“La filosofía y la vida”: Spinoza, el cuerpo y los afectos

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FILOSOFÍA Y EDICIONES NUEVAS

“La filosofía y la vida”: Spinoza, el cuerpo y los afectos

04 Junio 2023

Los intérpretes de Spinoza lo suelen convertir en un pensador humanista y bienintencionado. No digo que no lo haya sido, aunque tal vez merezca otras interpretaciones. Cómo no adherir a lo que afirma Diego Tatián en La filosofía y la vida cuando dice que “buena parte del spinozisno contemporáneo, en mi opinión, es demasiado optimista”. Este optimismo, ¿qué significa? Puede significar que Spinoza tiene todas las respuestas, tanto para los problemas que aquejaban a su tiempo como para los que aquejan al nuestro. Puede significar, también, cierta distorsión de las palabras de Spinoza, que terminen sustancializando cuestiones que Spinoza se cuidó mucho de no sustancializar. El bien no es algo. Lo bueno es lo que acrecienta nuestra potencia de acción, es decir, nuestra potencia de relacionarnos.

Esto permite pensar que muchas de las prácticas que nosotros creemos malas lo son tan solo si disminuyen nuestra potencia de comunicación. Tal vez, las interpretaciones de la obra de Spinoza tendrían que ser lecturas disruptivas, incluso equivocadas, repulsivas, que enfrenten al lector con pensamientos que atentan contra sus prejuicios y sus “supersticiones”, no que lo confirmen en ellos (pues estas supersticiones pueden ser progresistas, pero no por ello habría que evitarles pasar por el implacable tamiz de la crítica).

No sé cuántos libros sobre Spinoza leí que escribió Tatián, y eso es precisamente lo que me resulta maravilloso: no importa cuántos sean, cuando empiezo a ojear uno, dudando si Spinoza va a soportar otra vuelta de tuerca, casi de inmediato me encuentro atrapado entre las palabras y ya no puedo dejar de leer. Me transporto a esos conceptos, a esa filosofía que es también una vida y, sin duda, también una guía para concretar lo que en filosofía se llama una “buena vida”.

¿Qué filósofo no sueña con llevar una “buena vida”? Para un filósofo, ¿habría una “mejor vida” que la que tuvo este excomulgado, perseguido, prohibido tanto en vida como muerto, que lo que más deseaba era vivir con cautela y pasar desapercibido? ¿Un filósofo que en el medio de las peores adversidades supo crear las condiciones materiales para poder leer y pensar en libertad? Que además escribió una obra inagotable y vivió en la mayor austeridad. Etc. Eso sí, esa es una “buena vida” muy diferente a lo que nosotros entendemos por tal cosa.

Una buena vida para nuestra sociedad (los filósofos incluidos) es un vida confortable y asegurada materialmente, en el fondo, obscenamente individualista (el gran problema de nuestra sociedad es que el pensamiento no encuentra la manera social de cambiar es nuestro individualismo).

Me imagino que cada vez que leo algún libro de Tatián debe de haber algún motivo distinto que me lleva a no poder parar. La erudición puede ser uno: Diego es un erudito obsesivo. Otro puede ser su prosa tranquila, que invita a dialogar y a desplegar sus ideas. Esta vez fue una casualidad, si es que existe la casualidad en un mundo contingente, gobernado por la fortuna (no hay casualidad). Se relaciona con algo que yo había pensado un par de días antes. Había pensado que lo que ahora más me interesa de un filósofo no son sus grandes ideas, su maquinaria implacable de pensamientos, sino algo más banal: cómo esos pensamientos influyen en su vida, cómo se tejen, pues la vida de un filósofo no puede concebirse independientemente de sus pensamientos.

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Diego Tatián
Diego Tatián

Mucho menos en un caso como el de Spinoza, un personaje del que conocemos varias anécdotas muy significativas, que casi ocurrieron a expensas suyo, a su pesar, ya que, para mí, como dije recién, él pretendía pasar lo más desapercibido posible. De hecho, cuando compré un ejemplar en la presentación que se hizo en la Feria del Libro, estaba convencido de que iba a encontrar anécdotas de nuestro gran filósofo cordobés.

