"Chloe", la prostitución y la pareja amorosa

  • Imagen
    Ramona Espera
    Ilustración: Antonio Berni
OTRA MIRADA

"Chloe", la prostitución y la pareja amorosa

07 Abril 2024

Borges confesaba que leía, a veces, malos libros porque en ellos encontraba buenos argumentos. Hitchcock dijo algo parecido.

La película es mala, Chloe, de Atom Egoyan, pero plantea un tema que no pierde actualidad: la función que cumple la prostitución en una sociedad cuya célula base es la pareja (la pareja, no la familia, que es muy diferente)

En la prostitución, como en casi todas las mercancías propaladas en el capitalismo (salvo la Coca-Cola), la calidad depende de la cantidad de dinero que se gaste: premium o con publicidad insoportable cada 15 segundos.

En Chloe, la mujer utiliza a una prostituta vip para tentar a su marido. Ella sospecha que la engaña, el espectador también, por motivos intra y extra diegéticos: tienen un hijo adolescente, él (Liam Neeson) es alguien que envejeció más o menos bien (ella (Julianne Moore) envejeció muy bien, pero este es otro tema.

La cosa es que perdieron el sex apple en algún momento y se convirtieron, como suelen convertirse las parejas de larga duración, en hermanos con cama compartida.

La película empieza con la voz en off de Chloe diciendo que su arte consiste en decir las palabras exactas que el otro quiere escuchar, poner la mano exactamente en el lugar que el otro quiere que esa mano se pose, etc. El viejo arte de la seducción hecho papilla por la industria de Hollywood.

En el imaginario social, la prostitución es la explotación a destajo del cuerpo de un ser indefenso. Error. Lo que debería concebirse como el complemento de la pareja, aquello que proporciona en el sexo lo que la pareja no puede proporcionar (placer y fantasía) es demonizado y despreciado.

Obviamente que escribir una apología de la prostitución es indefendible, y no solo por la “ola verde”, que cambió el sentido de algunas prácticas, sino que ya lo era desde antes. Hipócritamente el progresismo hizo injustificable la prostitución, mientras justificó y usufructúa de otras prácticas más serviles y cotidianas, últimos resabios del feudalismo, como el trabajo doméstico, la “chica”. Una moral de doble vara que alimenta su vida de envidias y resentimientos.

Primero hay que aclarar esto: cuando hablo de prostitución, no me refiero a hombres, mujeres, gays, travestis, trans o lo que sea que están sometidos a un régimen de explotación inhumano, involucrado en la trata de menores o de mujeres, relacionado con el crimen organizado y cosas por el estilo.

Este tipo de explotación puede existir, pero en el mercado negro de la prostitución no es el que domina (con respecto a la prostitución, no hay otro mercado que el negro, lamentablemente). La prostitución es otra cosa.

Tampoco es como nos lo presenta Chloe y, por lo general, toda la industria de la fantasía, donde el ser prostituido desborda belleza y complacencia. No es así en la realidad. Muchas veces son seres hermosos y profesionales, pero antes de ser máquinas de placer, son seres humanos (en su rol de animales sexuales) que tantean el terreno en el que cayeron.

¿No se disfrazará con las urgencias del sexo otras cuestiones más densas?

Prueban al cliente, lo distraen, muchas veces buscan la confrontación para no llegar nunca al verdadero meollo del asunto. Son gajes del oficio. Eso sí, nunca es tarde para preguntarse cuál es el verdadero meollo del asunto cuando se “visita” a un/a prostituto/a. ¿No se disfrazará con las urgencias del sexo otras cuestiones más densas?

Lo que entiendo por prostitución es esto: una persona más o menos libre (en el capitalismo, ser libre merece una definición que supera el espacio de este ensayito) que elige vender su cuerpo para producir placer en otro. En lugar de venderlo para producir cualquier mercancía, lo vende para producir la mercancía fetiche o la mercancía privilegiada del capitalismo de consumo: placer y goce por intermedio del sexo.

Esto no quiere decir que efectivamente la práctica de la prostitución cumpla con los objetivos a los que está destinada, pues lograr ese placer en el arte del sexo-sin-amor exige ejercicio y templanza —no se trata solo de acabar y listo.

Si lo logra, si logra producir ese placer que queda latiendo en las manos que acariciaron, ese goce sordo abocado a lograr su reproducción una y otra vez, es por las fantasías que se ponen en juego más que por la satisfacción que se siente —la fantasía no consiste en convertir al otro/a en tu mamá que te da el biberón o en el plomero que trabaja en musculosa, la fantasía encubre o potencia la capacidad de amor que se tiene para dar.

Si bien nuestra sociedad impone el placer como exigencia para cualquier experiencia (siempre que sea moderadamente), el modelo o summun de ese placer se encuentra en la experiencia sexual.

En el acto sexual deben consumarse el placer y el goce más alto, y hacerlo luego de haber estado lavando platos en la cocina todo el día. Literalmente imposible. O dicho de otra manera, la experiencia sexual debe ser un acto extra-ordinario (¿por qué no relacionar lo extra-ordinario con lo siniestro elaborado por Freud?), esto es lo que exige el imaginario hedonista de la clase media, la clase hegemónica en lo cultural.

¿Qué pasaría en nuestra psique si el acto sexual fuera cotidiano y banal, sin ninguna trascendencia, que no está ni bien ni mal? Que es aleatorio y no obligatorio, como lo es en esta sociedad que lo sobrevalora. No lo sé, pero imagino que sería una sociedad diferente a la nuestra.

Voy a plantear una duda nietzscheana: ¿no será que “se va de putas” para generar ese sentimiento posterior de culpa, que arruina todo lo que se había logrado antes? Para ganarle al capitalismo hay que invertir sus sentidos.

Obviamente, en la época en que se usaba la sinecdoque, “el hombre” para nombrar a la humanidad, “ir de putas” era una práctica únicamente masculina, hoy ya no es así: hay prostitución para todes les gustes. Esta extensión de la oferta, por raro que suene, no ayudó a reivindicar la profesión, que sigue considerándose alienante e injusta. Alienante puede ser, pero ¿quién está en todos sus cabales a la hora de enfrentar el sexo?

Sade imaginó una sociedad en la que la prostitución era obligatoria para todo el mundo, nadie podía evadirse del servicio sexual obligatorio, nadie podía fijarse en una posición, todos los roles eran reversibles. En esa sociedad enloquecida habría más justicia sexual que en la nuestra.