“Orlando”, de Virginia Woolf: una encantadora carta de amor
Orlando, de Virginia Woolf es la novela más reconocida de la escritora británica. Un clásico de 278 páginas que se sintetiza así: “Orlando es un joven noble de dieciséis años durante el reinado de Isabel I. Después de una serie de aventuras y decepciones en el amor, la vida y la poesía, acepta el cargo de embajador británico en Constantinopla. A los treinta años, despierta una mañana después de dormir profundamente una semana y descubre que se ha convertido en mujer”.
Se trata de la sexta novela de Virginia, publicada en 1928 pero que marcó un hito en la historia de la literatura europea.
Icono del feminismo y adelantada a su época, la escritora se animó a hablar de género y a discutir con lo establecido.
Revolucionó la literatura incluyendo un personaje transgénero. No solamente por el personaje en sí mismo sino porque la escribió una mujer. Antes, cuando no se hablaba de diversidad y disidencias, Virginia Woolf se atrevió a decirlo todo a través de la escritura.
Orlando está inspirado en la poeta, Vita Sackville-West a quien está dedicado. Vita era la esposa de un aristócrata, además fue la amante de Virginia.
Vita era una transgresora para la época, por vivir en plenitud su homosexualidad y porque solía travestirse y hacerse llamar con nombre de varón. Vita a veces era Julián.
Era amor y modelo para la escritora. En un fragmento de una carta que le envía Woolf a Vita a propósito de la publicación de Orlando, le dice:
“Imagina que Orlando resultase ser Vita, y que todo girase en torno a ti y a la lujuria de tu carne y al atractivo de tu imaginación”. “Admito que me gustaría desenmarañar y volver a enredar en torno a ti algunos hilos muy extraños e incongruentes, y también, revolucionar el género biográfico en una noche”.
Orlando es una parodia al género biográfico y una burla a la figura del biógrafo, bajo esa perspectiva la denominó como tal.
El narrador/a es el biógrafo/a que trata de dilucidar su rol con esmero pero que sabe que es imposible llegar a los detalles más íntimos de una experiencia ajena. La mirada biográfica es un tema al que suele hacer referencia en otros escritos como por ejemplo en Memorias de una novelista: “¿Qué derecho tiene el mundo a saber sobre los hombres y mujeres? ¿Qué puede contar un biógrafo? ¿En qué medida puede decirse que el mundo se beneficia con ello?”
Escribe Jeanette Winterson en el prólogo:
“Una biografía es la vida de una persona, hombre o mujer, ubicada en el tiempo y cargada de incidentes, las coordenadas son claras. Woolf eliminó las coordenadas habituales y viajó por el tiempo como si fuese un elemento y no una dimensión. Libre de la respuesta normal del cuerpo ante el reloj, Orlando se encuentra en una relación celular con el tiempo”.
Orlando puede leerse de muchas maneras, los tópicos son múltiples y el universo se compone de un conjunto de decisiones literarias que hacen de esta obra una lectura compleja y singular.
Sin duda el uso del tiempo fue una elección trascendente para el proceso de escritura. Orlando transcurre en varios siglos, atraviesa la era Isabelina y la Victoriana. De alguna manera utiliza las referencias de las reinas mujeres para abordar el mundo femenino en distintos momentos. De esta manera transita la Restauración, la Revolución Industrial y la Ilustración.
Isabel y Victoria muestran modelos diferentes de mujer. Ambas son amantes de la literatura. En sus vidas privadas representan dos extremos, Isabel nunca se casó en cambio Victoria se casó con Alberto y tuvieron nueve hijos y cuarenta y dos nietos. Una era llamada la “Reina virgen” porque decía haberse casado con el pueblo, mientras que la otra era “La abuela de Europa”. Las dos construyeron mundos independientes a la esfera masculina, la cual predominaba.
Isabel reinó durante 44 años y Victoria 63, fueron mujeres con mucho carácter e influyentes para la moral de la época.
Isabel era la hija de Ana Bolena, heredera y víctima de una vida trágica, de muerte e infidelidades y considerada “hija ilegítima”. Muchos historiadores estiman que su apelativo respondía a no tener un compromiso formal, independientemente de su sexualidad, ya que se le habían conocido amantes.
Victoria, procedente de un linaje tradicional, representaba la imagen familiar y los valores más conservadores.