Por supuesto que podemos, como de hecho se hace, adjudicar esta cautela al momento histórico que le tocó en suerte a Spinoza. Este dato tendría que servirnos para reflexionar qué ocurre hoy con los filósofos, pues si tiene razón Diego cuando escribe: “La condición del siglo [del siglo XVII], probablemente de todos los siglos, es la persecución… de ideas heterodoxas”, este enunciado muy potente, debería interpelarnos y hacernos preguntar qué pasa hoy con las ideas heterodoxas, cuáles son y de qué modo se persigue a alguien que piensa.

No conozco filósofo contemporáneo que sea perseguido, salvo que consideremos a la persecución en un sentido muy diferente al que solemos darle, y perseguido no sea el proscrito, sino aquel que es capturado por el dispositivo del espectáculo o secuestrado por los mecanismos burocráticos de la academia, y de esta manera se le impide pensar (no hay pensamiento si el pensamiento no altera la manera usual de pensar, nuestras supersticiones).

Cuando digo que me interesa la imbricación entre el pensamiento y la vida no me refiero al género biográfico, pues es un género que suele concretarse en libros laudatorios en los que se pierde la imparcialidad y se considera al biografiado como un héroe impoluto (salvo que sean como la biografía que Anthony Burgess escribió sobre Hemingway, o la de Safransky sobre Heidegger, que no temen mostrar sus flaquezas, egoísmos y estupideces). Me interesan los pequeños flashes que iluminan su modo de pensar y, por ende, su forma de vida.

Si tiene razón Spinoza y las prácticas del cuerpo son semejantes a los pensamientos del alma (dice Diego: “Para Spinoza cuerpo y mente, cuerpo y alma, son lo mismo”), entonces, entre pensamiento y cuerpo hay parentescos, filiaciones, incorporaciones y encarnaciones. Es la demostración de esta idea lo que encontré en el libro de Diego. En este caso, estos flashes de existencia son, sobre este personaje filosófico extremadamente humilde que elaboró los pensamientos más profundos y novedosos, tan novedosos que aún nos sirven a nosotros (sus lectores/amigos que nacimos siglos más tarde) y a los cuales podemos seguir encontrándoles sentidos inéditos. Me imagino la obra de Spinoza como una “caja negra”, cuyas piezas o mecanismos internos nunca podrán revelarse del todo.

Tal vez, Spinoza sea el filósofo que encarnó una vida filosófica tan plena, casi tan perfecta (en su obvia inadecuación filosófica, social y política), como no lo hizo ningún otro. Este es, para bien y para mal, el perfil que un lector amateur como yo se hace cuando lee a todos estos grandes comentaristas y analistas que se presentan como discípulos de este “maestro ignorante” que publicó un solo libro en su vida con su nombre (publicó dos, nos cuenta una vez más Diego, el otro lo hizo de modo anónimo: ¿habría un gesto intelectual más auténtico que éste?). No olvidemos que Platón aseguraba que a los filósofos no les gusta compartir sus ideas esenciales, pues temen de este modo prestarse a la burla y el ridículo.

Nosotros que no somos filósofos, pero que de vez en cuando leemos algún libro de filosofía y egresamos de la carrera de Ciencias de la Comunicación, hace tiempo que sabemos que el concepto de cuerpo es muy problemático y, de alguna manera, habría que destituirlo. Spinoza fue el primero que lo colocó en el mismo parangón que al alma. No solo nadie sabe lo que puede un cuerpo, nadie quizás sabe siquiera qué es un cuerpo.

Primero, porque instintivamente cada vez que escuchamos la palabra cuerpo, inconscientemente nos lo representamos como un objeto. Y el cuerpo es algo muy diferente a un objeto. Usualmente se lo entiende como el predicado del cual el sujeto es el yo, el alma o la consciencia.

