Charly García: 70 años y mil vidas
Por Pablo Melicchio | Ilustración Matías De Brasi
Hay tantos Charly García como fans. Entonces, solo daré mi versión de los hechos por ser un simple testigo de sus milagros artísticos. Charly, hijo digno de Apolo –Dios de las artes–nació un 23 de octubre de 1951, pero renació una y mil veces. Estuvo perdido, para que lo encontremos. Desarmó sus bandas, en sus mejores momentos, para no darnos decadencia sino renovación. Se tiró de un noveno piso, para desafiar al destino, a los dioses y al azar; quizá maneras distintas de nombrar al mismo fenómeno. Resucitó, para que creamos en la posibilidad de la reencarnación en el curso de la única vida que conocemos. Se bajó los pantalones, para provocar a los puritanos.
Charly, profeta de los sonidos, sembró nuestra castigada tierra con arte. Sus canciones se multiplicaron, como los panes y peces del milagro de aquel otro hijo divino que anduvo por Nazaret, para que las dolencias humanas se trasmuten en la fiesta espiritual. Sus canciones, medicina contra el desánimo y la desesperanza, se infiltraron en los tiempos más oscuros, burlando a los censores del horror, para que sepamos que este país no estuvo hecho porque sí y que la alegría no es solo brasilera.
Cuando no pude salir de la melancolía, cuando fui hijo de las lágrimas, cuando estuve mal, cuando estuve solo, su música me estimuló y me elevó por sobre la grasa de las capitales, para darme un destino mejor que la depresión o el caño en la sien. De su filosofía aprendí, entre otras cuestiones, que sé que no quiero volverme tan loco, solo un poco, no más, suficiente para escapar de la quieta cordura del ser que se conforma y no despega, que pierde el vuelo en la rutina y el gusto por la belleza de la creación.
Estuve entre la multitud, canté sus himnos, fui parte de la religión, en estadios, teatros y una vez en la avenida 9 de Julio. Lo he visto hacer proezas con el piano y con la guitarra. Siempre el mismo y a la vez distinto. Charly, uno y mil. Se transfiguró, para desbloquearnos. Se reinventó, para invitarnos a que nuestra existencia sea una aventura, una revolución, un ir más allá de lo impuesto. Una noche –juro que yo estaba en ese concierto en el estadio Obras– salió al escenario una hora después de la anunciada, y luego, en un reportaje que vi por televisión, cuando la ingenua periodista le preguntó por qué era tan impuntual, Charly le respondió que él era puntual, que salía cuando quería. Así me enseñó lo que tanto había leído y estudiado en libros lacanianos, que no hay mayor traición que no seguir a nuestro deseo.
Todavía no encontré la máquina de ser feliz ni la de hacer pájaros, pero me siento menos solo, mucho mejor y no tan extraño, cuando mi antena se orienta en la frecuencia García. Charly, rezo por vos, para que tus canciones me emparchen un poco, limpien mi cabeza y sigan siendo la banda de sonido de la película de mi vida.