La clase media y el problema del odio (segunda parte)
Por Daniel Mundo | Ilustración: Juan Manuel Sánchez y Nora Patrich respectivamente
El enfrentamiento congénito que pareciera arrasar a nuestro país desde su mismo origen, encontró en la clase media una manera de negar este enfrentamiento, pero no de descomprimirlo o resolverlo.
La realidad / El enfrentamiento
La consigna “Argentina es un país de clase media”, simbólicamente significa que nuestro país logró atemperar las oposiciones extremas entre pobres y ricos que afectarían a otros países vecinos. La clase media está orgullosa de esto. Que los jefes de las opciones políticas enfrentadas hoy se refieran a la clase media en términos lisonjeros responde a este imaginario social que concibe a la clase media como la clase que “media” entre los extremos. No es así. La mediación de la clase media no anula los extremos ni los atempera, sino que imaginariamente los potencia. En realidad, incorpora los extremos, se los apropia, convirtiéndose así en la primera clase social universal. Si hay un modelo universal de conducta, es el de la clase media: su racionalidad, su ecuanimidad, su ira justificada, sus deseos de consumo, su perseverancia, el ascenso social y económico, el derecho a la educación y al entretenimiento, son los modelos que priman incluso en los casos de sujetos extremos, tanto en los que fueron desahuciados de cualquier esperanza y abandonados a sus desgracias, como en los que tienen la vida económicamente asegurada por varias generaciones. Lo que pobres y ricos desean, cada cual dentro de sus posibilidades, una vida de clase media: salud, educación, vacaciones, etc. Los ricos tanto como las clases populares pueden tener deseos de clase media.
¿Cuándo se instituye ese sujeto social que llamamos clase media? El fenómeno histórico que potenció en nuestro país el odio al mismo tiempo que instituía como clase social a la clase media fue la irrupción del peronismo (ni siquiera de Perón). El peronismo es realmente el hecho maldito de nuestro país de clase media.
Ahora bien, como sostiene el antropólogo Alejandro Grimson en su libro ¿Qué es el peronismo?, el antiperonismo no sólo se opone al peronismo, el antiperonismo es tan responsable del surgimiento del peronismo como el mismo Perón y los peronistas. No habría peronismo si no hubiera habido antiperonismo. Son las dos caras de un mismo fenómeno. Y el antiperonismo es lo que terminó de conformar a la que sería la clase política y cultural (no económica) que hegemonizaría el imaginario social en nuestro país, la clase media. Esa clase media antiperonista del ’45 fue mutando con el correr de los años, y una parte de ella terminó identificándose con su contrario, una parte significativa de ella se volvió peronista.
¿A qué nos referimos con el término clase media?
Para responder esta pregunta es obligatorio recurrir a Historia de la clase media argentina, la densa investigación de Ezequiel Adamovsky. Para él, si bien hay menciones aisladas a la clase media desde fines del siglo XIX, la clase media propiamente dicha se organiza como reacción al surgimiento y consolidación del peronismo. Hasta la aparición del peronismo, el término “clase media” no estaba claramente definido ni tenía un referente real. Lo utilizaron sociólogos, políticos o periodistas, pero no tenía consistencia: la sociedad se dividía en dos clases sociales, una dominante, la otra subalterna. Fue con el peronismo que la lógica de la dominación se invirtió y las clases populares, que para la élite dominante eran incultas, bárbaras, “negras”, se hicieron cargo de un nuevo proyecto de país. En un principio, según Adamovsky, la clase media se solidificó “contra” este proyecto, proyectándose imaginariamente en el polo opuesto, el de los ricos. En la mítica fórmula: “Alpargatas sí/Libros no”, ya sabemos quién pertenecía a cada fragmento del sintagma.
En los apéndices que cierran el libro, Adamovsky aporta una aclaración deslumbrante. Allí dice que, en realidad, la clase media no es una clase social: “este libro sostiene que la ‘clase media’ no es una clase social propiamente dicha, sino una identidad” (segunda edición, corregida y aumentada, página 501. La cursiva es de Adamovsky). En ningún momento del libro Adamovsky había arriesgado una idea como ésta, sino todo lo contrario. Que haya entrecomillado el término “clase media” tampoco resulta indiferente. Incluso a esta altura del libro, en su apéndice, pareciera que la clase media necesita ser entrecomillada. Adamovsky se encuentra con dificultades para aceptar la condición de clase de la clase media porque la analiza con los parámetros sociológicos y europeos típicos, que justamente la clase media (argentina) vendría a cuestionar. Nosotros no sólo decimos que la clase media es una clase social, sino que es la clase culturalmente hegemónica.
Culturalmente hegemónica / económicamente dependiente
Culturalmente hegemónica, económicamente dependiente. Esta diferencia es importante porque pone en cuestión una creencia intelectual ampliamente difundida que sostiene que la clase dominante es la propietaria de los medios de producción, circulación y financiación. La clase media impugna esta creencia. Como bien afirma Adamovsky, la clase media es la que encarna ni más ni menos que nuestro Ser Nacional, es “blanca”, productiva, civilizada, cosmopolita, democrática, tolerante, racional, un “crisol de razas” (blancas). Ahora bien, los medios de información y las redes sociales hegemonizados por el imaginario del “hombre blanco”, nos permitirían ampliar un poco estos rasgos definitorios. De los nuevos rasgos de la clase media habría que colocar entre los más importantes el del narcisismo: las pantallas nos devuelven, espejadas, no nuestra propia imagen, sino lo que nosotros proyectamos en ella. Los medios y las redes captan esto: no hay una identificación con lo que vemos en la pantalla, sino una proyección. Lo que vemos no somos nosotros, pero podríamos serlo. Este hiato es de los más importantes a la hora de definir la identidad sensible de la clase media. Es la compensación por su individualismo, su indiferentismo, sus sueños de grandeza, la eterna disconformidad con su suerte.
