Libros: “Miramar,” de Gloria Peirano
Por Inés Busquets
Miramar, de Gloria Peirano, es una novela sobre los vínculos, las relaciones filiales y la infancia, reeditada por Alfaguara.
Las heridas del pasado vuelven irremediablemente hasta cerrarse. Actúan en su justa medida, de manera desprevenida, sin juicio, ni tiempo. Vienen a alejarnos de la zona de confort, de la comodidad, de la vida " supuestamente tranquila", como si el paso de los años alimentara el mito para poder deconstruirlo.
Esas heridas quizá permanecen dormidas, pero se manifiestan ahí, en el momento adecuado.
Ellas sí trabajan con precisión, soslayadas por una sabiduría desconocida del universo, del destino, de Dios. Funcionan en loop pero a través de distintas situaciones, se camuflan, asoman intermitentes y cuando creemos que lloramos por un hecho determinado terminamos dándonos cuenta que el motivo es otro. Así se reiteran hasta descubrir la cura para sanarlas.
¿Cuánto dura un duelo? ¿Cuánto persiste un dolor de la infancia? ¿Cuánto sabemos de la persona que se va?
En Miramar el duelo de la separación se enlaza con el duelo del padre. Allí en esa ruptura se presenta una mayor. Parecieran moverse en consonancia, como si un duelo necesitara del otro para la reparación.
En esta instancia podría agregar que Miramar es una novela sobre los duelos y las maneras de transitarlos.
En las separaciones siempre uno de los dos sufre más que otro/a, en este caso Victoria y Miguel tienen un matrimonio de muchos años y una hija. Un día él le comunica la sentencia de muerte: estoy enamorado de otra.
Ese impacto desencadenará de alguna manera la misma agonía que vivió Victoria con la enfermedad y muerte de su padre. A su vez retornará un secreto de esa época que será develado a la par que la separación se va exteriorizando y se instala en la vida de los protagonistas.
La novela está narrada en un presente continuo, lo cual genera más cercanía con los acontecimientos y empatía con las situaciones. Cuando ese presente va al pasado Gloria Peirano hace funcionar la máquina de la memoria con maestría. La memoria en Miramar cumple una función determinante.
En sincronía con el mar, los recuerdos llegan con las olas y se van con la velocidad de lo inalcanzable, a veces con serenidad otras con desesperación.
Una vez leí que las madres son las encargadas de transmitir la memoria, las que de manera inconsciente van recolectando y retratando los momentos que un adulto/a luego conservará de su infancia. Aquí ocurre algo similar, la memoria como la figura de Mnemosine viene de la mano de las mujeres. La madre trae el secreto a la conversación, Victoria se encargará de investigarlo, Ana cerrará el circulo, Julia pregunta y abre nuevos interrogantes.
Sin embargo, la persona que mostrará la punta del ovillo es Simón un amigo del padre con Alzhéimer. Una enfermedad que aparece para mostrarnos la dicotomía del cuerpo: el poder y la fragilidad del olvido.
La fotografía, como encuadre de este gran tapiz que es la memoria individual, oficiará de hilo conductor de la historia familiar. Una foto que se presenta al principio y otra que surgirá en el medio de la novela para profundizar el misterio.
“Veía en los objetos abandonados en diversas vacaciones el testimonio de nuestras vidas”, “Esa era la tristeza: material, palpable, inmensa en la geología de la memoria.” “El pasado tenía un esplendor incomunicable.”
La voz que narra es Victoria y en estos dos presentes simultáneos dialogan la adulta y la niña. Victoria grande rescata a la niña de la angustia y la ayuda a sanar la experiencia de sufrimiento y al saldar esa deuda, todo empezará a acomodarse.
El juego resaltará como ordenar y canalizador en la infancia. Victoria niña juega y representa la realidad. Juega a Mujercitas y siente un refugio; cuando el padre se enferma buscará la misma salvación pero esta vez el juego será oculto y el compañero de aventuras será el enfermo. Entonces, la enfermedad, el cuidado, la atmósfera que rodea a una persona agonizante tendrá otro significado. “La enfermedad reubicó los sentimientos en una escala administrativa.” “La regla número uno del funcionamiento era la división del mundo en dos mitades, dentro y fuera de la habitación prohibida.” “Parece que la agonía pone las cosas en su sitio.”
Victoria niña a través del juego intentaba hacer de ese adentro un mundo habitable y de encontrarle una explicación a la inefabilidad; tal vez ese mecanismo de defensa le permitió soportar la pérdida: “Mi padre, escribo, fue Beth, la hermana que se muere en la juventud.”
Gloria Peirano aborda múltiples temas, es difícil elegir uno o dos para definir Miramar porque en cada mirada percibo algo nuevo que irrumpe y enseguida se convierte en una parte indispensable del sistema.
Lo inevitable desborda de manera inapelable, la muerte es dolor y ausencia pero también es presencia viva de lo no dicho, de lo inconcluso, de lo que se llevaron, aquello que los hace permanecer.
“Es difícil contar cómo se naturaliza el dolor, de qué manera se quiebra con su ferocidad.”
La enfermedad expresa esa última instancia, la del encuentro, la de optimizar los momentos, la del aprendizaje: “De manera que a los diez años yo sabía cuidar un enfermo.”
Por último, quisiera detenerme en algo que atraviesa todo el libro y es el lenguaje: “Quiero ser precisa con el uso de las palabras.” Esa necesidad de precisión para describir lo intangible, porque ella sí sabe qué es lo preciso: “Las marcas de la muerte son precisas, hay que respetarlas.”
Miramar es un compendio de imágenes poéticas, las escenas son complejas e indican los rasgos de la época en que transcurren, los diálogos les aportan ritmo y personalidad a los personajes.
Miramar es un lugar pero también es una palabra encriptada. Una palabra clave y reveladora, igual que Rosebud en El ciudadano Kane, porque el peso de la palabra cobra sentido en la ausencia, pero sobre todo porque esconde el tesoro más preciado: la infancia.