre “lo imaginario” y “lo real” queda borroneada por la presencia y propuesta misma de estos mundos posibles que abrazan las criaturas como amuleto.
![Iara Luna Bor](/sites/www.agenciapacourondo.com.ar/files/styles/destacado/public/2025-02/Sin%20t%C3%ADtulo-2.jpg?itok=S_7WSs9u)
Devenimos agua para recorrer las fotografías porque también hay una hidratación en lo vegetal que en tres de las fotos está reclamando su lugar. Y su lugar es el interior o un viaje hacia ahí. Lo vegetal es un órgano más, como el órgano de la piel. De hecho, podemos espiar en el interior de las piernas, justo encima de las rodillas: adentro de la piel hay un comienzo de jardín que crece en la oscuridad, no hay venas. Lo mismo sucede en la foto en la que los tallos de dos hojas salen de los omóplatos: no solo hay una intimidad que sale a la superficie, sino también una transformación. Y hay transformación porque en la misma serie podemos ver al cuerpo en movimiento, pero sin ser habitado por el mundo vegetal. Hay una intención de ir hacia la simbiosis de los mundos, como si el cuerpo humano, las cosas y lo vegetal pertenecieran al mismo reino y esta declaración ridiculizara las categorías.
Siguiendo la línea desalineada del surrealismo o lo absurdo podemos encontrarnos que una manera de llegar a lo que de nosotras no se ve, es decir, al inconsciente, es por azar. El azar siempre está presente en los objetos que elegimos como nuestros, en los que están en nuestra casa. Esos elementos cotidianos hablan de una identificación y sobre todo de una no identificación con lo que no elegimos. Todo habla de nosotras mismas, de nuestros rincones misteriosos, de nuestros sueños. Pellegrini sigue tejiendo en esta línea: “El azar nos acecha a cada paso, pero sólo cuando el espíritu está preparado para reconocerlo, aparece el hecho maravilloso y desde entonces el mundo se transforma”.
Es decir, Iara Luna Bor, en sus fotos, nos da la posibilidad de transitar este mundo con el éxtasis de la experiencia de una metamorfosis propia, la fuerza radica en que cada quien puede transformar el chorro de agua que entramos siendo en un río, en tsunami, en agua de abismo, agua de cataratas, vapor, agua del fondo de la tierra, lluvia en un cuenquito olvidado, escupidas, lágrimas de árbol o agua hidratante del bosque interior. Parece un ejercicio en espiral, entrar y salir de las obras es como volver a nuestro cuerpo, pero más cerca de nosotras mismas. Una experiencia con lo místico en la que el espectador participa y es devorado por lo monstruoso de estos mundos para ver reflejada su propia monstruosidad y abrazarse o repelerse una vez devenido criatura.
Después de todo, entrar a los abismos propios y reírse de ellos, con una técnica minuciosa tanto en lo escenográfico como en la edición de cada pieza, es ser enemiga de la pereza, y, sobre todo, enemiga de la obediencia a un disciplinamiento de turno de las épocas. Así, las obras que nos empujan hacia nuestros abismos regalándonos una metamorfosis, resisten al arte propagandístico y se manosean con las pasiones del goce, esas que están con un puño en alto contra todo pronóstico, insistiendo con el grito de lo vital frente a la zombificación del mundo y de las identificaciones.
Por eso, las fotografías mismas son como el agua: no solo dan vida al mundo, sino que revelan nuestro propio fondo. Y, además, hacen el ejercicio de erosionarnos (si no lo estábamos ya), deformando nuestras ideas estáticas de las cosas, y las ideas de cómo debería hacerse una foto, nuestros cementerios, nuestro cuerpo y develan estas deformaciones como la verdadera forma que baila y hace bailar. Como la poesía, a través del ritmo y el tono, es capaz de robarle al mundo sus palabras llenas de significados y dotarlas de otros sentidos para conmovernos, las fotografías presentes actúan igual a través de la forma y la luz. Es un acto de fe, compromiso e insistencia en la fusión de lo escultórico con lo fotográfico: ahí también está lo criaturesco parodiando los usos de las cosas, el cuerpo, el mundo.