Dormitorio, poemas de Fermín Vilela

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Dormitorio, poemas de Fermín Vilela

20 Enero 2018

Por Fermín Vilela
 

Dormitorio

 

Desde mi boca se desprende una mosca

y esta lámpara

sigue iluminando mis manos.

 

Tanteo el escritorio a carne viva

mientras me reduzco al juego imbécil de las teclas.

 

Estudio mis dedos,

elefantes que pasean entre toda ruina de cemento,

entre todo carnaval

industrial.

 

En este dormitorio de tan pocos metros cuadrados,

en este dormitorio sin salida al mar,

no necesito mover los ojos

para poder hablar de cualquier puerta.

 

Desde mi boca se escupen ciertos nombres

que recorren la espalda como impulso transparente,

ahhhh, aceleran veloces

como el tiempo y la transformación de la araña,

aceleran junto a estas sensaciones

encontradas,

digitalización del horror

que viene y se va,

manipulación del tiempo y sus recursos,

fundación de costumbres poéticas,

manuales constructivos que te llevarán

–como un barco lleva

a cualquier cuerpo muerto de sed–

hacia la isla plana

de Los Libros Muertos.

 

Desde mi boca

se deprende el peor deseo

y su mejor prejuicio.

Vomito rayos blancos hacia la gente que amo.

Pienso con estos ojos,

ojos desconocidos,

ojos que sólo ven lo que quieren ver,

sensores

de temperatura corporal,

sensores de victoria literaria,

de talentos envidiados,

de ciertas sombras que, 

cuando termina el último vaso de vino,

desaparecen invisibles

como cualquier viento costero.

Desde mi piel, desde estos dedos

que tocaron paredes de casas inolvidables

pero al mismo tiempo distorsionadas,

se desprenden hilos

que llegan hasta el dormitorio

desde donde escribo

este poema.

Hilos complejos, rápidos y resistentes,

hilos capaces de atravesar cualquier nube,

cualquier ranura,

cualquier rincón infectado.

 

Desde mis mundos veo nacimiento,

reencuentro,

muerte y separación de los cuerpos,

también barcos que zarpan

desde muelles desconocidos

hacia el caos de las peores cataratas.

Veo cómo es que tantas esmeraldas

se esconden en cuevas oscuras.

 

Siento inquietud en toda nuestra carne.

 

Veo naturaleza, playas

y bautizos por debajo del mar.

 

Veo negro, pureza,

contaminación lumínica y vientos del Sur,

presiento el sulfuro fabril, sus lámparas de manganeso,

nos sueño abrazados,

clan de amigos

que no habla sobre logros o fracasos

sino sobre libertades,

sobre viajes hacia el continente

o hacia lugares vistos

en visiones insignificantes.

 

Sueño con territorios abandonados,

territorios donde el ruido y la miseria

se funden en una realidad absoluta,

territorios donde los oídos del mundo  

se vuelven sordos

y seguiré soñando,

seguiré,

porque nada podrá impedírmelo.

 

Nuestro recorte

será la materialidad del éxito

y nuestro deber

permanece en silencio.

Hoy quisiera alejarme  de sus muertes.

 

Hoy quisiera esconderme,

hacerlo

bajo la arena   

como buscando

un silencio,

como buscando–con la esperanza

del ciego que palpa–

caras perdidas en el tiempo,

vueltas al mundo

en una noche,

en un relato

y junto al silencio

por sobre todas las cosas:

junto al silencio.

 

 

Novedad

a Raúl González Tuñón

 

Señoras y señores,

pongo encima de la mesa

cartas que no son novedad.

 

Es importante dejar claras las cosas.

 

Pedimos, en el día de hoy,

un poema que todo lo diga.

 

Un poema leído por ojos

de todo el mundo,

por voces calladas

y cuerpos distantes.

 

Un poema que se parezca

al ladrillo más viejo de la casa,

inquieta hormiga subterránea

que conozca tuberías

y laberintos secretos.

