Nuestro mejor gobierno es el sol
Por Norman Petrich
El 29 de abril de 2003, aprovechando un tramo abierto en un terraplén de protección que solo estaba terminado en los papeles del entonces gobernador Carlos Reutemann, el Salado avanzó por el borde oeste de la ciudad de Santa Fe. Las aguas del río se colaron en 43 barrios; 1296 manzanas de la capital provincial vieron esa lengua enorme, sedimentosa, oscura que acometió por la urbe cubriendo a su paso, revolviendo viejos recuerdos y empezando a tejer otros.
En una de esas manzanas estaba la casa de Roberto Daniel Malatesta. El poeta se dijo que no se parecía al río manso de mi infancia, más bien era el mismo demonio que estiraba su lengua sobre nosotros./ Todos los vecinos subieron a los techos,/ y yo juro, y mi perro jura,/ vimos a Dante y a Virgilio/ pasar en un bote por mi calle/ rumbo al purgatorio.
La leyenda cuenta que fue allí, por encima de los techos, cuidando lo que se pudo salvar, que Malatesta escribió el grueso de los poemas que integran este libro.
Pero no habló de él en ellos. La palabra que pondera es "nosotros". Un nosotros que se grita de techo a techo. Que mira y compara las señales que va dejando el río sobre sus casas. Como si fuera un juego de diferencias sobre un territorio sin fechas,/ sin calendarios.
Que empieza a seguir los consejos: con el agua hasta las rodillas si,/ con el agua al culo no.
Un nosotros que aprende a reconocer cuáles son y cuáles no los sonidos naturales de la noche: Ahora pasan los helicópteros, uno tras otro,/ como si fuesen gigantes alguaciles,/ no sé qué se verá desde allá arriba que importe tanto.
Pero también aprende a compararlos con los del día: El malviviente utiliza la noche,/ pero de día, sin fuego y sin vergüenzas,/ el atorrante vende azúcar a cinco pesos.
Las obras que debieron servir de defensa ante la (anunciada, anticipada) crecida del río ayudan a que el agua se estanque en la ciudad, no escurra. Los centros de ayuda se multiplican: Todo queda cerca de un centro de evacuados./ Donde vayas habrá uno/
a pocas cuadras, a escasos metros./ Una ciudad dentro de la ciudad./
Santa Fe se replegó/ como una tortuga dentro de su caparazón,/
y ya no queda a la vista/ ni pies ni cabeza.
Mientras lo cercano deja ver un paisaje surrealista (Los calendarios mojados se parecían a los relojes derretidos de Dalí); mientras, junto al horno, los poetas chinos de la dinastía T´ang buscan el calor y numerosas dinastías esperan su turno, una esquina seca se convierte en un tesoro, aunque no es lo único que se atesora:
La primera ropa seca/ vino de lejos,/ no huele a humedad,/ huele a calor/ hermano.
Y lo que parecía nunca llegar, empieza a suceder.
Le pregunté si bajaba el río./ Sí, me contestó uno, mi casa/ es aquella, una más allá de la esquina,/ hoy se ve un poco más que ayer./ Yo me quedé mirando la casa,
rosada, más rosada aún/ bajo el sol del atardecer.
Una casa bajo el río no es una casa,/ pero aquel hombre de fe dijo firmemente:/sí, baja, mi casa.
Ahora que el agua baja, es todo un desafío enfrentarse con el intruso, el río dentro del hogar, con su ruido que nunca había oído……un ruido que dudo jamás pueda olvidar.
Ya algunos se animan a hablar de reconstrucción, otros de refundación pero el poeta que escribe a la luz vacilante de la vela descubre que eso es, que eso somos……y me veo, y los veo.
Como en toda tragedia siempre hay un rescate.
En este nueva edición de Por encima de los techos (cuyo original recibiera en el 2004 el reconocimiento con el prestigioso premio José Pedroni) realizada en diciembre de 2017 por el rosarino colectivo editorial Último Recurso, Malatesta agrega 8 poemas que al fin dieron con su libro; y entre ellos destaca uno donde el tipo (que) trazó una línea en el pizarrón dijo: De aquí para adelante……es lo que tenemos que ver/ de aquí para atrás……nada... ... y la línea que marcó era la verdadera política de estado
Ese tipo es nada más y nada menos que el ex gobernador Carlos Reutemann, quien el 8 de mayo de 2003 cerró la lista oficial en 23 fallecidos por la crecida aunque organizaciones no gubernamentales, esgrimiendo diferentes razones, eleva la cifra hasta 160 muertos.
Ese nosotros del que habla este libro volvió a caminar por lo que fue con muchas dudas pero con una certeza: Nadie sabe cuándo terminará esto,/ al menos las casas/ recuperan cierto vacío donde las mentes/ buscan salud: desnudez después del desastre./ Esta gente sabe, conoce por años lo que es vivir/ en lo inestable, en lo inseguro,/ y persisten,/ limpian la casa y vuelven,/ se adelantan a todo vaticinio, a la tristeza misma/ y se resuelven a vivir.
O como dice Gustavo Caso Rosendi (autor de Soldados, libro que al igual que este, integran la colección Diente de León, donde el CEUR apuesta a sumar herramientas que permitan acercarnos a los momentos coyunturales de la historia reciente de nuestro país a través de la literatura) en el prólogo a esta edición: este es un poemario que surge de necesidades tan sencillas como profundas. Como el agua incontenible, nos sitúa en la intemperie, nos despoja de todo lo material que creíamos propio. Y, a la vez, nos deja solo con lo imprescindible, que es poesía en acción: el ser humano levantándose del barro y empezando de nuevo.
A veces decís
A veces decís:
¿parece mentira, no?
O bien: como si hubiese sido un sueño.
Pero lo decís nomás,
no lo creés.
Esta vez no,
esta vez todos
nos dijimos lo mismo.
Y era verdad la mentira,
y el sueño había salido de su cauce
y estaba ahí,
entre nosotros,
y seguías sin creerlo.
Epigrama
Nuestro mejor gobierno es el sol.
Saqueos
A la noche se oyen los disparos,
disparos y sus respuestas, ráfagas
de fuego sonoro, secas, cortantes.
El malviviente utiliza la noche,
pero de día, sin fuego y sin vergüenzas,
el atorrante vende azúcar a cinco pesos.
Perro en el techo
No entiende nada,
apenas sabe cómo fue a parar allí.
Mira hacia abajo, ve agua, tiene hambre.
Por la noche ladra y casi no duerme.
Miles de amos que alzaron a sus perros
miran hacia abajo, ven agua, tienen hambre,
apenas saben cómo fueron a parar allí.
Suerte de perro.
Por encima de los techos
Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles.
Caminando por allí reparo en alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.
La línea en el pizarrón
El tipo trazó una línea en el pizarrón y dijo,
de aquí para adelante, y señaló la parte inferior,
es lo que tenemos que ver,
de aquí para atrás, y señaló la parte de arriba, nada.
El tipo no explicaba ninguna tesis matemática,
no era ingeniero, ni maestro, ni sicólogo, nada de eso,
solo el que estaba a cargo de la “cosa”, y la línea que marcó
era la verdadera política de estado.
Por años y años, una línea, y otra, y otra, y así
sucesivamente, y al final de incontables líneas,
abajo, muy abajo, amontonados,
sin autorización para mirar atrás o arriba,
con miedo a mirar para un abajo que ya nos quede constreñido,
ahí estamos, sin atrevernos, siquiera, a mirarnos a los ojos,
porque el pizarrón no era para nosotros; solo era
para el que traza líneas.