El cine como ventana
Por Nadia Marchione – Fotos: Josefina Urondo
“Porque yo soy del tamaño de lo que veo, y no del tamaño de mi estatura.”
Fernando Pessoa
Aquella calurosa tarde de diciembre se oscurecieron las ventanas, se ajustaron los vértices de la pantalla y se distribuyeron las sillas: un galpón enorme se transformó en cine. Lo que fuera un campo vacío, inmenso, de a poco se pobló de personas que esperaban, ansiosas, que frente a ellas aparecieran las imágenes. Y el milagro ocurrió. Las imágenes fueron cuento y el relato sucedió a través de dos maravillosas horas donde se silenció la realidad de cada uno. La ficción se hizo presente y el cine se hizo vivo. El hecho artístico nos hermanó.
Pocas cosas en la vida provocan tal sensación de libertad como sentarse frente a una pantalla, con la sala a oscuras, a imaginar en compañía de un montón de desconocidos, otra realidad posible. Alguien alguna vez dijo que el cine es una ventana al mundo. Yo diría a “los” mundos. A través de las películas podemos conocer no sólo lugares reales sino imaginarios.
La “magia” del cine es algo a lo que uno puede acceder fácilmente. Habitualmente vamos a salas o espacios donde a través de alguna proyección podemos ver alguna que otra película. Últimamente también con la proliferación de material por internet, es más fácil incluso acceder a estrenos.
Pero qué pasa si uno está privado de su libertad. Entonces ya no es tan fácil ver una película en las condiciones en que cualquiera de nosotros puede hacerlo en una sala de cine. Ya no es tan fácil y habitual poder convivir con otros en una sala oscura, y mucho menos conseguir ver una película que en el mismo momento que uno la ve se esté proyectando en otras salas.
El acceso a la cultura en los casos de las personas privadas de libertad se vuelve entonces por un lado más complejo y por otro lado más imprescindible. Es ahí donde lo que no puede lograr un particular, debe proveerlo de alguna manera el Estado. Garantizar a aquellas personas que no gozan de su libertad, que puedan ver una película o una obra de teatro, o acceder a la lectura de un buen libro, es un deber del Estado, en tanto la cultura es un derecho que debe garantizársele a todas las personas.
Por eso cuando supimos de la existencia del programa “Cine en Cárceles” promovido por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, desde la Dirección de Derechos Humanos de la Municipalidad de Bolívar quisimos ver el modo de aplicarlo en el penal número 17 de Urdampilleta.
Por suerte tanto desde las autoridades del penal (su director Javier Cáceres) como desde el responsable del programa por parte del INCAA (Camilo Moreira Biurra), desde el área de Cine Móvil de Provincia de Buenos Aires y desde la Dirección de DDHH (a cargo de Marianela Zanassi) hubo ganas y voluntad de trabajar en conjunto y finalmente pudo lograrse llevar a cabo una función de “Sinfonía para Ana”, de Ernesto Ardito y Virna Molina en el Penal para alrededor de 70 internos.
La experiencia fue inédita en este caso también porque pudieron asistir a la función la protagonista de la película, Isadora Ardito y Andrés Cotton, uno de los actores. El intercambio entre ellos y el público luego de la función fue profundamente conmovedor, porque allí se vio no sólo esta capacidad del cine de ser “ventana” como decíamos antes, sino también lo importante que es la cultura para atravesar esos mundos, unirlos y fusionarlos.
El silencio expectante en el que cada una de esas personas recibió la película, las reacciones, el haber compartido sala e imaginario con autoridades del penal y gente del ámbito cinematográfico, y la gratitud con que la actividad fue recibida por parte de los internos son el signo más claro de que el camino de la inclusión y la batalla cultural van de la mano, y que estas pequeñas cosas fortalecen y enriquecen tanto a quienes las generan como a quienes las reciben.