Cine: “La sociedad de la nieve” o cómo encontrar sentido en el sinsentido
Viktor Frankl, un neurólogo y psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración nazis escribió una novela que atraviesa las fibras más íntimas: El hombre en busca de sentido (1946). A través de un estremecedor relato, narra su experiencia en primera persona luego de haber sido internado, junto con cerca de mil quinientas personas, en Auschwitz.
Quizá el tópico principal que aborda es el fenómeno de la existencia y el sentido de la vida. Cómo, en medio de una situación límite y extrema, los y las reclusas mantenían encendida la esperanza, pese a todos los miedos y la posibilidad latente de morir. De ahí, la analogía con la película que está causando furor, La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona.
“Después de soportar aquellos increíbles sufrimientos, uno ya no tenía nada que temer, salvo a su Dios”, escribe Frankl en una parte de su obra. Lo que evidencia de alguna manera el paralelismo que se traza entre El hombre en busca de sentido y La sociedad de la nieve. Cómo el hombre en condiciones extremas se esfuerza por sobrevivir, se organiza de manera colectiva, y en medio de eso, encuentra algún sentido del cual sostenerse.
¿Cómo es posible que un grupo de alrededor de cuarenta personas, que cayó de un avión en medio de la Cordillera de Los Andes, con un clima inhumano y escasez de comida y agua, haya podido soportar tantos días en esa incertidumbre? Es ahí donde se ponen en juego los condimentos que mencionaba el neurólogo: la existencia y el sentido de la vida.
Frankl explicaba que la vida es “potencialmente significativa” en cualquier condición, incluso en las más miserables, y que esto a su vez presupone la capacidad humana de convertir creativamente los aspectos negativos de la vida en algo positivo o constructivo. Porque cuanto más se olvida uno de sí, entregándose a una causa para servir a otra persona, “más humano es y más se actualiza a sí mismo”.
Los protagonistas de la película lo hacen explícito. Al entregarse a la causa de sobrevivir en un contexto totalmente inhumano e imposible, muestran su humanidad. Mediante el tipo de debates que dan entre ellos, con las redes que tejen colectivamente, y con el recuerdo como bandera. Lloran, porque nada los aleja de su humanidad, todo lo contrario, más humanos se vuelven –y eso es lo que llama la atención en la película–.
Y citando a Frankl: “Pero no había necesidad de avergonzarse de las lágrimas, porque las lágrimas daban testimonio de que un hombre tenía el mayor de los corajes, el coraje de sufrir”.
Uno de los puntos que más significancia cobra en el relato audiovisual es que toman la decisión de vivir, aun teniendo a la muerte tan presente. Y es ahí donde se abre un juego muy rico… Si es posible encontrar sentido en medio del sinsentido.
El escritor austríaco plantea que ese es uno de los principios de la humanidad, el entender por qué se está vivo. Lo que asombra es que quienes estuvieron más de setenta días varados en la Cordillera encontraron algún sentido a su existencia, que pudo sostenerlos en medio del terror y la muerte de compañeros y compañeras. Aun cuando ya no quedaba nada por perder.
Quizá son muchas las historias que pueden relacionarse con esta película, y las reflexiones infinitas. Ana Frank, en su diario, también habla de un sentimiento universal -aunque bien diferente era el contexto- que pone en palabras la desesperación, y cómo la luz puede continuar encendida en el más terrorífico de los presentes:
“Es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres.
Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión.
Veo cómo todo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial”.
La humanidad seguirá sorprendiéndonos, y esta película, que bien repleta de humanidad está, también. Entonces, sin duda, La sociedad de la nieve es una oda al compañerismo y a la ilusión; a las redes humanas; al tejido colectivo en medio de la angustia; a la esperanza; y a la búsqueda permanente del sentido, que no se pierde ni aunque así lo quiera la muerte y el fin.