 

Un poema

que esté presente

en cada pozo oscuro,

en cada tarde náufraga

donde una pareja hace el amor,

en cada ciudad arrasada

por el viento rojo,

en cada terreno oculto

donde encuentran a una mujer muerta,

en cada playa

donde hay silencio

y movimiento,

en cada cueva húmeda,

en cada sueño

a punto de ser cumplido.

 

Pedimos,

mientras nuestros ojos

se empapan por los

gritos ajenos,

un poema que lo diga todo,

o mejor aún

un poema que diga lo suficiente,

un poema que calle

cuando otros hablan,

un poema puntual y específico,

afilado

como machete de selva,

sucio

como un papel

en las veredas del barrio,

un poema cocinero,

bachero,

planchador,

picapiedrero,

un poema alcohólico, atolondrado,

amante,

soñador

y nadador de los ríos más imponentes

de América Latina.

 

El sedentarismo no podrá borrar

nuestro poema,

tampoco

las pantallas, no habrá fantasía

que pueda silenciarnos

ni correr los pies de sus calles,

ni amputar las manos de sus libros.

 

 

Pedimos, a rajatabla,

pedimos, sin vergüenza,

algo que se anime a cambiar todo esto

y esta noche se nos va la noche,

se nos va la noche que será

el poema

en el cual se escupan todas las cosas,

todas

todas

todas

las cosas.

 

Ciertas veces

salgo al balcón

mientras una luna con gatillo

se impone en el cielo, y así,

serpenteando entre la arena,

pienso en los versos

que nos allanaron el camino,

también

en los gestos

por encima de todo

porque esta realidad rara vez es pura

y nunca simple dijo un gran poeta,

porque quizás

no hagan faltan palabras,

porque quizás ciertas historias

puedan resumirse

en el último trago amargo

de este vaso

o las esperanzas

que se asoman después de cada tormenta.

 

Al sótano florentino que se quedó con la luz

 

El cero es la mayor metáfora. El infinito la mayor analogía. La existencia el mayor símbolo.”

Fernando Pessoa, Aforismos y afines

 

En la mesa de este subsuelo hay fruta
y por encima, moscas;
ellas son el movimiento,
no necesito más,
nada más
que me indique la rotación del mundo.

 

Allá afuera 
las cosas se seguirán moviendo
aunque acá, en este sótano
–como en otros tantos millones de sótanos–
no esté pasando nada,
mírenme las manos,

¡yo!
aterrizando en este laberinto gutural desde Sudamérica,

nido orgulloso de vientos y fuegos Sudacas,

¡yo!
escondido en trincheras virtuales,
dibujando

mapas en las paredes,

vendiéndole mi tiempo al portafolio italiano,

¡yo!

escribiendo

dos o tres versos impertinentes

con un cansancio que se me caen los ojos
mientras allá afuera,

por encima

de cada oído,
se dibujan lágrimas negras,

mientras desde una rosa
se expulsan nuevas espinas

y ciertos secretos
salen a luz.

 

Es cuestión de afilar los oídos para entender.

Mis vecinos no hablan.

Tan sólo me saludan con un gesto luminoso, ritual.

 

Sus paredes son frías

como las manos a las que me aferro.

 

Sus paredes fundan esperanzas,

sublevaciones
y auténticas

imágenes mortuorias.

 

Allá afuera

las cosas seguirán igual a como las palpé,

pero acá, este y todos los

años
algo me sigue inquietando,

un consejo

que recibí en noche sin luna,

probá empaparte de ciertos vómitos terrenales,

sacá tu cara al sol, vamos,
pisá

cada calle deforestada,
revolvé

tu propia basura
porque entre todos estos
envases olvidados
algo vas encontrar,
aunque entre vecinos
no se dirijan la palabra, 
aunque entre vecinos quieran, en secreto,
dejar salir esas moscas cuanto antes, 
dejarlas salir
por la ventana de atrás.