Todos estos sentidos originarios pesan todavía sobre nuestro imaginario, si bien se han desplazado de sus ejes. En la Argentina se hace muy difícil hablar de proletariado, así como de burguesía. No es que no haya obreros en Argentina, o burgueses, pero estos no tienen la tradición que tienen los burgueses o los proletarios en los países en los que se acuñaron estos conceptos, Europa. En Argentina, la organización social trastocó el orden europeo, aunque los intelectuales nos resistamos a aceptarlo. Las masas, en nuestro país, se organizaron y se organizan con una lógica que no es socialista ni comunista: se organizan peronistamente. El peronismo fue y sigue siendo un movimiento político que bajo el lema de la justicia social persigue la conciliación de las clases y el ascenso social, económico y cultural de los postergados. En este sentido, el peronismo, a pesar de lo que sostiene Adamovsky, generó deseos de clase media que atraviesan tanto a los que se identifican con los ricos, como también a los que pertenecen a las clases populares, movilizadas como están por el deseo propio de clase media a consumir, ascender, ampliar derechos, redistribuir la riqueza, etc.
Clase media peronista
Como en toda relación espejada, la diferencia termina siendo lo que une a los polos. Estar “contra” el peronismo es, al mismo tiempo, favorecerlo. El peronismo no creó una identidad proletaria, creó una diversidad de identidades de clase media. La clase media debería conciliar los enfrentamientos. El kirchnerismo, así como el peronismo originario, amplificó los márgenes de la clase media, aunque imaginariamente ésta se le enfrentara. Finalmente, el gobierno de Alberto Fernández da testimonio de una clase media peronista, que desea que el peronismo sea el reflejo de ella. Es un deseo que para realizarse aún debe vencer no sólo el imaginario social impuesto por los medios, sino también a las mismas fuerzas peronistas, que ya salieron a declarar que éste es un gobierno de socialdemócratas y doctores porteños, es decir, de europeos blancos. El perfil conciliador de Alberto Fernández representa ese deseo. A su vez, al peronista cool de clase media le gustaría que el peronismo como movimiento de fuerzas plebeyas, corruptas y territoriales, salga de escena.
Como en toda representación, también en este caso, la imagen está fallada, es fallida. En principio, porque es una puja por la hegemonía que pareciera que el gobierno no advierte que está entablando. Identificarse con Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner como no se cansaba de hacer el presidente durante las primeras semanas de la cuarentena es organizar una genealogía, habrá que ver si en esta proyección gana el consenso habermasiano o el enfrentamiento y el antagonismo de un Ernesto Laclau (bastante socialdemócrata también, por cierto), o si se requiere una nueva lógica de enfrentamiento y diálogo que está por inventarse. Habría que ver si no se necesita de otro tipo de decisión política para llevar a cabo este giro republicano.
Bien y mal
Para bien y para mal, nuestro gobierno eligió para desarticular esta realidad polar el recurso a la razón —el otro camino habría sido la censura, pero para nosotros la libertad de expresión es uno de los derechos innegociables. Re-formar con argumentaciones racionales la manera que tienen los telespectadores, los lectores de periódicos, los oyentes de radio, los usuarios virtuales, de procesar e incorporar las noticias, y por ende, también la realidad. Desandar el camino del consenso y la explicación metódica era una estrategia válida (y hasta encomiable) para un gobierno que ganó bajo el imaginario de clase media de mitigar el conflicto, reducir los antagonismos, ampliar la propia base electoral, crear los marcos de previsibilidad que necesita el mercado para funcionar, etc. Ahora bien, estos argumentos son sostenidos por ambos bandos, incluso por aquellos que decretaron que no les interesa este pacto social y declararon la guerra. Las fuerzas de la derecha que se enorgullecen de reclamar el principio de razón y el cese de las hostilidades, pusieron en evidencia que el caos social y la catástrofe económica son su medio ambiente natural, a costa, por supuesto, de sus propios aliados, la clase media (para no referirnos a los que vienen con años de atraso y pauperización, que estas medidas golpean como mazos que los hunden aún más). El neoliberalismo como fenómeno global provocó en nuestro país que la clase económicamente hegemónica abandonara cualquier proyecto de país, y bregara tan solo por incrementar su cuantiosa fortuna material y simbólica.
No resulta tan extraño, entonces, que el afecto que (des)une a todos estos actores sea el del odio, que no se va a doblegar con discursos racionales o que apelen al amor, la solidaridad, la generosidad. Hay que ver cuán preparados están Alberto Fernández y sus huestes para evitar la guerra que le declararon, y llamar a sus enemigos a conversar o, incluso, si están formateados para entablar un combate como el que se vislumbra.
Para revertir la falla, el gobierno necesita con urgencia no solo ejecutar acciones que incidan sobre la realidad, sino respaldar esas acciones con argumentos sólidos que horaden el imaginario del espectáculo, que no deja de bombardear con shocks (des)informativos y catastrofistas el pobre cerebro de los individuos aislados de la clase media. Ya sabemos que la estrategia kirchnerista fracasó y que lo que hizo fue ahondar la escisión social tejida de odio. Lo que nos estamos preguntando es si alcanzará el discurso científico para sostener las acciones políticas. O en otros términos, nos estamos preguntando si los sociólogos, los psicólogos, los politólogos, son capaces de comprender las acciones de esos actores díscolos que son los medios, que ellos usufructúan como usuarios, pero que nunca estudiaron como científicos.
Primera parte: https://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/la-clase-media-y-el-problema-del-odio