“El sexo de los Modernos”, de Éric Marty : una interpretación sexual de los estructuralistas y postestructuralistas
Por Dani Mundo
“Practico una especie de ficción histórica.
En cierto modo, sé muy bien que lo que digo no es verdad”
Michel Foucault
Hace tiempo que no reseñaba un libro traducido, es decir, de un autor extranjero. Esas reseñas que abundan en lo que llaman “suplemento cultural” me parecen un inequívoco símbolo de nuestra dependencia intelectual y conceptual. Pero en este caso me resulta imperioso hacerlo, entre otros motivos porque revela una dimensión de esa dependencia que yo nunca había leído desplegada con los detalles con los que lo hace Éric Marty en El sexo de los Modernos. Pensamiento de lo Neutro y teoría del género, libro enorme del que yo comentaré brevemente aquí tan solo uno de sus temas.
La primera parte del libro desarma toda la arquitectura teórica de la pensadora contemporánea más influyente, Judith Butler. ¿Cómo lo hace? Demuestra las tergiversaciones que practica Butler cuando lee y se apropia de “los modernos” (Marty llama así a los emblemáticos estructuralistas y postestructuralistas franceses como Deleuze, Barthes, Lacan, Derrida, Blanchot, Foucault. Nunca había leído esta nomenclatura para estos personajes) En el fondo, es cierto que en esta crítica demoledora e irrebatible que hace a Butler se escucha una protesta por la “traducción” que los americanos y americanas (no nosotros, argentinos, sino los de Estados Unidos) hacen del pensamiento europeo, principalmente francés (más Austin y sus consecuencias en lo performático para la definición de género) El libro se cierra con 150 páginas dedicadas a desmenuzar al Foucault que analiza el dispositivo de la sexualidad, indicando sus inexactitudes y sus falencias. Sí, los brillantes conceptos de Foucault tienen falencias —me encanta y deprime cuando Marty dice, por ejemplo, que los libros que le sirven a Deleuze para elaborar sus conceptos moleculares son viejos y anticuados, y tiene razón; o cuando devela las inconsistencias en las que cae Derrida cuando habla de la “mujer”, entre otras muchas referencias críticas híper eruditas.
Así como un boxeador se forma golpeando el punchingbol y un basquebolista embocando pelotas en el aro, los filósofos lo hacemos con lo que leemos y estudiamos. Pertenezco a una generación que se formó leyendo a todos estos popes franceses que Marty revisa con un conocimiento apabullante. Se vale para desplegar la teoría de lo Neutro que elaboran estos del análisis de una figura sexual muy compleja, que Butler misma utiliza como pieza dislocante en su construcción de la noción de género: el/la travesti. Marty muestra cómo Butler domestica o normaliza esta figura, mientras que en los pensadores franceses es un personaje que los conduce a lo que fue un importante cross a los prejuicios sexuales binarios: el/la travesti (también el castrado, sobre todo en Barthes) funciona como un sujeto perverso que destituye la naturalidad de la sexualidad binario, y lleva al sexo a una espiral de disolución, o al descubrimiento de nuevos placeres.
Acá la cosa se pone inquietantemente interesante, entre otros motivos, no el menor, porque plantea que la cuestión sexual para esta generación de franceses es algo muy serio, conflictivo, perturbador, nunca complaciente, incluso antisexual, a pesar de las interpretaciones y apropiaciones que se hicieron y se hacen de ellos todavía hoy en los estudios avanzados de género (esta interpretación es sintomática de las confusiones que aún rodean al sexo y sus experiencias) Mientras tanto, Marty nos recuerda que Deleuze promovía “una transexualidad microscópica que hace que la mujer contenga tantos hombres como el hombre, y el hombre, mujeres, capaces de entrar los unos con las otras, las unas con los otros, en relaciones de producción de deseo que trastornan el orden estadístico de los sexos” (la cita pertenece a Deleuze) y que refunfuñaba contra las feministas.
