Chape y pico: los nuevos afectos juveniles
Para Nina, la más amable.
1.
En las fiestas para adolescentes, un varón o una chica pueden dar entre 1 y n cantidad de besos en una matinée.
Hay dos rituales que regulan este tipo de intercambio afectivo: el chape y el pico.
El pico es un pico y me voy, a veces como respuesta a un pedido, a veces a cambio de un chupetín —el/la que solicita el pico puede ser chico o chica, aquí hay igualdad, pero en unos renglones veremos que esta igualdad de arranque no dura mucho.
Si el otro acepta el famoso y viejo Pico-dulce, ese chupetín retorcido y multicolor extra azucarado, la devolución o el costo es un piquito: los labios se chocan en un velocísimo fragmento de segundo, y se pasa a otra cosa —en estas fiestas, hay que aclararlo, se llama baile a lo que visto desde afuera tiene bastante del antiguo frenesí del pogo.
El chape, a diferencia del pico, es más largo, e implica diversos comportamientos preestablecidos (cuando chapa, las manos de la chica pueden ir a la espalda o a la cara de él; las manos del chico, en cambio, van a la espalda o la cola de la chica, más específicamente pellizcando apenas la nalga).
El chape implica, además, un beso propiamente dicho, que puede ser con o sin lengua. En verdad, ese beso, mejor dicho: ese chape, ya no es un beso tal como yo (y posiblemente vos) entiendas que es un beso. ¿Por qué? Básicamente porque es un beso sin afecto, lo que para un hombre de mi edad es una contradicción en sus términos.
2.
Hablando con un amigo pediatra compartíamos la preocupación por cierto automatismo en los vínculos adolescentes.
Mi amigo había charlado con uno de sus pacientes si era lo mismo lo que sentía cuando besaba a la que ahora era su novia, que cuando “chapaba” en las fiestas (ahora que tiene novia ya no chapa, la tradicional y represiva monogamia parece estar más vivita que nunca; de hecho si alguien está en pareja y “no puede” chapar se lo llama “casado”).
El chico en cuestión tardó unos pocos segundos en responder, lo que quiere decir que no respondió de manera automática. Reflexionó. Al contrario de lo que esperaba mi amigo (al contrario de lo que hubiera esperado yo), el adolescente le dio una respuesta afirmativa: era lo mismo lo que sentía en un caso como en los otros.
En el futuro el acto sexual será descarnado, sin trascendencia de ningún tipo, sin emociones, tan neutro como pudiera ser el orgasmo de una máquina deseante.
Es muy posible que todos y todas los que leen esta nota coincidamos en la opinión de que sería hermoso ir a una fiesta en la que podríamos besarnos, perdón, debería haber escrito chapar, con 5 o 6 mujeres o 5 o 6 hombres (o con 5 o 6 personas del género que sean), sin más obligación que el rato hermoso en el que se desenvuelve el beso —uf, de nuevo: el chape ocasional (si insisto en corregir mi error (llamar beso al chape) es porque la fórmula del chape, según pude entender, es así: “chape = beso - afecto”).
Desde ya advertimos que no vamos a tener una experiencia como esta en una fiesta de cumpleaños con amigues. Más bien, para lograrla, hay todavía que frecuentar sin prejuicios lugares al borde de la legalidad, umbrales en los que se pone entre paréntesis las prácticas “normales”, como podrían ser esos espacios swingers que pululan en la noche porteña.
3.
Si en lugar de un beso (tal vez el gesto más amoroso y placentero de todos los gestos sexuales) pusiéramos un acto sexual, la cosa no cambiaría en nada. Es una cuestión de escala.
Pues el chape es la preparación afectiva para desarrollar después el momento superior de la experiencia sexual, por lo menos tal como nos adiestraron a nosotros que era una experiencia sexual, que es el acto sexual en sí, el coito.
Esto vale para mi generación y para algunas generaciones más, pero no va a valer para la generación de mis hijas, pues creo que en el futuro, que ya pasó, esto no se mantendrá —de hecho, en su deriva estética, el acto sexual, en mi opinión, se irá alejando de la violenta penetración.
Será un acto sexual descarnado, sin trascendencia de ningún tipo (ni la trascendencia orgásmica ni la trascendencia amorosa, ambas falsas), sin emociones, tan neutro como pudiera ser el orgasmo de una máquina deseante, tan puro como una imagen transparente.