Lo nuevo de Pablo Portogalo: "¿Who is me?, novela de un novelista malogrado"
Al iniciar la lectura, uno de los epígrafes, el de Beckett, nos pone de entrada en aviso acerca de una idea-fuerza que recorre el libro: en el diálogo beckettiano, un personaje le dice al otro que la historia que todo el tiempo se cuenta a sí mismo es su novela, la novela de un novelista. Ese comienzo me llevó a recordar a Deleuze diciendo que en todo acto de creación lo importante es tener una idea.
Pablo Portogalo crea este libro a partir de una idea: la realidad tiene estructura de ficción y él hará de la realidad de su historia una novela, pero el núcleo de lo real éxtimo, ese adentro/afuera de la ficción que es su excedente o su carencia, sólo puede ser bordeado por la poesía. “¿No tienen facha de secuestrados todos los niños al nacer? ¿No es ahí donde se oculta la belleza del poema, en los intersticios de la escritura, entre las letras…?”.
Sí, algo queda secuestrado bajo la ficción del lenguaje. Lo que él nombra como novela será el andamiaje para su poesía, para la poética misión imposible -malograda- de capturar ese real secuestrado del fondo de su historia de vida. Con zozobra la emprende. Con desasosiego. El pathos tan evitado en mucho de lo que se escribe en la época, es en este caso la savia que nutre las palabras. Palabras que traen a la superficie de la escritura “toda clase de seres crepusculares”. Sí: “Golpeados, desolados, como irguiéndose de entre los muertos”. Recuerdos fragmentarios y tremendamente vívidos del entorno familiar.
Y así como están esas fotos quietas, congeladas, que el autor ha decidido incluir en el libro, así todo se transmite en movimiento convulso. El padre está aquí, la madre está aquí, todos los que lo rodearon alguna vez y ya no están ahora están aquí, con la quietud de los muertos, pero con el movimiento sobresaltado de la llama que alimenta preguntas, interpelaciones inacabables, supuestos, conjeturas, trama de lo que se escribe. Como en el teatro de la muerte de Tadeuz Kantor, se produce una extraña paradoja: nadie está vivo, pero tampoco muerto.
El niño Pablo Edmundo emerge de un territorio fronterizo, un espacio de tránsito entre la vida y la muerte. “Estética de la fusión y a la vez de fractura”, había dicho la madre, y esa tensión recorre el libro. “¿Roto antes de nacer estás?”. La referencia al pezón que corta –en palabras de Miguel Ángel Bustos- es un recordatorio de que como hablantes seres estamos condenados a esa tensión. “¡Ah el lenguaje! ¿No es lo más oscuro de la vida?”. El lenguaje nos hace portadores de una lengua extranjera, secuestrados de nuestra propia existencia. El lenguaje nos es ajeno, somos hablados.
¿Quién es yo?, se pregunta Pablo Portogalo en el título, y esa pregunta se sostiene a lo largo del libro en dos vertientes: como pregunta existencial: ¿quién habla cuando habla?, pero también como pregunta en relación a la escritura: ¿quién escribe? Porque esos dos planos de indagación -el existencial y el de la escritura- se retroalimentan de manera constante, una y otra vez, en un crescendo crispado y sin embargo bellamente lírico, de a tramos deslumbrante.
El tono se vuelve elegíaco y conmueve. Y hay una despedida entre palabras. Habría que destacar también que la existencia es abordada considerando lo colectivo como su condición de posibilidad; si bien es una historia de vida en singular la que está en juego, la Historia está ahí. Y también está el preguntarse cómo hacerla resonar en la obra y cómo hacerse responsable de sostener la pregunta. Desde la voz que hace un recuento y cuenta, late el anhelo de salvación para nuestra humanidad en riesgo.
Poesía pensante y sonora, sí. “Yo inmerso en el mundo de las sombras, amaste conjeturar que en un mismo instante, como el agua que fluye, eras y no eras creador y criatura”. Poesía que hace pensar y repensar sus abrevaderos. Riquísimas referencias a lecturas personales a las que se les puede seguir algún rastro. Y quizá más rica aún -por el horizonte que abre- esa inclusión de otros campos del arte: lo teatral como constitutivo de la dramática de lo humano.
“¡Ah el lenguaje! ¿No es lo más oscuro de la vida?”.
Y la pintura, esa mención a Bacon que nos hace llegar las resonancias que se desprenden de su obra (la figura, lo figural por sobre lo figurativo en el acto pictórico, la pulsión de la mano desamarrada del ojo): “¿pero no fue Bacon, su arte de la imagen-movimiento, quien dio vida práctica, amorosa más que filosófica, lírica más que teórica, a mi poesía? ¿Gracia de la palabra, del óleo o de un acto teatral que no cesa?”. Y por supuesto, la música. La música del padre. El padre poeta al que recuerda escuchando a Shostakovich. La poesía del padre. La música del padre. La música, madre de todas las batallas. Todo este mar de fondo desplegado en ese “¿Quién es yo?” que se transmite con pasión.
Para finalizar, ¿a dónde se orienta esa idea-fuerza de la que hablé al principio? A un hacerse cargo del acto de escritura como destino surgido de un haz de contingencias. La escritura como una fatalidad entre las derivas del azar que determina una existencia, eso es lo que decanta de la lectura de este: “Who is me?” (dicho así, entre otras cosas, porque el lenguaje es un idioma extranjero con el que hay que lidiar). Decanta como decisión y como posición tomada en el medio de una noche incierta.