En el Anti-Edipo, aunque en verdad esto atraviesa como un hilo de pólvora muchos textos de todos estos enormes pensadores, más que de una pluralidad de sexos se habla de un “sexo no humano”, un “sexo maquínico”. El pensamiento de lo Neutro no abre los sexos a un usufructo polimorfo si éste responde a una clasificación previa: gay, lesbiana, sado, maso, etc. Más bien dibuja un horizonte postsexual en el que los cuerpos se encuentran para componer otras experiencias, que rondan el placer sexual, pero son diferentes a lo que entendemos por sexo propiamente dicho. Antes que encajar en una multiplicidad de sexos catalogados (LGBTxz), impugnan el sexo. O mejor, desde mi interpretación distorsionada: impugnan la reducción del sexo a la penetración y la eyaculación. Marty lo plantea de esta manera: lo Neutro es lo impasible, lo que la pasión no perturba, un sexo despojado de esas capas de sentido que se relacionan solo lateralmente con él, como los afectos o el amor. Ya lo había planteado el famoso marqués de Sade con su concepto de sexo apático o sexo sin afecto —Sade en verdad es el filósofo perfecto para que estos pensadores literarios franceses conviertan la idea del sexo Neutro en un instrumento que sirve para desregular las oposiciones tradicionales que fundan la diferencia sexual, pero principalmente para inventar un nuevo héroe conceptual: el sujeto perverso, un sujeto hecho de frustraciones, pruebas e impotencias que lo retroalimentan. Como escribe Marty: “Lo Neutro lleva lo más lejos posible los límites de la noción de sujeto” sexual, que en lugar de buscar la reafirmación y el regocijo en el acto, lo que busca es la ampliación de los placeres y las capacidades del cuerpo en ser afectado y sentir. Hay placer en lo desagradable o en lo que es agradable de otra forma. El sexo apático es muy complejo porque implica antes que nada que se deje de ser lo que se es, un ser afectivamente moldeado, sentimentalmente producido. Para Blanchot, afirma Marty, “la pasión neutra en la que se anuda la comunidad de los amantes, en una lectura postsadiana de ese vínculo de apatía erótica”, es lo que el sujeto perverso elabora para escapar de los encasillamientos y de los poderes (es hermosa la anécdota en la que Barthes paga a un taxi boy, con el que queda en reencontrarse unas horas más tarde ya que en ese momento el hotel estaba completo; obviamente el taxi boy nunca vuelve y Barthes elabora lo que en realidad él pagó: tener o no tener sexo en el fondo es lo mismo).
Ahora bien, posiblemente lo más cerca que podamos estar de este sexo neutro, sexo maquínico, sexo apático, sea el sexo porno, una forma de sexo que aún falta pensar. A veces me parece que esa obviedad que significa el sexo porno (¿quién no sabe a qué remite la palabra porno?) lo que hace es cubrir su significado profundamente perturbador. ¿En qué consiste el fenómeno porno? ¿Cuáles son sus actores? ¿Qué lo define? ¿El sexo explícito? ¿El sexo explícito de qué lado de la pantalla? El espectador, ¿no puede acaso considerarse el actor principal de este drama híper complejo que es el porno? ¿O no es acaso su excitación lo que prende la chispa para que se encienda el fenómeno porno? ¿O vamos a sustancializar al signo porno y proponerlo como algo independiente de los efectos que produce? A esta altura del análisis de los discursos, y gracias a esta generación de franceses, tal cosa ya no es posible.
Resulta extraño, por otro lado, que a ninguno de estos grandes pensadores ni a Marty tampoco se les haya ocurrido que un ejemplo del sexo neutro es la masturbación (el corrector del iPhone, lacaniano él, se empeña en reemplazarlo por “más turbación”). La masturbación fue una de las experiencias sexuales que no se vio favorecida por la “liberación” sexual de los 60. Es una práctica que devela cuestiones medulares de nuestro capitalismo “hedonista”, fundado en el narcisismo, el egoísmo y la obligatoriedad de la felicidad. La felicidad es un problema, no una solución, tal como lo imagina nuestra sociedad progresista. La privatización del vínculo y el aislamiento que supone la ceremonia del porno, más el narcisismo reconfirmado con cada clic, el seudo dominio absoluto sobre la situación —cuando en verdad es la situación la que tomó el mando y el yo es un barrilete que flamea detrás de ella—, hacen de esta ceremonia un ritual fundacional de un capitalismo que hizo del goce un imperativo, y de la felicidad una obligación, como si la felicidad o incluso los placeres no fueran más que mercancías fabricadas en serie por el algoritmo de una app. Sin duda que todavía turba esta ceremonia.
Leyendo la implacable crítica que Marty le hace a todos estos grandes intelectuales que nos formaron, me asaltó la sensación de que estaba leyendo el inconsciente de todos esos textos que estudiamos minuciosamente y que evidentemente leímos de modo equivocado. O no había entendido nada de lo que leía, porque lo leí detrás de otras consignas y buscando otros conceptos, o los había comprendido demasiado bien, ya que ese objetivo: ya no más el sexo en sí o lo que se entiende comúnmente por sexo, sino un sexo singular y perverso, drogadicto e inconsciente, fue lo que me imaginé que debía cumplir o atravesar una vida postmoderna para volverse filosófica. Si alguien puede practicar este tipo de vínculo sexual, un sexo maquínico o apático, estaría rozando una posibilidad muy real de vivir una experiencia que en el futuro será normal. “Lo” normal. El afecto convierte al sexo en otra cosa, y tarde o temprano lo confunde con el amor.