Entrevista a Víctor Hugo Morales: el tipo de la radio
Por Carlos Ulanovsky | Ilustración: Matías De Brasi
Antes de terminar el 2020, Víctor Hugo Morales atravesó un importante alerta de salud. Se sintió mal, lo internaron, los médicos le advirtieron un percance cardíaco menor y le terminaron colocando un stent. De regreso a su casa, a su vida normal y al trabajo, el 19 de diciembre pasado fue entrevistado en el programa Reunión cumbre, por la AM 750. La que sigue a continuación es una transcripción de esa charla.
Carlos Ulanovsky: Este que acabás de superar ¿fue el bajón de salud más serio de tu vida?
Víctor Hugo Morales: Soy un tipo sanísimo, enhorabuena lo diga. Así que nunca había tenido un percance semejante. Tuve un cólico nefrítico, algo muy doloroso; me operé de una hernia en la cintura, pero ninguna otra circunstancia de enfermedad. Siempre fui muy sano, aunque ya tenía el antecedente de arritmias, hasta ahora controladas. Parece que el medicamento que tomaba se me volvió en contra, tendría que haberlo dejado de tomar antes. En fin, algo difícil de entender para mí.
C.U.: ¿Es cierto que durante varios segundos tu corazón estuvo detenido?
V.H.M.: Sí. Me lo contaron cuando ya había pasado. En ese momento los médicos me dijeron que había necesidad de colocar un marcapasos. Y aquí estoy: muy bien.
C.U.: Escuché decir, me pareció muy simpático, que tenías un grupo electrógeno nuevo. Linda figura. Decías recién que sos sanísimo. También lo soy, pero me dejo rodear por la superstición de las enfermedades. ¿Sos hipocondríaco?
V.H.M.: No, para nada. Soy una persona con un alto umbral de dolor y con escasa propensión a ir a consulta médica. En temas como la próstata voy porque no puedo hacer otra cosa, casi llevado a la rastra por mi esposa. No, no pienso en los médicos, en general creo que no los necesito.
C.U.: ¿Fumás?
V.H.M.: Fui un gran fumador. Dejé de fumar cigarrillos convencionales en el año 1986. En el 2000 y por siete años me aficioné a los habanos, pero en un momento me di cuenta que tragaba mucho el humo así que dejé. Los habanos están desproporcionadamente caros. Imaginate, un buen habano te puede costar hoy 2 mil pesos. Pasé, entonces, a unos cigarritos tipo Cohiba. Fumo dos por día y así la voy llevando. Algún vicio hay que tener.
C.U.: ¿Hacés deportes?
V.H.M.: Ya no. Fui un deportista impresionante. Hace 8 años las rodillas flaquearon y me alejaron de la práctica del tenis en la que persistí más de 30 años. Jugué al fútbol, al básquet. El deporte tuvo un lugar principal en mi vida y, por suerte, aunque sea un tipo grandote, pesado, todavía me dura parte de esa condición física que el deporte me dio.
C.U.: ¿Qué te dijeron sobre la enfermedad en tu familia cercana?: mujer, hijos, hermano, Julián (Capasso, productor principal de Víctor Hugo en radio y televisión), amigos?
V.H.M.: Coinciden en varios puntos. Dejando de lado que ya tenía un antecedente, o la edad (el 26 de diciembre celebró su cumpleaños 73) y, tal vez, desde el sentido común, lo atribuyen a una especie de estrés originado en distintas cosas: la parte disgustante de la vida, el país, la política, lo que le pasó a Diego Maradona. Todos tienen su teoría: “Te preocupás mucho”; “Trabajás demasiado”; “Descansás menos de lo que necesitás”; “Ni estando en una playa tu cabeza no para”.
C.U.: ¿Estás de acuerdo con alguna de esas hipótesis?
