"'Imagen velada' la escribí pensando en el macrismo, después vino Milei y pegó un salto cuántico"

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    Santiago Gobernori
TEATRO

"'Imagen velada' la escribí pensando en el macrismo, después vino Milei y pegó un salto cuántico"

09 Marzo 2025

 

Santiago Gobernori es actor, director y guionista. Un militante del “hacer” con lo poco, con lo mucho. Pero ir y hacer.  Con todas esas formas que toma su alma, también creó una escuela y es docente. Tiene preguntas que no siempre intenta responder y, si lo hace, prefiere compartirlas con los otros haciendo teatro. Cree, fascinado, que el mundo se hace en comunidad, se piensa en comunidad. Y esta vez, en su obra de teatro Imagen Velada (los martes a las 20:30 h, en el teatro Astros) no solo invitó a varios de sus amigos a actuar, sino hasta a un espíritu querandí. Si va a haber mucha gente; que estén todos en el asado. Una comedia de principio a fin. Una denuncia en cada oración, pero, por sobre todo, un teatro que hay que fomentar. Porque la risa, como el amor, le da sentido al ser entre tanta realidad.

Agencia Paco Urondo: ¿Cúando empezaste a preguntarte si querías estudiar artes escénicas?

Santiago Gobernori: Fueron dos etapas. Una, cuando era muy chiquito, le dije a mi mamá que quería actuar. La otra fue en una excursión al Teatro Colón, donde vas por los pasillos y camarines, te muestran los talleres... Sentí que quería estar de ese lado. Me fascinaba estar detrás de lo que uno ve como espectador; sentí algo de pertenencia. Cuando estaba terminando la secundaria, mientras todos se decidían por qué carrera seguir, yo no tenía ganas de anotarme en nada de lo que comentaban. Cuando terminé, decidí anotarme en teatro en el Centro Cultural Rojas. Después, todo fue muy vertiginoso. Luego vinieron las clases de dramaturgia con Kartun.

APU: ¿Recordás algo de los maestros que te haya modificado?

S.G.: El primer curso de actuación en El Rojas me tocó con Mariana Obersztern, y ella me abrió la cabeza. En el segundo año me anoté con Rafael Spregelburd. Dije: “Sí me fue bien con Obersztern, me va a ir bien con Spregelburd” (risas). No sabía muy bien quiénes eran cuando fui a anotarme, y Rafael terminó siendo alguien muy influyente en mi carrera.

Pero tanto ellos dos como Kartun son personas que te fomentan mucho el hacer. Rafael, en la primera clase, dijo: “Si ustedes no generan su propio espacio de actuación, nadie va a venir a llamarlos”. Y yo lo tomé al pie de la letra. Al tercer año de actuación estrené mi primera obra como autor, director y actor. Un Woody Allen del conurbano (risas), sin talento. No lo hice nunca más por el nivel de estrés que pasé con ese proyecto. Me dio la pauta de que no se puede hacer todo. Pero de estos docentes me quedó el salir a la cancha y jugársela.

El camino se puede ir haciendo con la acción. Te vas a equivocar un montón. Y es algo que también fomento con los chicos de mi escuela, Bravard. Es muy lindo ver, como docente, cuando alguien que no se animaba por timidez, de golpe la rompe en una escena con público. Cobra sentido. La docencia es muy redituable desde lo espiritual. Muchos que entran a Bravard no escribían teatro y ahora son directores. Con mi socio decimos: “Mirá el cambio de esta persona”.

APU: El teatro es poner el cuerpo, pero la escritura también lo es.

S.G.: Estamos en un momento de muchísima confusión. Apareció la inteligencia artificial, las redes, sumado al capitalismo feroz. Y eso hace que la gente cada vez esté menos estimulada para hacer cosas que le demanden esfuerzo mental y físico. Digo, juntarte con unos amigos de teatro y armar una escena.

Un amigo me mandó un texto (estamos empezando con un proyecto nuevo). Tiene paga una IA pro—ni sabía que existía—y le tiró todos los elementos que hablamos en una reunión. La IA escribió una escena fantástica. El día que la IA escriba obras de teatro y los actores las hagan, siento que perdimos todo lo que nos queda. A mí me deprime muchísimo. Lo que más me llama la atención es que esa escena que escribió la IA es graciosa. Para mí, eso era mi caballito de batalla: decir “la IA no tiene la gracia que tiene el humano, básicamente porque no tiene la torpeza del humano”. Y lo está estudiando. La torpeza. Le sacó la ficha a mi amigo, que también es autor.

