Paco y el juego del duende
Por Analía Ávila
Francisco “Paco” Urondo (1930-1976) tenía duende, ese poder misterioso que Federico García Lorca definió como una lucha más que como un obrar o un pensar: “Todo hombre, todo artista, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con su duende, no con un ángel, ni con su musa”.
En su infancia en Santa Fe, Paco leía los clásicos de la biblioteca de su padre -docente universitario-, sus libros favoritos eran las novelas de Alejandro Dumas y La comedia humana de Honoré de Balzac. Creció en una casa donde se escuchaba ópera; amaba jugar con espadas, treparse a los árboles, nadar y navegar en piragua por el río en medio de las tormentas. Durante su adolescencia en el Colegio Nacional “Simón de Iriondo”, conoció a Fernando Birri que provenía de una familia de artistas de la provincia.
La amistad con este personaje excepcional fue muy enriquecedora para Urondo que ya empezaba a escribir sus primeros poemas. Birri tenía las virtudes de un hombre renacentista: poeta, dibujante, pintor, escultor, titiritero; años después sería un cineasta con gran formación, iniciador de la escuela documentalista de crítica social y fundador del Nuevo Cine Latinoamericano. Juntos conformaron un colectivo de artistas llamado “El Retablo de Maese Pedro”, propuesta multidisciplinaria de cine, música, títeres, teatro y artes plásticas que recorrió Santa Fe con funciones en las escuelas primarias, en el Círculo Italiano y en el Centro Español.
En 1950 Birri partió a Roma, Italia, para estudiar cine. Paco decidió seguir con esa vida de artista transhumante. Creía firmemente en el arte como instrumento para transformar la realidad social y tenía ese espíritu lorquiano alegre, jocoso, que le daba un aire popular y al mismo tiempo culto a las representaciones. La experiencia en “El Retablo” lo había puesto en contacto con distintos lenguajes artísticos y escuelas estéticas; esto se reflejó en toda su obra posterior.
Graciela “Chela” Murúa (84), primera esposa de Paco y madre de sus hijos mayores, Claudia -desaparecida en 1976- y Javier Urondo, recuerda esa vida de titiriteros que abrazaron desde que eran novios: “Un amigo italiano, artista plástico y profesor de Letras en la Universidad de Cuyo, nos dio ideas para perfeccionar los títeres. Nosotros mismos los hacíamos, teníamos dos tipos; las marionetas manejadas desde arriba con crucetas e hilos y los títeres de mano, tipo guante, hechos con un mate, papel maché y luego pintados. Las obras eran clásicas, como “Amor de don Perlimpín con Belisa en su jardín” de García Lorca y otras eran invenciones nuestras. Me acuerdo que a Paco le gustaba innovar e improvisar, también había hecho una obra con música de Wagner, con una marioneta que se llamaba Sigfrido”.
Chela y Paco se casaron en 1952 y decidieron lanzarse a la aventura de viajar por el interior del país y ganarse la vida con los títeres. Formaron el grupo “El Retablo de Bartolo” con un grupo de amigos: el fotógrafo Carlos Ragone, y un matrimonio de egresados de Filosofía, Hugo Mandón y Nidia Ferrari.
“Cuando nos casamos le pedimos a un carpintero amigo de la familia que nos haga un teatro de títeres transportable. Nos fuimos a Mendoza pero no nos fue bien, la recepción fue hostil, no conseguíamos auspiciantes. Meses después viajamos a Tucumán y ahí sí fue un éxito. Escribíamos obras para chicos. Nos apoyó la Secretaría de Cultura de Tucumán; hicimos funciones en el Teatro Municipal y también en los ingenios azucareros. Salieron notas muy buenas en el diario “La Gaceta”, cuenta Graciela. “Teníamos un plan de contratos para llegar hasta Salta pero debido a la muerte de Eva Perón se cancelaron todas las actividades. Recuerdo que en Tucumán las manifestaciones por el duelo fueron impresionantes. Después volvimos a Santa Fe”. Murúa también evoca la actividad que había en su provincia natal en aquellos años: “Era un hervidero, había una movida de extensión cultural de la Universidad Nacional del Litoral muy potente. Lo bueno es que de esa época sobrevivieron muchas instituciones culturales como el teatro vocacional, el coro y la Escuela de Cine”
En “García Lorca”, un texto periodístico publicado en 1956, Paco definió así al poeta y dramaturgo español: “Fue un hombre con capacidad de tentación: le tentaron los frutos prohibidos, le tentó el riesgo, le tentó la poesía”. Se puede decir lo mismo sobre Urondo, fue tentado por ese duende que despertó en su adolescencia y que lo acompañó durante toda su vida de poeta, periodista y militante. “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo”