Poema que vuelve: Silvina Ocampo
Por Norman Petrich / Ilustración: Gato Nieva
Ignorada por la crítica hasta fines de los 80, escondido su tamaño de escritora tras las sombras de su hermana Victoria y su esposo Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo tuvo que esperar otras épocas y otro público que supiera reconocer la imaginación de su literatura, la inflexión de su lenguaje en una obra compleja, habitada por el humor y la originalidad. Si bien se la reconoce más por su narrativa, sobretodo la fantástica, el mundo clásico que habitaba su primera poesía fue ganando lectores por su forma de recrear una cita y convertirla en el sujeto del poema. A esa etapa pertenecen Enumeración de la Patria (1942) y Espacios métricos (1945). Luego tuvo un segundo período donde toma otro tipo de búsqueda. Sin embargo, Silvina Ocampo nunca abandonó en general el verso endecasílabo, como queda claro en el poema “A Borges”: “Quise evitar el terco endecasílabo, como esas indias que al bordar imprimen los colores que gustan a los otros y no a ellas mismas”.
Alberto Lagunas fue un escritor “raro”, por lo difícil de encasillar, porque llegó a ser muy reconocido y falleció casi en el anonimato absoluto, del cual habría que rescatarlo. En su estilo confluían sugerencias surrealistas, humor y coloquialismos. Ganador del Premio Losada cuando este tenía una gran relevancia, traba amistad con Bioy Casares, uno de los jurados de ese certamen que premia a Diario de un vidente. Quizás ese humor en común es lo que acercó a Silvina y Alberto.
El poema aparece por única vez en la revista literaria rosarina Ciudad Gótica, dirigida por Sergio Gioacchini, en su número 21, a mediados del 2000; y fue acercado por el mismo Lagunas. En ella, el nicoleño que vivió muchos años en esta ciudad portuaria, dice que “el poema le llegó en forma de carta” y lo vincula con el “Poema para una muerte efímera”, incluido en su libro Lo amargo por dulce. “Este texto es más que un juego de palabras, retoma una pregunta de Artaud (autor que ella no frecuentaba) hasta resemantizar las notas musicales, llegando al verso el yo sostenido”.
Estimado lector, lo dejo entonces con el poema y quedamos en vernos la semana que viene, en otro “Poema que vuelve”.
Esquiar, nadar, volar, es lo único
envidiable. Cuando pienso en los delfines
que silban para comunicarse me muero
de envidia pero, cuando pienso en los
árboles también ¡Todo menos
ser una persona! Por eso la retraté tratando
de no serlo ¿Quién soy? ¿Quién fui?
¿Quién seré? ¿Quién me transformará,
quién me podrá restituir, yo que nací
sin haber sido ni consultada ni permitida
por el árbol, ni por el delfín, ni
por el esquiador, ni por nadador, ni
por vuelo de pájaro, ni sol, ni la, ni mi,
ni el yo sostenido -