Lilia Parisí: “La muerte opera como un campo de fuerza en mi escritura”
Por Miguel Martinez Naón
Lilia Parisí nació en San Juan en 1978. Es poeta y socióloga. Pasó parte de la infancia en México y Chile. Participó en el ciclo Rumiar Buenos Aires; en el Festival de Poesía del Sur Andino “Enero en la palabra” (en Cuzco, Perú); el Festival de Poesía Joven Jauría de Palabras (en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia), y en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, entre otros.
En 2018 conformó junto a otras poetas mujeres, la antología La sangre en las fiestas cortas, editado por Textos Intrusos. Parte de su trabajo reciente se encuentra en la antología Descosidas. Es una de las organizadoras del ciclo de poesía Cordillera, estudia actualmente la lengua ancestral andina, Runasimi, y cursa la Maestría en Escritura Creativa en la UNTREF.
APU conversó con ella acerca de su escritura, sus próximos proyectos y un taller de lectura y escritura que dictará a partir de mayo titulado “La pisada del insecto”.
AGENCIA PACO URONDO: Hay una relación muy estrecha entre algunos poemas tuyos y ciertos paisajes latinoamericanos, una cosmovisión. De hecho, has vivido en otros países durante tu infancia, has sido invitada a leer en varios festivales del continente y estás estudiando lenguas ancestrales ¿Existe realmente esa relación en tu poética? De ser así ¿Cómo lo vivís?
Lilia Parisí: Bueno, yo creo que existe, sí, más como un paisaje interno que se despliega en la escritura que como una voluntad consciente de hacerlo. Luego lo otro, lo de haber pasado la infancia fuera de Argentina, me ha provisto de una sensación casi permanente de extranjería que se calma cuando me advierto dentro de un entramado mayor, dentro de una identidad más grande.
APU: En tus poemas hay constantes evocaciones a la muerte: niños muertos, tragados por el fuego, “garganta de los inundados”, “pozo de los ancestros”, un sacrificio de animales, un ruego, un no saber qué hacer, un “trayendo la muerte a galope”, una “memoria degollada”, a veces como un canto ceremonial, otras como un encuentro con tu padre, o simplemente como alguien que los oye ¿Será la muerte (o estas muertes, innumerables y acechantes) un mito de referencia en tu escritura?
L.P.: Sí, claro. Creo que la muerte opera como un campo de fuerza en mi escritura. Quizás digo una obviedad, pero todo en absoluto es un misterio, sólo porque existe la posibilidad de la muerte. Entonces eso trastoca un poco el foco de todo. Y no sólo la muerte como pérdida de alguien, la muerte colectiva, la propia muerte, sino también los procesos de transformación. El compostaje eterno en el que venimos viajando desde que somos materia, eso me alucina como objeto estético. La muerte como pasaje entre estados de la materia, la muerte como pasaje entre mundos. Por supuesto que por fuera de lo que logro escribir, quedan muchísimas cosas, muchísimos universos que me interpelan, sobre todo políticos, y que podría identificar con la escritura de la poeta chilena Susana Moya.
APU: Estás por iniciar un taller de lectura y escritura titulado “La pisada del insecto”, una propuesta interdisciplinaria. Contanos de qué se trata, y cuando comenzarías
L.P.: “La pisada del insecto” es una propuesta que se interesa en lo sensible, lo milimétrico o lo pequeño que puede devenir texto. Y pequeño, no tanto en relación al tamaño, sino más bien a lo sutil, a lo que no se deja ver por mucho tiempo, o a lo que quedó escondido, pero igual reverbera. Arrancaremos la primera semana de mayo, en modalidad virtual, para leer poesía y escribirla también. Está todxs invitadxs, claro.
APU: Tal como mencionaba al principio has participado de muchas lecturas en festivales y encuentros, también formaste parte de grandes antologías. ¿Tenés pensado publicar un libro tuyo?
L.P: Sí, por supuesto. El primero después de varias catástrofes, está en proceso de ver la luz muy muy pronto. Hay un segundo poemario terminado, y un tercero en curso, pero claro los procesos de publicación tienen su propia temporalidad y son muy sensibles a los vaivenes del contexto.
Poemas de Lilia Parisí
Nigredo
Desde hace
160 días con sus noches
no ruge el demonio alado
que sobrevolaba estas
las ciudades malditas
nadie mutila el origen mineral de lo viviente
y los pequeños seres
los que espiaron siempre
desde la delgada tenebrosidad de la infancia
bajan a diario
a intercambiar sus cristales y sus pieles
A mí
se me ha conferido el nombre de superviviente
Y las bestias
las que quedaron
las que todavía andan sueltas,
yugulan a los pequeños animales
les arrancan sus cabezas jóvenes y frescas
y como a un juguete precioso las observan
pero sin la voluntad
de la apropiación
humana.
La casa
que dejé ayer,
cuando aún me comprimía
en la celdilla asfixiante de la lengua,
está llena de insectos.
puedo verlos desde aquí:
llevan en sus patas antiguas escrituras
dejan la exégesis de su reino
en las orillas de las tazas que quedaron servidas
y que son ahora
estanques oscuros
silenciosos
en los que se dibuja
la Nigredo.
Primera canción a mi padre
Ese día me había peinado mi padre
como si fuera un hombre
dispuesto a subir a un caballo
yo
él
como una cabra
maté a alguien dijo
con las mismas manos de peinar
pensé
y yo de ahí
todo
y yo de ahí
los cismas los barrancos
sin aire
y por las mañanas
sin peinado
y los niños perdidos
de ese entonces que venían
los niños sangrantes de esos días
que venían a jugar
ponían la locura junto al dulce de la tarde
junto al cuchillo y al humus negro
de donde regresan sus manos
cada vez que mi padre me peina.
Mezquina bóveda del bosque
Yo que a los ocho años empuñaba un arma
he buscado en esos bosques
y ahora busco en las siluetas de cartón
que los hombres pusieron
para que clavara allí una bala
te he buscado, digo
entre la inmensa y esotérica arboleda
pero la bóveda del bosque
siempre supo distraerme
marcó mi paso
con cabezas ancestrales
y trapos oscuros colgados de los cielos
Sagrada bóveda del bosque
me alzaron tus ramas
prometiendo algo que no llegué a escuchar
era tan leve la tarde
que caían pájaros niños a la tierra
y fue tan grande en mí
tan de mí
que a partir de ese chillido levanté toda mi infancia
como piedra
Mezquina bóveda del bosque
si notabas de lejos los minúsculos mapas de mis manos
por qué me salvaste de las balas perdidas de mi padre.
Aljibe
Hace 100 años en esta misma casa
me tocó
meter la mano en el aljibe
surcar la garganta de los inundados
meter los brazos profundo
traer a luz al cervatillo
Hace 100 años en esta misma casa
abrí los pulmones encharcados de mis semejantes
para escuchar atenta los secretos familiares
así cada día:
que la mujer del trigo y de la trenza
que el niño tragado por el fuego
que los cofres con gusanos
que la higiene sacra de mis crías
Limpia la casa ya
el pozo los ancestros
ajada la costura de los mundos
veo a Júpiter crecer desde la corona solar del fresno
Voy a agarrarlo.