V.H.M.: No sé qué responder. Al contrario: pienso que mi trabajo es lo más anti estrés que puede haber. Y yo soy feliz, ni pienso, la felicidad nunca puede propiciar el estrés. Posiblemente haya una corriente de malestares, ataques que fui recibiendo desde hace tiempo, que se acumulan y que apenas te distraés te pasan factura. Estoy desde hace años metido en una pelea, pero hoy siento que no tiene tanta gravitación. Lo de Diego fue un dolor muy grande, pero pude hacer catarsis y eso me alivió. Se supone que lo que mortifica es cuando uno no puede manifestar lo que realmente le pasa. Y yo soy de echarlo todo afuera.
C.U.: Te toca manejar una clase de actualidad política, con frecuencia, muy adversa. En estos días, en tu programa, escuchaba a Adrián Stopelman (columnista de humor y de otros temas) prefirió, ante tu pregunta de qué tenía, decir que no tenía nada. Porque mucho de lo que pasaba en el mundo era muy desesperanzador y poco estimulante. Y precisamente esa es la materia prima con la que te toca trabajar.
V.H.M.: Sí, es cierto. Yo agradezco a la vida creer que dispongo de mecanismos para dirimir mis conflictos con el Mundo. Estoy trabajando y Paula Horman (productora de su programa) me avisa: “Tengo un audio de Fulano diciendo barbaridades”. Y cuando lo pongo al aire, y lo comento es como si enfrentara lo que está mal y eso me hace sentir bien. Y creo que pongo mi granito de arena para mejorar el mundo. A medida que pasa el día, a veces, me ocurre que el lado de la vida que me disgusta se las arregla para hacerme sentir que mi esperanza de arreglar el mundo se debilita.
C.U.: Hace unos días cuando en el programa evocabas el aniversario del nacimiento de Beethoven llenaste la mañana con el “Himno a la alegría”, yo, como oyente, dije, listo, ya está, volvió Víctor Hugo.
V.H.M.: El día empieza con esperanzas semejantes, y a lo mejor termina con una sensación de fracaso cuando llegás con tu cabeza a la cama y hacés balance. Pero, durante horas uno creyó sinceramente ser un artesano propiciando arreglar el mundo.
C.U.: No es poca carga. ¿Tenés vías de escape, hobbies o gustos secretos que te ayuden a disimular una actualidad tan exigente?
V.H.M.: La plena conciencia de la vida es insoportable. Por eso vivimos escapándonos. Yo soy una persona de muchos escapes apasionados.
C.U.: ¿Por ejemplo?
V.H.M.: Hasta hace un ratito estaba viendo una película argentina; en estos meses vi infinidad de películas. Soy un espectador de alma, alguien que tiene paciencia y sabe entretenerse. Mi vida se vuelve fantástica gracias a esos refugios constantes: soy muy feliz cuando me siento en una butaca y me cruzo de piernas para ver un espectáculo. Cada vez que puedo vuelvo a mi nuevo libro; respondí cinco o seis mails a amigos. Mientras estuve internado leí el libro de Cristian Vitale sobre Encarnación Ezcurra y el nuevo libro de Pablo Duggan sobre la persecución a los dueños de C5N que leí como si fuera una novela. Y también terminé otro libro, Pasajeros de la noche, de Helen Barker. Todas esas son mis zonas reparadoras.
C.U.: ¿Cómo te planteás el 2021 desde lo laboral? O, más precisamente: ¿de qué índole serán tus próximas batallas culturales?
V.H.M: Seguiré en la radio (La Mañana, de lunes a viernes, de 8 a 12 horas por la AM 750). La radio es mi vida, mucho más importante que la televisión. La radio es mi tela de pintor.
C.U.: ¡Qué buena figura!
V.H.M.: Y sí, yo pinto telas que son programas de radio y hago otras cosas por amor al periodismo y por necesidad de contar con distintas herramientas de comunicación de las cosas que me permitan imaginar que todos los días me pongo de pie y que sale el sol. Seguiré en la televisión, eso también está en orden. Ya no sólo con la columna, sino que me ofrecieron la posibilidad de conducir el espacio de 18 a 20 horas. Nico Bocache y Vero Aragona (productores de C5N) con generosidad y mimo me invitaron a que me haga cargo. Pero, ojo, porque también sé que se vienen mis últimos años.
