Para matar la muerte
Por Sol Giles
El poeta y periodista Boris Katunaric acaba de publicar su segundo libro “Cuatro simulacros de fusilamiento”, perteneciente a la colección Noche Tótem de Ediciones Lamás Médula.
Es un libro para leer varias veces, de corrido. En el pasto, en el bondi y en la oficina. Pero vale advertir: su poesía incomoda.
Para leer a Boris hay que estar dispuesto a sumergirse e interrogar nuestro lado más oscuro, despojarse de toda mística tendenciosa. Su poesía es insurrectamente mundana. No busca ser correcta ni agraciada. "El punto de partida es una incógnita sin culpa”, escribe. Y de eso se trata.
Cuatro simulacros de fusilamiento es un intento de matar la muerte con la que convivimos. Un libro para salir de la inocencia. Una provocación. Un ejercicio de desacralización de la poesía.
Boris le saca el velo a las figuras retóricas, revelando el perfil más carnal de las palabras y sangrando hasta llegar a la profundidad del hueso.
Ese cuestionamiento implícito incomoda a la poesía pedestre. Así, ladrillo tras ladrillo, verso tras verso, el autor construye una casa con más vigas que paredes. Y el lector se siente una especie de voyeur de las horas oscuras.
Este libro pinta cuadros, desmitifica el manual de buenos usos y costumbres. “Tengo las axilas empastadas de jabón seco”, enuncia el verso inaugural de esta publicación y logra que volvamos la vista para ver si es cierto.
Su poesía se despoja de cualquier protocolo. Pudo haber sido escrita por todos nosotros al despertar de alguna siesta macabra. Si pudiéramos escribir como Boris, claro.
Pero su áspera lengua poética sabe erguirse como contrapeso de una realidad cada vez más violenta y de un país que parece haber tomado por costumbre llevarse puestos a los viejos poetas.
“Últimamente se me mueren los poetas / poetas grandes que se me mueren en las manos / cadáveres de poetas alrededor mío / poetas que se me mueren / y no sé de qué / ni por qué carajo / ni por qué / carajo / ¿será el clima? / ¿el brote de dengue? / ¿será que las últimas elecciones hicieron mierda el Estado / estado de ánimo de mis poetas?”
Hace mucho tiempo no era testigo de una poesía asestando un knock out. Su secreto tal vez se halle entre el ataque poético y la retaguardia periodística.
Sueños de inmortalidad, mundanismo extremo, intimidad desbordante, cotidianeidad amordazada, realidad sin escapatoria, lealtad, alma y traiciones, muerte y poesía juegan en el mismo plano.
Aquí es posible deleitarse en una prosa inclemente que relata sin tapujos lo vulgar de la existencia. Esos instantes de miserabilidad poética que tienen las vidas.
Es un libro para leer un día de lluvia y no sentirse solo.
Es un libro para leer cuando nos desborde la inocencia y necesitemos quitárnosla desesperadamente, sin escarmiento. Como al olor de un cementerio mojado. Como a todo aquello que intuimos y a menudo pasamos por alto: el dolor de una sonrisa borrándose lentamente, la muerte transformándose en recuerdo y esas suculentas papas fritas que no comimos por vergüenza.
Cuatro simulacros de fusilamiento pone en palabras aquello que nos atemoriza y no le resulta estético a los vacíos predicadores del mundo de las formas.
“Es mi mano escribiendo, sangrando a la profundidad del hueso”, dice el autor en el último simulacro. Y los ojos se nos vuelven metralletas.