Dormitorio, poemas de Fermín Vilela
Por Fermín Vilela
Dormitorio
Desde mi boca se desprende una mosca
y esta lámpara
sigue iluminando mis manos.
Tanteo el escritorio a carne viva
mientras me reduzco al juego imbécil de las teclas.
Estudio mis dedos,
elefantes que pasean entre toda ruina de cemento,
entre todo carnaval
industrial.
En este dormitorio de tan pocos metros cuadrados,
en este dormitorio sin salida al mar,
no necesito mover los ojos
para poder hablar de cualquier puerta.
Desde mi boca se escupen ciertos nombres
que recorren la espalda como impulso transparente,
ahhhh, aceleran veloces
como el tiempo y la transformación de la araña,
aceleran junto a estas sensaciones
encontradas,
digitalización del horror
que viene y se va,
manipulación del tiempo y sus recursos,
fundación de costumbres poéticas,
manuales constructivos que te llevarán
–como un barco lleva
a cualquier cuerpo muerto de sed–
hacia la isla plana
de Los Libros Muertos.
Desde mi boca
se deprende el peor deseo
y su mejor prejuicio.
Vomito rayos blancos hacia la gente que amo.
Pienso con estos ojos,
ojos desconocidos,
ojos que sólo ven lo que quieren ver,
sensores
de temperatura corporal,
sensores de victoria literaria,
de talentos envidiados,
de ciertas sombras que,
cuando termina el último vaso de vino,
desaparecen invisibles
como cualquier viento costero.
Desde mi piel, desde estos dedos
que tocaron paredes de casas inolvidables
pero al mismo tiempo distorsionadas,
se desprenden hilos
que llegan hasta el dormitorio
desde donde escribo
este poema.
Hilos complejos, rápidos y resistentes,
hilos capaces de atravesar cualquier nube,
cualquier ranura,
cualquier rincón infectado.
Desde mis mundos veo nacimiento,
reencuentro,
muerte y separación de los cuerpos,
también barcos que zarpan
desde muelles desconocidos
hacia el caos de las peores cataratas.
Veo cómo es que tantas esmeraldas
se esconden en cuevas oscuras.
Siento inquietud en toda nuestra carne.
Veo naturaleza, playas
y bautizos por debajo del mar.
Veo negro, pureza,
contaminación lumínica y vientos del Sur,
presiento el sulfuro fabril, sus lámparas de manganeso,
nos sueño abrazados,
clan de amigos
que no habla sobre logros o fracasos
sino sobre libertades,
sobre viajes hacia el continente
o hacia lugares vistos
en visiones insignificantes.
Sueño con territorios abandonados,
territorios donde el ruido y la miseria
se funden en una realidad absoluta,
territorios donde los oídos del mundo
se vuelven sordos
y seguiré soñando,
seguiré,
porque nada podrá impedírmelo.
Nuestro recorte
será la materialidad del éxito
y nuestro deber
permanece en silencio.
Hoy quisiera alejarme de sus muertes.
Hoy quisiera esconderme,
hacerlo
bajo la arena
como buscando
un silencio,
como buscando–con la esperanza
del ciego que palpa–
caras perdidas en el tiempo,
vueltas al mundo
en una noche,
en un relato
y junto al silencio
por sobre todas las cosas:
junto al silencio.
Novedad
a Raúl González Tuñón
Señoras y señores,
pongo encima de la mesa
cartas que no son novedad.
Es importante dejar claras las cosas.
Pedimos, en el día de hoy,
un poema que todo lo diga.
Un poema leído por ojos
de todo el mundo,
por voces calladas
y cuerpos distantes.
Un poema que se parezca
al ladrillo más viejo de la casa,
inquieta hormiga subterránea
que conozca tuberías
y laberintos secretos.
Un poema
que esté presente
en cada pozo oscuro,
en cada tarde náufraga
donde una pareja hace el amor,
en cada ciudad arrasada
por el viento rojo,
en cada terreno oculto
donde encuentran a una mujer muerta,
en cada playa
donde hay silencio
y movimiento,
en cada cueva húmeda,
en cada sueño
a punto de ser cumplido.
Pedimos,
mientras nuestros ojos
se empapan por los
gritos ajenos,
un poema que lo diga todo,
o mejor aún
un poema que diga lo suficiente,
un poema que calle
cuando otros hablan,
un poema puntual y específico,
afilado
como machete de selva,
sucio
como un papel
en las veredas del barrio,
un poema cocinero,
bachero,
planchador,
picapiedrero,
un poema alcohólico, atolondrado,
amante,
soñador
y nadador de los ríos más imponentes
de América Latina.
El sedentarismo no podrá borrar
nuestro poema,
tampoco
las pantallas, no habrá fantasía
que pueda silenciarnos
ni correr los pies de sus calles,
ni amputar las manos de sus libros.
Pedimos, a rajatabla,
pedimos, sin vergüenza,
algo que se anime a cambiar todo esto
y esta noche se nos va la noche,
se nos va la noche que será
el poema
en el cual se escupan todas las cosas,
todas
todas
todas
las cosas.
Ciertas veces
salgo al balcón
mientras una luna con gatillo
se impone en el cielo, y así,
serpenteando entre la arena,
pienso en los versos
que nos allanaron el camino,
también
en los gestos
por encima de todo
porque esta realidad rara vez es pura
y nunca simple dijo un gran poeta,
porque quizás
no hagan faltan palabras,
porque quizás ciertas historias
puedan resumirse
en el último trago amargo
de este vaso
o las esperanzas
que se asoman después de cada tormenta.
Al sótano florentino que se quedó con la luz
“El cero es la mayor metáfora. El infinito la mayor analogía. La existencia el mayor símbolo.”
Fernando Pessoa, Aforismos y afines
En la mesa de este subsuelo hay fruta
y por encima, moscas;
ellas son el movimiento,
no necesito más,
nada más
que me indique la rotación del mundo.
Allá afuera
las cosas se seguirán moviendo
aunque acá, en este sótano
–como en otros tantos millones de sótanos–
no esté pasando nada,
mírenme las manos,
¡yo!
aterrizando en este laberinto gutural desde Sudamérica,
nido orgulloso de vientos y fuegos Sudacas,
¡yo!
escondido en trincheras virtuales,
dibujando
mapas en las paredes,
vendiéndole mi tiempo al portafolio italiano,
¡yo!
escribiendo
dos o tres versos impertinentes
con un cansancio que se me caen los ojos
mientras allá afuera,
por encima
de cada oído,
se dibujan lágrimas negras,
mientras desde una rosa
se expulsan nuevas espinas
y ciertos secretos
salen a luz.
Es cuestión de afilar los oídos para entender.
Mis vecinos no hablan.
Tan sólo me saludan con un gesto luminoso, ritual.
Sus paredes son frías
como las manos a las que me aferro.
Sus paredes fundan esperanzas,
sublevaciones
y auténticas
imágenes mortuorias.
Allá afuera
las cosas seguirán igual a como las palpé,
pero acá, este y todos los
años
algo me sigue inquietando,
un consejo
que recibí en noche sin luna,
probá empaparte de ciertos vómitos terrenales,
sacá tu cara al sol, vamos,
pisá
cada calle deforestada,
revolvé
tu propia basura
porque entre todos estos
envases olvidados
algo vas encontrar,
aunque entre vecinos
no se dirijan la palabra,
aunque entre vecinos quieran, en secreto,
dejar salir esas moscas cuanto antes,
dejarlas salir
por la ventana de atrás.