C.U.: ¿Cóooooooooomo?
V.H.M.: Estoy bien haciendo la columna de fin de la tarde. A la radio la seguiría haciendo. Tengo ganas de descansar un poco, de no ocuparme de nada. Es más: hacerme el indiferente, hacer el que no veo. Es un deseo. No sé si voy a ser capaz de poder hacerlo, no sé si me voy a animar a estar más tranquilos. Pero estoy seguro que lo quiero intentar. Sobre todo, porque, a veces, estoy cansado de escucharme. (Risas).
De verdad. Uno reconoce a Mozart, a Piazzola, a Vivaldi, porque sus estilos tienen cosas recurrentes. Todos caminamos por la vida con ciertos leit motiv. Ya es inevitable: con mi música también soy recurrente. A veces me repito, me canso, me juzgo, me enojo, cuando me pongo pesado o reiterativo.
C.U.: ¿Y entonces?
V.H.M.: Entonces, como pensando en un beneficio a los demás y dejando lo más intocable posible el buen recuerdo que pueda haber generado, puedo pensar que mi retiro puede estar cerca. Dentro de muy poco cumpliré siete-tres, que algunos me dicen que no los represento y juego a creerles. El camino recorrido ya está. Son 54 años de radio; 50 años de televisión. Para esa etapa cumplida el mejor título sería “Basta de mí”. (Más risas).
C.U.: ¿Seguirás relatando cada tanto en la plataforma Relatores?
V.H.M.: Sí. Relatar es mi arte mayor, es mi mejor manera de expresarme. Lo amaba más cuando podía usar auriculares, porque su uso me ponía más a salvo de la forma de hablar. El relato fluye sin una contención, sin que una neurona esté atajando nada. Por eso nunca digo malas palabras, tengo que ser confiable en esa velocidad en la que hablo, pienso, juego, imagino, busco formas, coloreo, doy pelea periodística y todo aquello que concierne al relato deportivo. Mientras las cuerdas vocales estén en condiciones, y la vista me permita apreciar (ahora frente al televisor, porque no vamos a la cancha) me sigue dando mucho placer relatar. Sigo en Relatores, asociado con mis queridos muchachos que alguna vez los echaron porque primero me echaron a mí. Ellos crearon esta plataforma. Me hace mucho bien que me inviten a relatar cada tanto. Por supuesto que lo hago ad honorem.
C.U.: Una curiosidad: ¿por qué te llaman “el Nene”?
V.H.M.: Mi mamá me lleva de Cardona, mi pueblo natal, a Colonia, para que empiece a estudiar abogacía. Gran esfuerzo de mis padres: con 16 años recién cumplidos me instalan en una pensión. Lo recuerdo como si estuviera ocurriendo. Ella, parada a mi lado, con discurso de madre, y yo, tan grandote y encorvado como soy ahora, con barba cerrada desde los 13 años. Ella le hablaba a Pocholo Arrigoni, el dueño de la pensión italiana de Colonia y le decía que me cuidara, que me protegiera, que me hablara, que me vigilara. El Nene esto, el Nene lo otro. Y Pocholo le pregunta: “¿Cuándo me lo trae al nene?”. Y ella tuvo que decirle: “¡Este es el Nene!”. Desde entonces, muchos me llaman de esa manera. Por suerte, mis padres no tuvieron que preocuparse. Todo salió muy bien.
La lucha continúa: ahora, el libro
El que atravesamos, en nuestro país, es un tiempo en que la “verdad periodística” (tan rara avis que se ganó con creces las comillas) vale poco y nada. Por eso, la batalla cultural es tan desigual y resulta tan arduo enfrentarla. Víctor Hugo Morales, desde la radio, la televisión y la tarea ciudadana encontró el modo de entablar su propia batalla desde un nuevo libro que es una auténtica clase práctica. El trabajo está lleno de imágenes que hablan por sí solas y parecen responder al género de la historieta de la realidad, ese que tanto honró Héctor Germán Oesterheld.