“Buena parte del spinozisno contemporáneo, en mi opinión, es demasiado optimista”.

En la lengua cotidiana, cuando decimos “yo” no incluimos al cuerpo. No podemos considerar al cuerpo ni como un objeto ni como un predicado. Es tan sujeto (o desujeto) como el alma, pero mucho más material que ella.

¿Qué es y qué puede un cuerpo (ser y poder aquí significan lo mismo)? También sabemos que el cuerpo no es una máquina, que muchas veces puede funcionar como una, pero tiene un plus de sentido que ninguna máquina ni ningún algoritmo, por ahora, logró alcanzar. Ese plus es, también, lo que diferencia al cuerpo humano del cuerpo de cualquier animal: fisiológicamente pueden ser idénticos, pueden tener los mismos órganos, pero los órganos humanos significan de un modo que no lo hacen los órganos animales, con el cual, por otro lado, comparte muchos rasgos y estados de ánimo.

Basta leer cualquier libro de etología para chequear esto: todos los sentidos animales están abocados a la supervivencia (no las mascotas, por supuesto).

A esos sentidos abocados a la supervivencia los humanos (y algunos animales) le agregan un plus de sentido, que se relaciona con el placer, en el sentido más amplio del concepto. Esos sentidos encarnan en órganos. Y como sabemos los licenciados en Ciencias de la Comunicación, la diferencia básica entre los seres humanos y los animales consiste en la prolongación que los medios de comunicación (la técnica) hacen de esos órganos. Como nos enseñó el mediólogo Marshall McLuhan, los medios (la técnica) son una prolongación de los órganos del ser humano.

A lo que podríamos agregar: los medios, como la técnica, no son dispositivos al servicio del ser humano (o lo son, pero solo si permanecemos en la dimensión más superficial y banal, en lo que los medios transmiten, su contenido, pero no en la dimensión de lo que los medios son). Los medios (la técnica) integran orgánicamente al cuerpo humano, y el ser humano cuenta con ellos como otras especies animales cuentan con su olfato, su vista o su escucha. Llegamos a un momento de la historia en la que filosóficamente no podemos seguir creyendo que el yo-pienso, la consciencia, la mente o el alma es la instancia originaria de sentido (como lo cree todavía hoy el sentido común), pues sabemos que esa instancia radica en el cuerpo, o para ser más exactos: para Merleau-Ponty esa instancia es la percepción, mientras que para Heidegger es el estado de ánimo.

A esa instancia o dimensión de sentido, siguiendo a Spinoza, nosotros la denominamos afecto (en mi lectura diletante, la Ética de Spinoza, básicamente, es una investigación sobre los afectos, entre otras muchas cuestiones). Ahora bien, si el cuerpo se ganó una posición instituyente tan o más importante que el alma, la técnica (los medios) no pueden no formar parte del análisis o la reflexión, pues de otro modo estaríamos hablando de un cuerpo, es decir de unos afectos y unos deseos que son ideales, no reales.

Abandonaríamos la perspectiva realista en la que se ubica o desea ubicarse Spinoza —en mi interpretación distorsionada, el maestro indiscutible del realismo en filosofía es el marqués de Sade, un gran lector de Spinoza (habría que leer a Spinoza desde los parámetros sadeanos para llegar a una lectura demasiado realista de nuestro héroe filosófico). La ontología no puede seguir definiendo al ser humano como si la técnica (los medios) no formara parte de su naturaleza, pues de otro modo sería una ontología recortada, limitada por la tradición. El libro de Diego me ayudó a pensar estas cuestiones.

El libro de Tatián es como una nueva invitación a recorrer el pensamiento de este filósofo díscolo que nos abre su obra laberíntica para que nosotros la recorramos y nos perdamos en ella hasta que encontremos la clave para llevar una buena vida, es decir, una forma de vida, una vida formada, activa. Sin duda que entre los conceptos de “buena vida” (Aristóteles) y el de pérdida (en el sentido positivo de la pérdida que le da Georges Bataille) hay consanguinidad y consumación.