Rodarás en mí: la ruta 40 a través de los ojos de Bereciartua
Por Norman Petrich
“Quienes viajamos por la 40 nos movemos por el deseo de conocer la ruta y compartir las venturas y desventuras de quienes viven en sus arrabales. Nuestra vida vive porque también vive la de ellos”, escribe Juan Bereciartua y es casi un manifiesto que cumple a rajatabla en sus diferentes “expediciones” que quedan reflejadas en La ruta 40 en la Patagonia. Diario de Viaje.
La RN40 es esa serpiente que desde 1937 se extiende por tres mil kilómetros hasta el extremo sur de Argentina, “pero que se posó sobre los caminos ancestrales de los pehuenches”, aclara Bereciartua. El autor acondiciona a “Crisálida”, el vehículo que es transporte y alojamiento, para recorrerla una vez más junto a Andrea Lípari, la autora de las bellísimas fotos que acompañan estas crónicas.
No hay viaje que no sea búsqueda, registro social, histórico, ecológico, como deja entrever Osvaldo Aguirre en el prólogo. Y el de Juan no es excepción. En lo que si es diferente es la forma en que se desprenden estos relatos, ya que nacen de distintos viajes que se amalgaman como uno solo siguiendo ese precepto donde el que viene de afuera, ese que se acerca no solo para mirar sino para preguntar, lo hace para aprender del adentro. No solamente de la rica geografía, de sus cambios o conservaciones, sino de la gente que la habita y la hace “mítica”, como él la define.
“La ruta tiene su cuerpo y hay que respetarla”, avisa en un momento de este libro publicado por Tierrapapel ediciones en su colección Nómades. Y sabe que para eso se necesita tiempo. Para escuchar lo que el otro tiene para decir, para distinguir los cambios provocados por el hombre, para entender el ritmo que el antiguo trazado pide al que lo recorre. También para desviarse hacia nuevos lugares cuando la situación invita.
Bereciartua va con las alforjas llenas de tiempo, porque sabe que es la moneda de cambio para quien siente que “todo nace y se desarrolla a partir de la sucesión de momentos novedosos, de imágenes irrepetibles, de la acumulación de instantes como capas diferentes de realidad o sueños o magia”.
La infructuosa búsqueda del mojón que indica el Km. 0, la historia de la inundación del Valle de Potrerillos y la constitución de la nueva villa, el tránsito por el ripio para cumplir con la consigna de “seguir el viejo trazado” abren esta aventura repleta de pueblos pequeños y algunos casi vacíos, como Agua de Toro, hasta otros cuyos nombres son más conocidos como San Rafael o Malargüe. Pero siempre con una mirada particular que lo lleva, por ejemplo, a analizar la historia de la propiedad privada en esta última localidad o recordar el fallido proyecto del “Ramal de oro negro”.
“El viaje es el camino, o mejor, el viaje reside en el camino”, asegura y tal vez por eso recorre algunos casi olvidados, como el paso Huitrín, para cruzar en balsa. Bereciartura es un viajero que tiene tiempo para tomarse “unos amargos con torta fritas” con los lugareños, oír “lo que tienen para decir” y así descifrar (o intentarlo, al menos) los cruces del avance civilizatorio con antiguas costumbres que se resisten a dejar de ser, como los arreos de la “Veranada” en el norte de Neuquén.
Lo impulsa el deseo del reencuentro, del ser testigo, el descubridor de una historia que nace de una pregunta sencilla y del respeto. Porque lo que logra es no sólo guiarnos a través de los terrenos maravillosos y diferentes que va cruzando de norte a sur, también lo hace a través de rostros. De lo que tienen para contar esos rostros y de sus largos silencios.
Juan Bereciatura es oriundo de Ordoñez, Córdoba, y reside en Pueblo Esther, provincia de Santa Fe. Es autor de las novelas Ay Derechos (2002), por la que obtuvo una mención en el concurso provincial de narrativa Alcides Greca, y La virgen de San Martín (2012) Co-escribió en 2015 una biografía de Rubén Naranjo para el libro Territorio de Resistencia.
Para cuando Crisálida llegó al punto final, la casa Abuela Paredes en Punta Loyola, ya había cruzado cinco provincias: Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz.
Lo que quedó sin visitar creció tanto como lo que los sentidos pudieron registrar. Van formando una larga lista de promesas de regreso, como los recuerdos de la niñez retornan con el nombre de Zapala, esa ciudad nacida a partir de un fuerte militar con la intención de proteger a sus pobladores de los malones indígenas.
La ruta 40 nueva, como sucedió con muchas otras rutas míticas, se fue volviendo más turística y, por lo tanto, más comercial. Será por eso que Juan se empecina en seguir el viejo trazado donde las piedras, con más tiempo que él, pueden rescatarle esa magia, ese encanto que se va diluyendo en el apuro por llegar, haciéndonos perder la oportunidad de conocer aquello que habita “detrás del viento”.
“¿Qué quedará de un viaje en la memoria?”, se pregunta Bereciartua. Lo que queda en la suya es una crónica exquisita que tranquilamente puede ser una guía para quien decida hacer el recorrido, o sencillamente para viajar sin moverse de su casa.