En La batalla cultural. Mentiras, infamias y misiones del monopolio mediático (Colihue, 2020), Víctor Hugo, con el licenciado y analista de medios Alberto Mahr, ponen en evidencia que, presentados de una determinada manera, herramientas periodísticas como títulos y copetes, fotos y epígrafes, pueden servir para mentir, para ensuciar, para embarrar cualquier cancha. A partir de un momento, esos recursos se desplomaron impiadosamente sobre protagonistas, actores de reparto, e incluso extras del arco político que estuvieron en el poder entre el 2003 y el 2015. No solo hicieron de la undécima letra del abecedario el ariete para hacerle la cabeza a millones de argentinos. Otra notable proeza fue haber hecho de kirchnerismo una mala palabra o, al menos, una expresión alarmante, maldita. Peor aún: a partir de un momento ni siquiera tuvieron necesidad de mencionar esa palabra de 12 letras: con añadir una K bastaba: funcionarios K, jueces K, dinero K.
Aunque se planta permanentemente frente al neoliberalismo, la meritocracia, el capitalismo deshumanizado, las lamentables consecuencias del lawfare o las fake news el libro tiene la virtud de pasar por alto lo más obvio del totalitarismo mediático. Con originalidad, descubre una extensa lista de técnicas: titulares engañosos, utilización excesiva de términos como “presuntos” o “supuestos”, informaciones colmadas de datos improbables y ambiguos, así como algunas noticias que de no haber tenido consecuencias dramáticas para muchos ofrecerían espacio para el humor. Van ejemplos: “¿Libre o Presa? ¿Por qué un juez podría o no detener a Cristina ahora?”; “Pérez Corradi habría dicho que ‘La Morsa’ sería Aníbal Fernández”; “El fiscal dijo que detectaron olor a dinero en las valijas de Milagro Sala”.
La lista de víctimas de este sistema informativo que con obstinación se propuso demoler a cuanta idea y persona se le opusiera es muy extensa. En distintos momentos le cayeron, además de los ya mencionados, a los hijos de Cristina y Néstor, a Lázaro Báez, a Cristóbal López, a Fabián de Sousa, a Ricardo Etchegaray, a Amado Boudou, a Pablo Moyano y a personajes de la vida judicial como Daniel Rafecas, los jueces Freiler, Farah, Ballesteros, Arias, Carzoglio, la jueza Figueroa. Los ataques, a cargo de la brigada Aprietes y Estigmatización se replicaron en periodistas, en artistas, en intelectuales y sobre cualquiera que no respondiera al ideario en el poder desde el 2015. Hasta Maradona cayó en la volteada más de una vez. Muchos de esos casos son recuperados e ilustrados en el libro. Uno emblemático fue el cerco establecido a Alejandra Gils Carbó: a partir de la asunción de Macri y hasta lograr su desplazamiento casi dos años después la entonces procuradora fue mencionada en modo hostil en el diario Clarín en 232 ocasiones.
Es muy demostrativo algo que relata Víctor Hugo. En una ocasión, cerca de la plaza Próspero Molina, en Cosquín, a la que había concurrido por trabajo, Morales le preguntó a una persona, si en ese lugar podía estacionar su auto. El hombre, de apellido Zacarías, empleado del ANSES guiaba a un grupo de jubilados de paseo en esa ciudad cordobesa. De ese cruce casual quedó registrada entre ambos una fotografía consentida. Mucho tiempo después, la persona que se había fotografiado con Víctor Hugo apareció vinculada a una investigación sobre el tráfico de efedrina. La toma llegó a Clarín que la publicó asegurando, erróneamente, que el encuentro había sido en la Plaza de Mayo y no en la zona cercana al festival de folklore. De ese modo Víctor Hugo se convirtió en “culpable por asociación”. Lo explica así en el libro: “Yo, a su lado, en el frente de la Casa de Gobierno…dejaba de ser un periodista antisistema para convertirme en un apañador de la mafia”. En conjunto, el libro constituye una eficaz manera de hacer memoria. Si uno por uno, cualquiera de los hechos que allí se narran impresionan, todos reunidos revelan y prueban que el anterior gobierno ejerció una sistemática acción de violencia y persecución.