"La sociedad hiperexcitada": muestra de pinturas
Por Dani Mundo
Por decisión del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Definir el arte hoy, ¿qué es el arte?, para mí se volvió ridículo. Más importante es definir qué es el porno, que es algo que todes pareciéramos saber de antemano de modo automático. ¿Quién no sabe lo que es el porno?
Durante mucho tiempo el arte tuvo la función de reforzar la moral imperante en la sociedad, de instruir sobre los valores del Bien, sobre lo peligroso del vicio y los pecados. Es decir, el arte dependía del status quo y colaboraba en su reproducción todo lo que podía. A esta concepción clásica del arte la reemplazó otra que voy a llamar moderna, donde el arte ya no debía ser un instrumento al servicio de la religión, los reyes y su moral depresiva (es decir, del poder) sino que debía perseguir su fin en su misma realización: el fin era la obra misma, el fin era el proceso creativo de la obra misma. El arte ya no funcionaba como un sostenedor o consolador del poder, y debía concentrarse en “perfeccionar” su propio hacer. Si servía al Bien y la Moral de las buenas costumbres, era de modo indirecto, porque su finalidad consistía simplemente en proporcionar el placer que provocaba contemplar la misma obra (en el caso de la pintura), o leerla (en el caso de la literatura). De alguna manera allí nace la tradición que le plantea al arte la exigencia de denunciar las injusticias y las arbitrariedades de la sociedad que le tocó en suerte, pero sin defender otra moral. La representación que se daba la sociedad de sí misma entraba en crisis. Las vanguardias históricas de principios del siglo pasado le dieron un rulo más a esta tradición de enfrentamiento y denuncia de los valores imperantes. Terminó destruyendo cualquier aura sagrada que pudiera dársele al arte: el arte era una impostura, el arte era una basura, el arte era cualquier cosa cambiada de contexto.
En fin: el arte era lo que nadie colgaría en el living de su casa, como tan bellamente lo dijo el perverso de Andy Warhol. Cuando el arte llegó a tal grado de autodestrucción, el mercado que esa actividad había puesto en marcha salió en su rescate y las obras empezaron a adquirir valor por cuestiones secundarias que ya no dependían de la obra o de la firma del artista, dependía por ejemplo del curador que se eligiera, del lugar donde apareciera, de los “padrinos” que se consiguieran. Estas concepciones del arte podrían pensarse como manifestaciones o representaciones del espíritu de una época que estuvo dominada por lo que algunos filósofos postmodernos llamaron el falogocentrismo y que se caracterizaba por imponer la heterosexualidad como obligatoria, la violencia machista como la regla del orden social y familiar, la adoración del falo como acto inconsciente de creencia (cuando el hombre se esfuerza en que la mujer goce, o cuando goza con su propia eyaculación, el Hombre no cumple su deseo, más bien le está rindiendo homenaje a su pija erecta, tal para mí el significado de falo). Evidentemente esa época (que tampoco es muy larga, va de fines del siglo XVIII hasta comienzos de la década de 1970) ha sido derrocada, pues de otro modo nosotros no hubiéramos podido realizar los cuadritos que realizamos. A nadie le asusta hoy una pija. Ni el dibujo de una pija. Ni tampoco la palabra pija. Lapijapones.
Estos cuadritos no son la denuncia del falo una vez que la pija ya no se para ni con viagra. A lo sumo son una burla a los principios que rigieron mi formación sexual, donde era de lo más natural para un hombre decir siempre, siempre: “me la levanté”, “me la cogí”, porque en ese acto de “cogérmela” (nunca se lo cogieron a él) se jugaban muchos de sus… de nuestros valores: en el mejor de los casos. Coger era penetrar, y el sexo se reducía a una actividad genital donde todos los participantes sentían placer o actuaban que lo sentían. Ya se dijo todo lo que se podía decir de esa época, que ya no es la nuestra. Si hoy coger tiene sentido, no significa como significaba hasta hace unas pocas décadas una experiencia trascendental. La realización del Yo. El encuentro maravilloso con el otro, que nos imaginábamos como nuestra otra media naranja. Por eso todAs estas imágenes que hoy presento son en el fondo dibujos esquemáticos o delirios inofensivos y medio graciosos. Nadie se los tomaría en serio. Para bien y para mal.