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Creo que lo que se va a resignificar es el contacto humano. Hay algo de ir a ver a una persona de carne y hueso, que está ante tus ojos, y no a alguien delante de una pantalla. Va a haber una contracultura que va a querer ver eso y no a Marlon Brando resucitado por la IA. Va a querer ver a alguien que se pueda olvidar la letra, que se tiente en escena.

Este verano vi un show de circo y pensé: ¿cómo hace la IA para hacer un malabar? Vamos a necesitar una contracultura que valore lo artesanal.

APU: María Seoane decía “voy al cine porque quiero compartir con los otros”.

S.G.: Es que hay algo del otro que se vuelve fundamental en este momento. Byung-Chul Han dice que lo único que te va a salvar es el otro. En el caso del teatro, el otro es el público, pero también es el que está actuando. Y en el caso de las clases de teatro, es el trabajar con la otredad, abrazar al otro, sentir su cuerpo, no estar vos solo con una pantalla viendo reels de Instagram. Si perdemos eso, es como dice Byung-Chul Han: “La única revolución es la muerte”. Pensá que el multitasking y la ansiedad que vivimos tienen que ver con la exacerbación de todos los movimientos económicos, hoy en día.

APU: ¿Por qué elegiste el teatro independiente?

S.G.: Lo que tiene el teatro independiente y rescato, es que cuando iba a ver las obras me daba cuenta de que eran obras libres. Libres a nivel estético y artístico. Hacían lo que realmente querían hacer y no respondían a los cánones del éxito. He ido a ver a grupos del Periférico de Objetos, que era un grupo de teatro de los 90 en el Teatro Callejón, y vi Máquina Hamlet. No había más de 30 personas mirándola, éramos pocos. Y muchos de mis alumnos hoy ven 50 espectadores y se preocupan por esa idea de éxito, que no es tal. De hecho, no me extraña que mis obras, que son independientes, se estrenen en la calle Corrientes. Porque los límites están difusos entre el teatro comercial y el independiente. Hay algo de la experimentación que está muy perdido, poco fomentada la frustración. Cuando empecé, que vinieran 25 a verme me hacía feliz. Y a mis alumnos les fomento que no se preocupen por la crítica, el qué dirán, etc. Nosotros necesitamos salvar nuestra alma. Porque si vos ya tuviste una situación artística donde fuiste a ensayar, tuviste tres horas gratas para ir a hacer la función, charlaste, tomaste mate con tus compañeros, ya ganaste mucho. Y no es plata, pero ya ganaste. Lo que no puede pasar es que deje de existir.

APU: En tu proceso de escritura, ¿cuál es tu anhelo, qué buscás en el espectador?

S.G.: A mí me encanta la comedia. Me gusta hacer reír y reírme. Y hoy la comedia está subestimada. Estoy en contra de que, sí es trágico, es bueno. Y, además, siempre está relacionado con un tema. Prefiero que el mundo me atrape más que lo temático. Cuando veo que hay pequeñas reacciones en el público me hacen sentir que algo se realizó, nace el hijo. Hay como pequeños orgasmos, algo funcionó.

APU: ¿Cómo se resignifica tu elección?

S.G.: Hace poco alguien me dijo que fue a ver la obra en un día muy oscuro y que le hizo bien verla. Yo ya gané.

APU: ¿Siempre en tus obras elegís hablar del conurbano?

S.G.: A veces dudo sobre qué escribir, y todos usamos cosas propias para hacerlo. Shakespeare hablaba de lo que le pasaba, seguramente. Los griegos, ni hablar. Nada de lo que sucede en la obra, tanto Conurbano cotidiano como Imagen velada, habla de algo concreto que pasó. Sin embargo, hay que armar con el contexto actual, tomar un poco el entorno. Hoy leés a Samuel Beckett y está reactualizado. No es casual que eso suceda. Poder decir que las preocupaciones que tengo me nutren.

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APU: Hay una frase que dice que “el humor siempre ayuda a hablar de temas serios”.

