Redes y presión social: ni los ídolos se salvan del amor líquido
Según Zygmunt Bauman el “amor líquido” nace de una sociedad también líquida, que se encuentra atravesada por el consumismo y por el deseo de satisfacer las necesidades de manera inmediata; y en la que casi todo es desechable. En este caso, la idolatría de estos tiempos pareciera no escaparle a esta lógica.
El cantante oriundo de Monte Grande, Thiago PZK, recientemente posteó una foto en bóxer en sus redes sociales, y recibió una catarata de insultos respecto a su apariencia física. Por otro lado, La Joaqui, la joven trapera que se convirtió en una de las artistas más prometedoras de la escena musical argentina, le anunció a sus seguidores que se alejaría por un tiempo indefinido de los escenarios por estar atravesando una situación de estrés traumático.
A partir de esto nacen algunas preguntas que nos llevan a lo mismo: ¿Cuáles son las exigencias para el ídolo, que se encuentra en medio del ojo de la tormenta, y que tiene todas las luces apuntándole sus “defectos” o verdades?
De alguna manera, las pantallas suelen ser un nexo entre los y las protagonistas de la escena artística, y sus seguidores y seguidoras. Pero nada asegura que esa conexión sea real cuando las exigencias sociales y físicas, la cantidad de “me gusta”, y los haters, son moneda corriente. Algo así como la guerra por la hegemonía.
Suele suceder bastante seguido que el subirse a los escenarios, para los y las artistas, llega con una batería de cirugías estéticas, nuevos looks que responden a demandas hegemonizadas o masivizadas, dietas, retoques estéticos, arreglos en fotos, etcétera. Entonces pareciera que la fama responde a una sociedad que exige una determinada apariencia, antes que a la mera apreciación de cualquier construcción artística (Y que nadie se salva de lo “líquido”).
De alguna manera las palabras de Thiago reflejan una problemática que nos atraviesa a todos: “Da gracia y pena lo huecos que son que creen que el físico es lo único relevante de una persona… Rescátense, hay gente que se mata por estas mierdas”.
“Da gracia y pena lo huecos que son, que creen que el físico es lo único relevante de una persona… Rescátense, hay gente que se mata por estas mierdas”. (Thiago PZK).
Lejos de ser un mensaje pedagógico el del músico, este desnuda una realidad líquida y superficial que impera cada vez con mayor fuerza en las generaciones más jóvenes. Además advierte cuántas son las exigencias que afronta un/a artista, que lucha por mantenerse en el centro de la escena o bien que intenta hacer su trabajo.
Cuánto debe resignar, reformular o abandonar, para simplemente poder ser visto con buenos ojos por parte de la hegemonía, o por quienes andan por ahí en Twitter y/o comentan por Instagram.
Por otro lado, La Joaqui expresó que alejarse de los escenarios fue una decisión que tuvo como objetivo cuidar su salud y bienestar. Tal vez la pregunta que debiéramos hacernos es si actualmente los escenarios son o no saludables, y a qué se debe esto.
Tal como alguna vez lo dijo el sociólogo Bauman, ya nada se libra del esquema líquido. Todo se usa y se tira, incluso los humanos. De alguna manera también esto se hace con el ídolo. Consumirlo. Quizá como un espejo de lo que hacemos en nuestras cotidianidades.
“Y lo mismo ocurre en una cultura de consumo como la nuestra, partidaria de los productos listos para uso inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, los resultados que no requieran esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros contra todo riesgo y las garantías de devolución del dinero. La promesa de aprender el arte de amar es la promesa (falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr ‘experiencia en el amor’, como si se tratara de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo”.