Leonardo Favio: la visceral brutalidad de la coherencia
“Yo me encontraba en el palco, transmitiendo y desconociendo la parte interna de intereses o pujas que pudieran haber dentro de este movimiento, y que sirvieran de marco para intereses políticos determinados. Jóvenes estudiantes abrazados con obreros, niños y mujeres cantando felices, ninguno de los letreros que tenía frente a mi, fueron perturbados por ningún tipo de lucha. Yo me encontraba dando orientación a los técnicos y los músicos en la cabina de control. Sonó el primer disparo que ignoro desde que punto vino, destruyó una pequeña parte de la cabina. Yo en ese momento no me di cuenta lo que era, y alguien me hizo tirar cuerpo a tierra. Quiero dejar clara constancia que, desde el lugar que yo vi los acontecimientos y, desde la angustia lógica del momento, mi labor de locutor se orientó en calmar a la gente. Era un momento de mucha confusión, rogué a una columna que se acercaba por la parte trasera, cantando ‘estos son los soldados de Perón’, que si realmente lo eran, que hicieran caso a mis directivas de quedarse en su lugar para no confundir más las cosas, dado que su entusiasmo podía ser tomado como una agresión. Las columnas que llegaron por la ruta 205, venían con sus cánticos felices (...)”
Este es el relato en primera persona de Leonardo Favio sobre los trágicos hechos ocurridos el 20 de junio de 1973. Era el “encargado de ornamentación” del acto. El día más corto de ese año prometía ser una fiesta inolvidable, ante el regreso definitivo a la Argentina del General Perón. Una multitud lo esperaba en los alrededores del aeropuerto de Ezeiza. Sin embargo, ocultos entre millones de felices inocentes (algunos en viaje desde hacía varios días) estaban quienes tenían posturas antagónicas dentro del movimiento y no consideraban ceder ni un ápice de la relación con el líder.
Las crónicas hablan de incidentes menores comenzados durante la madrugada, pero que se prolongaron durante la mañana y mediodía del 20.
En general, los historiadores son coincidentes en cuanto al rol de Favio. Pasado el mediodía, y con una concurrencia calculada en medio millón de personas, el locutor (Favio) les pide a la gente que estaba arriba de los árboles, en la zona cercana al palco, que se bajaran porque era peligroso. Cuando comenzó el fuego cruzado, desde el piso del palco exigía paz a los gritos a través del micrófono: “Pido a los peronistas que no hagan uso de las armas”. Se sabe que en algún momento se trasladó hasta el Hotel Internacional. Allí descubrió que había militantes de izquierda siendo torturados y amenazó con matarse (algunos relatos dicen que llegó a ponerse un arma en la cabeza que le sacó de la cintura a uno de los custodios de Rucci) sino paraban. Ofreció olvidarse de sus caras. Pararon. Las narraciones sobre ese día lo ubican en un lugar neutral, preocupado por los concurrentes al acto, lejos de simpatías con las facciones del peronismo enfrentadas.
Cuando comenzó el fuego cruzado, desde el piso del palco exigía paz a los gritos a través del micrófono: “Pido a los peronistas que no hagan uso de las armas”.
Norberto Galasso, en su libro Leonardo Favio, cita su pensamiento sobre ese día: “Yo creo que, en realidad, lo de Ezeiza ocurrió porque le tienen miedo a la felicidad de la gente. Le tienen miedo a la alegría de la gente…Que como suelo decir, la revolución peronista pasa por la alegría. Es hermosa y alegre como Evita. No es una revolución de ceño fruncido. Es alegre y vital como era yo cuando era joven. Donde veas gente triste, ancianos tristes, niñez desguarnecida, donde veas sangre, por ahí no pasó el peronismo. Donde veas un trabajador aterrado por su mañana, no pasó el peronismo. Aunque enarbolan la bandera del peronismo, ahí no hay peronismo, porque uno es lo que hace y hace lo que es…”
En su libro Ezeiza, Horacio Verbitsky también relata la decisiva intervención para salvar a los jóvenes y para que reciban atención médica, consiguiendo anotar los nombres de las ocho víctimas y salvándole la vida.
El Escarmiento, obra de Juan Bautista Yofre, desde una mirada ideológica diferente presenta un relato coincidente. Agrega que días después de los incidentes y para aflojar las tensiones, Montoneros le pide que dé una conferencia de prensa. Favio habla con Alejandro Romay para ir al canal. Se suponía que alguien de la organización iba a acompañarlo pero nadie apareció. Sí concurrieron miembros de la custodia de Rucci para pedirle que no diga nada. El mensaje televisivo lo muestra temeroso y dubitativo. No logra transmitir ideas claras. Desde Montoneros lo amenazaron de muerte por teléfono.
Pero la invitación de la derecha a conducir el acto no lo convertía en uno de ellos. Favio fue, ante todo, un gran artista y su condición de militante siempre lo acompañó. No tiene sentido bucear en los hechos para encontrarle una ubicación en el peronismo de aquellos años. Lo destacable de ese 20 de junio fueron las ocho vidas que salvó y los intentos desesperados que hizo desde el palco para calmar a la gente y evitar más heridos. Su arte expresaba la realidad de los años sesenta, rebeliones, revoluciones, convulsión política en todas partes y muy especialmente en América latina.
Leonardo Favio fue muchas cosas a lo largo de su vida, pero la coherencia jamás lo abandonó. Fue coherente con sus orígenes humildes, con su manera sencilla de entender el peronismo, con el amor que sentía por su familia y sus amigos. Toda esa poesía está, de algún modo, incorporada en sus películas. Logró testimoniar la memoria y ser mucho más que ese cuadrito en la pared del que no quería despedirse. Fue coherente desde el momento en que comprendió que el hombre no puede ser feliz en soledad y entonces se hizo peronista.