S.G.: Me parece fascinante eso, siempre lo intuí. Muchos autores que me conmueven, argentinos como Kartun, Spregelburd, Dolte, Bartis, hacen obras muy “pavotas” en algún punto, pero al mismo tiempo, muy profundas, extremadamente. Y esa profundidad te pega mucho más fuerte porque están amalgamadas con humor. Entonces, es mostrarte una mano y con la otra te pego una cachetada. Y hay otros que son dramáticos y dicen que con la vida no hay que reírse, y me siento y digo cuando voy a ver sus obras: “Sí, ya sé, ya sé, ya sé”. Ahora, como espectador, no me involucro para nada. No tengo nada que hacer, no me puedo meter como espectador, me aburro. Es como ver un plato lindo sin comida, y no es más que un plato vacío. Tal vez sirva para poner comida en el futuro.

APU: En Imagen velada ¿quisiste es mostrar teatralidad a partir de las dudas?

S.G.: Creo que es una época donde estamos todos con muchas dudas. La obra era más larga e iba a ser más histórica. Y una parte la saqué, donde el querandí contaba su historia y hacía quedar muy mal a los españoles, y me estaba metiendo en un lugar donde no soy Felipe Pigna; voy a quedar medio ingenuo, y en esta obra no quería que pase eso. Quería que el público se divierta más con los vínculos, con algo de esa cosa estúpida de los ricos.

Y con respecto a las dudas, es porque, por ejemplo, hay algo de Sarmiento que vos, en una cena de amigos, preguntás y la mitad te habla bien y la otra mitad mal. Como poner sobre la mesa las dudas y que, en todo caso, las certezas o las respuestas las imagine el público, no servirle todo en bandeja. Darle todo, demasiado no me gusta, déjame concluir algo a mí, que algo no cierre. A Lynch, por ejemplo, podés entenderlo como vos quieras.

Y eso tiene que ver con el teatro independiente, que las historias se renueven en el sentido de contar y no en el contenido, porque todo ya está hecho. No hay que preocuparse si no se entiende tal cosa u otra. ¿Se tiene que explicar todo? Y no es así. Se tiene que entender una parte para que la obra no se vuelva críptica y mantener cautivo al público.

APU: La obra denuncia la falta de metáforas de la derecha o de las personas ricas.

S.G.: Hay una especie de casta que se crió en una burbuja, donde no tomaron bondi, ni tren. Sí, la obra tiene eso de marcar cierta tontería, la literalidad de esas personas. Me dicen un montón que conocen al personaje que hace de dueño de la casa. Me critican diciendo que es una parodia, pero no es eso; en todo caso, es realismo. ¿Qué es lo que exagera, por ejemplo, ese personaje? Si me estás diciendo que existe.

APU: Imagen velada es una obra de denuncia constante… Nada de lo que está escrito es inocente.

S.G.: Me divertí mucho escribiéndola, fue en pandemia. Imagen velada la escribí pensando en el macrismo, después vino Milei y pegó un salto cuántico, se resignificó para bien. Escuchas a Berti Venegas Lynch y la obra es un chiste, un poroto al lado de él. Podría haber sido más salvaje todavía, que rechacen al espíritu cuando lo conocen. Y me divertí mucho escribiendo porque sentí que podía decir cualquier cosa y que no pasaba nada. Lo espiritual es inherente al teatro, es un recurso más viejo que la escarapela. Es alguien que opina, que puede ser el lugar del espectador también. El teatro, con la palabra, te puede generar la sensación de realidad absoluta. El personaje querandí lo primero que dice es: “Es aburridísimo estar muerto”, y ya ahí sabes que él está muerto, que es un espíritu. Es una condición del teatro que es fantástica. La explicación del querandí sobre la propiedad privada en Sudamérica es genial. ¿El teatro es verdad, aunque sabes que no lo es? El personaje del fantasma es un indio querandí que habitaba en el conurbano bonaerense, y las primeras matanzas grandes de españoles a querandíes fueron en Ezeiza, y esa zona está llena de countries, hoy.

APU: ¿Hay algo de poético en la risa?

S.G.: Lo maravilloso de la risa es que no podés poner en palabras, del todo, lo que está pasando, más allá de que hay un teatro que te hace reír. La risa te atraviesa en el sentido de lo real lacaniano, “no lo puedo poner en palabras”. Es como el amor. Y hoy es muy necesaria la risa, sobre todo ahora que hay cansancio cerebral y nos cuesta dormir. Que algo te haga reír genuinamente, no sé si es poético, pero sí hermoso. Le da sentido.

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