“Porque parecería-su caso era una prueba-que escribimos no con los dedos, sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado”.
Woolf en esta biografía abarca tres siglos y es en este interregno que Orlando participó de diversos períodos.
Es importante situar las etapas en las que vive Orlando, porque la novela hace un recorrido y una crítica a los aspectos culturales, sociales y políticos de los diferentes momentos.
“Orlando se había inclinado, naturalmente, por el espíritu isabelino, el espíritu de la restauración, el espíritu del siglo XVIII, y, por consiguiente, apenas había notado el cambio de una época a otra. Pero el espíritu del siglo XIX le era antipático en extremo, y así la apresó y la quebró, y ella se sintió derrotada como nunca antes”.
Allí en ese contexto, la escritora ubica a su personaje primero hombre y luego mujer. Eso le permitió descubrir el mundo desde ambas miradas, cómo siente el amor un hombre, cómo lo siente una mujer; pero sobre todo le hace ver cómo concibe la sociedad a cada género, a qué puede acceder el hombre, cuáles son los derechos per se y cuánto tiene que ceder la mujer para ocupar su lugar. Logra confluir esas sensaciones en una sola persona. Cada cambio de siglo era un descubrimiento nuevo para Orlando.
“Con la duodécima campanada de medianoche, la oscuridad fue completa. Un mar turbulento de niebla ocultó la ciudad. Todo era sombra, todo era duda, todo era confusión. El siglo XVIII había concluido, el siglo XIX había empezado”.
El hilo conductor en los cambios de siglos era un poema en el que Orlando trabajó sostenidamente, el poema era un parámetro de la influencia del paso del tiempo en la literatura en consonancia con su intimidad: “Volvió a la primera página y leyó la fecha 1586, en su antigua letra de colegial. Había trabajado en él casi trescientos años. Ya era tiempo de concluirlo. Empezó a hojear, a leer, a omitir, a pensar mientras leía que poco había cambiado en tantos años. Había sido un muchacho melancólico, enamorado de la muerte, como lo están los muchachos; y después, apasionada y exuberante; y después, traviesa y burlona; y a veces había probado con la prosa, y a veces con el drama. Pero a través de todos sus cambios, ella había permanecido, en esencia, igual”.
Muchos son los análisis y las conjeturas de Orlando, sin embargo predominan el amor y la escritura como elementos fundantes en las obras de Virginia Woolf, o mejor dicho de sus obsesiones.
Orlando cambio de género, vivió siglos y edades, lo que nunca dejó fue su poema en proceso y su conexión con la escritura, el temor, la incertidumbre, las distintas nociones y percepciones:
“No pegó un ojo en toda la noche. A la mañana siguiente, cuando se puso a escribir, fue incapaz de pensar en nada, y la pluma hacia lacrimosos borrones, uno tras otro, o se perdía -lo que era todavía más alarmante- en efusiones melifluas sobre la muerte prematura y la corrupción, lo que era mucho pero que no pensar en nada. Porque parecería-su caso era una prueba-que escribimos no con los dedos, sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado”.
Orlando es una sátira de la educación victoriana que padeció Woolf, es un ensayo sobre el tiempo, la escritura y la sexualidad. Para Virginia la mente creativa era andrógina y desde allí recorre los deseos del cuerpo, la posibilidad de ser hombre y mujer a la vez, y de poder adecuar su cuerpo según las circunstancias. En esta obra cumbre Woolf traza una crítica a la moral victoriana, al matrimonio como institución y a la rigidez de los roles sociales asignados; a su vez que exalta la mentalidad renacentista.
También a través del personaje se pregunta: ¿Qué es el tiempo? ¿Qué somos nosotros? y exclama: Nada existe. Todo es una ilusión, un espejismo.
A propósito de la traducción de Borges y al descubrimiento epifánico de la influencia de Woolf en su escritura y en la obsesión con el tiempo, encontrarse con Orlando es enfrentarse a un libro infinito, que nunca se termina de analizar.
Quizá Virginia misma lo diga en la forma de reírse de quien intenta escudriñar en la mente de otra persona, cuando emula a un biógrafo.
Creo que es más simple, como sugirió Nigel Nicolson, el hijo de Vita, al referirse a Orlando: “Es la carta de amor más larga y encantadora que existe en la literatura”.