Cuatro Momentos de una religión llamada Olivera
Por Gabriela Borelli Azara
1-El Cristo
Es que Cristo volvió. Al tercer día, resucitó entre los muertos y habló. Y tal vez dijera una poesía. Que siempre es una prueba de vida, una prueba de humanidad. Volvió para no olvidar o para que no olvidemos: la lucha, la rabia, la injusticia. Fue Cristo el que volvió:
en este trozo de papel
último vínculo posible
con ustedes
queda
mi también última voluntad:
no olvidar
no olvidar
no olvidar…
El último vínculo posible sólo puede ser dado por la entrega de la carne o de la palabra. Así el de Nazareth entregó su carne, y su palabra se hizo rito, reunión, comunión, religión. Y fue la palabra la que transformó su propio cuerpo en alimento. Y también así el de Uruguay, el tupamaro, el experto en lunfardo, el preso político, entrega su palabra. Nuestro Cristo retuerce fuerte la poesía para que entre en un fusil que diga: no olvidar. Y entrega no su cuerpo (o vaya que sí) pero más su historia para una religión que diga: la historia la puede contar la poesía.
2-La cruz
Fueron trece años, ni uno ni dos, ni seis. Trece años los que pasó Miguel Ángel Olivera preso (1972-1985) Ahí se instaló en la cocina, se unió a sus compañeros, armó una radio y escribió: para no olvidar, para documentar. Nunca entregarse al correr de la sangre por la madera de la cruz, sino alzarla sobre los músculos que aún resisten la embestida de los salvajes sobre los cuerpos de los trabajadores. Así se alzó en poesía Olivera, y un compañero silencioso, menos peligroso que esos muros, e incondicional fue el que le permitió escribir: el cigarrillo. Hacerlo con las propias manos, tenerlo entre los dedos, seguir su curso de humo blanco y escribir en él como un papiro moderno y rioplatense. Escribir poemas en los cigarros. Cuentan que MIjail Bajtin, preso en Siberia, se fumó su propia obra. Aislado, con frío seguramente, y a la entrega de una muerte segura, se armó fasos con sus escritos y adentro. Lo que estaba afuera, adentro. En humo, que se expande como una palabra dicha al viento. Olivera, en cambio, invierte el orden: lo de adentro, afuera, en cigarro y siempre siempre, su credo: no olvidar.
desde el núcleo más hondo
del cero / de la nada
del blanco estupefacto
por la línea y la magia
isla de un trazo
única / infinita
piel de la luz
irrepetible
descubierta...
así
venida al mundo
desen/fundada
daga de aguamiel
curva del aire
vaina de tu cuerpo
desnuda
y
libre
entera
viva...
3-El credo
Los cantos del bandolor, Tangata desde la cárcel, Credo rante, y tantos otros títulos que se hacen del neologismo para ir más profundo. No es sólo el sonido que crea, sino la palabra que no existe para contar lo que las palabras no alcanzan. Porque nunca alcanza. Desde la cárcel, el tango es como una cantata, más que una plegaria, y colectiva. Y el bandoneón es dolor ¿qué rioplatense no lo sabe? es el instrumento que más cerca llega. Un credo tiene nuestro Cristo, que es creencia y es rasante, o andante pero sobre todo disparante.
“será de frente
el fogonazo
y
la mordida
en un solo acto de amor
con el calibre del mundo
abriendo
un agujero negro
en plena frente
en pleno pecho
en pleno abdómen
en pleno bajovientre
tratando de alcanzar
todas mis muertes
-todas mis vidas-
un tiro en celo
persiguiéndome
y
lográndolo
pero nunca
el olvido…l
4- Resurrección en león
NO OLVIDAR, como eje que estructura toda la obra de Olivera: con el olvido viene el desamor, el no conocerse, el no saber quién es uno ni quienes te amaron. Y un decálogo de la derrota, una lista de las restos de la pérdida como enumeración necesaria para la próxima batalla que jugaremos con las mismas herramientas: la palabra y el corazón, y aquellos soldados tan leales: el mate, el cigarro, el vino.
2/
un termo
un año
una todalavida
a veces dura más una autocrítica
una botella
una chabomba nueva
un solo tango
apenas...
esta vez
medio litro de mate
alcanzó y
trece cigarrillos
para parar la sangre de la herida
y poder salir masomenos entero
de aquella trinchera en ruinas luego de la explosión...
Olivera sabe que nada se logra sin manada. Que la fortaleza está en lo que logramos juntos, en la palabra que inventamos en el medio de la selva que es nuestra vida. Y entonces sólo queda rugir para aquel que quiera ser poeta. Elevar la palabra no tímidamente sino intimidantemente, que sepan los imbéciles que desconocen la poesía, que lo poético también es un ámbito de supervivencia y resistencia, que no pueden entrar con sus topadoras a apropiarse de las palabras porque les inventamos nuevas y que no pueden sacárnoslas porque las poseemos de una manera que ellos nunca podrán. Es el rugido del león, que ruge por su manada.
no fue el primero
pero será el último
animal de dos manos disonantes
remenórico tigre
que resopla
que gruñe
que se queja
harto de ser el único
capaz de dar la nota
inconfundible sola justa
de legítima especie
irrepetible...
---
te vi crecer
como desmesurada erección sonora
marcándole el tamaño a la entrepierna
así de grande
tu píjez melódica
así de eterno
tu bestial bramido
por abajo
caliente
carraspero y carnal
como sólo se puede
gruñir
desde la noche
en celo
y
con un tango
entre las fauces...
Cuando usted se interne en la obra de Olivera, se preguntará algunas cosas: ¿Por qué cada verso suena a disparo? ¿Por qué su poesía queda retumbando en el oído como el sonido de una sirena?
Dos respuestas posibles: el disparo se siente en el corte de verso, rotundo, rápido, sin dudas, sin conectores, sin puntos suspensivos: verso corto y preciso como disparo.
Y usted escuche esa sirena que le queda en el oído llena de neologismos y de palabras de combate, que lo unen a otros que escuchan lo mismo. No hay lugar para la polisemia. La palabra de Olivera es clara y colectiva. Por eso la comunión. Por eso es nuestro Cristo. Por eso termina cada lectura levantando el puño en alto. Es un león en combate disfrutando con su manada.