Forma parte fundamental de esta obra de dónde nació y cómo se hizo y con qué se hizo. Nació de unos libros de educación sexual que encontré una noche de verano al lado del tacho de basura de mi cuadra. Tres tomos. Es uno de esos libros de difusión con los que las editoriales españolas invadieron la Avenida Corrientes en los años 80. Trata sobre la educación sexual “moderna”. En una página a color del libro están representados los órganos sexuales en un dibujo esquemático y plano, más neutro incluso que las representaciones de los pájaros en un manual de ornitología. En la otra página vienen fotos de hippies barbudos que se tiraban en una lona a escuchar música y seguro fumar marihuana. Del acto sexual, nada. Y tal vez tiene razón este manual de difusión y autoayuda, tal vez el acto sexual no existe. Tal vez no haya nada que decir de él. ¿O a alguien le enseñaron cómo coger? Nada nuevo bajo el sol. ¿Dónde empieza un acto sexual? ¿Dónde culmina? ¿En qué consiste? Todo lo tuvimos que aprender solo, cuerpo a cuerpo. Pero hoy el cuerpo a cuerpo suele estar mediatizado de alguna forma. Y esa mediatización cambia el sentido global del acto sexual, signifique lo que signifique éste.
En una sociedad hiperexcitada (no dije híper sexualizada, ojo), es lógico que lo que antes llamábamos el significante vacío (que era algo así como la pieza que dislocaba todo el edificio de cualquier facultad), hoy esté saturado del contenido negado que regía el orden moral y estético de la época: el falo. Una de las imágenes que más me gusta de las que presento hoy es la que tiene representados los cráneos que jalonan la evolución de la humanidad desde sus orígenes prehistóricos atravesados por el Gran Falo (también podría escribir en lugar de “atravesados”: tachados, anulados). Obviamente, es una proyección postmoderna sobre la prehistoria. La palabra sexualidad se inventó a mediados del siglo XIX.
No son cuadros de denuncia pero evidentemente tampoco son cuadros de glorificación o reconocimiento: la pija estirada es “una gran idea” en una imagen, mientras que en otra imagen idéntica el subtítulo es “Mala Idea”. Todo esto algo tiene que significar.
A partir de este libro de difusión de educación sexual empecé a calcar algunas imágenes. Calcos llamaba a eso. Un día, mientras mis hijas se pintaban las uñas, agarré uno de sus tarritos y empecé a colorear las imágenes con ellos. Todes en la casa terminamos diciendo la pinturas de uñas de papá. Era un momento donde mi cuerpo estaba experimentando mutaciones, es cierto. No sé mutando hacia dónde o hacia qué, sí sé que estaba mutando de lo que era. Es cierto, también estaba envejeciendo. Para resistir a esa evidencia me impuse tratar de pensar el futuro a partir de experiencias hegemónicas en este presente virósico y desastroso que supimos deconstruir. Si estás imágenes transmiten algo, seguro que no es placer o cualquier afecto que pueda interferir en esa experiencia desnuda que es el sexo puro, el sexo maquínico, el sexo apático, sobre el que construyó su monstruosa obra el “divino” marqués de Sade. Un sexo despojado de afecto, tal vez la experiencia más inhumana que puede exigírsele a un ser humano, porque que sea un acto sin afecto significa a la vez que no proporciona ninguna retribución, no causa placer, no complace, no te reafirma en ninguna identidad, sino que más bien pone a todas las identidades en un pie de igualdad, intercambiables como las figuritas de los jugadores de fútbol en los recreos del colegio cuando yo era chico. Es cierto que también es una experiencia que cualquier ser humano anormal atraviesa diariamente.