Sade y los escándalos

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Sade y los escándalos

12 Abril 2020

Por Daniel Mundo

 

Miradas a la distancia y desde la perspectiva de la clase media, las "locuras" de Sade pueden parecer fascinantes y únicas: ¿quién no querría escaparse con su cuñadita más joven y bastante “fuerte” (es lo que dicen, no hay retratos de la pobre Anne-Prospére)? ¿Quién no desea contratar a media docena de prostitutas/os/es y organizar una orgía durante dos días? ¿O mantener a la puta más cara de París (bueno, por lo general la manutención de las Madamas Sade la compartía con algún otro noble porque no le alcanzaban los luises, todo hay que decirlo)? En realidad, habría que interpretar estas historias como las pesadillas que sueña la clase media en sus momentos de prosperidad. Como perturban su conciencia, las castiga, las reprime, las niega. Pero las desea, le fascinan. Mecanismo obvio. Terminan encarnando monstruos. Vidas frustradas, dedicadas full time a perseguir una felicidad que se parece bastante al sometimiento. La clase media le tiene pánico a la realidad.

En el siglo XVIII, no digo que esas prácticas sádicas fueran normales, pero sí estaban muy extendidas a lo largo y ancho del reino Borbón. Sin ir muy lejos, recordemos que Luis XV se casó con María Carolina Sofía Felicidad Leszcyńska de Wieniawa, pero que su auténtica mujer era la Sra. Pompadour, toda una “cortesana” de verdad. Igual, y por absurdo que suene, tampoco cogían entre ellos. Parece que gozaban a lo grande leyendo los informes que les proporcionaba el inspector Marais, relatos extraídos de los prostíbulos repletos de flagelaciones de todo tipo (dicho entre paréntesis, no se sabe bien por qué, pero este Sr. persiguió obsesivamente a nuestro héroe, hasta que lo expulsaron de la fuerza porque Sade se le escapó en un traslado). Fue un siglo en el que la conciencia social de la desaparición de Dios obligó a la gente a dedicarse a la búsqueda desenfrenada de placer —bah, no la gente en general sino los que tenían las condiciones de vida medio aseguradas, como siempre-. Años intensos esos.

En uno de los “escándalos” de Sade, el caso Marsella, el tercero de sus eventos (el primero había sido el bastante inocente caso de J. Testard; el segundo, el de R. Keller), donde Sade contrató cinco putas entre 18 y 25 años para una performance, uno de los alegatos de la defensa del Marqués sostenía que éste había organizado todo para probar un remedio, era un experimento científico. Me explico. Aparte de los chichoneos sexuales, es decir azotamientos mutuos, actos sacrílegos como “acabar” sobre un crucifijo o insultar a Dios y la Virgen, intercambio de roles y sexo anal (que en aquellos años estaba condenado con la pena de muerte), Sade les había proporcionado a las “chicas” unos bombones que contenían una sustancia afrodisíaca, la “mosca española” o cantárida, una especie de viagra natural que mezclada con no sé qué provocaba flatulencias (es bien sabido que los pedos lo volvían loco al Marqués). Lo acusaron de envenenamiento, ya que al otro día de la orgía varias de las prostitutas sufrieron indisposición estomacal, vómitos y diarreas, y un par estuvieron a punto de morir. Pero no murió ninguna. Por este caso, Sade fue condenado a muerte y ejecutado en efigie el 12 de septiembre de 1772. ¿No les parece todo demasiado espectacular? Lo que sostienen los analistas serios es que en este caso se evidencian los profundos conflictos que existían entre los dos niveles de la justicia francesa de ese momento, los parlamentos ordinarios, cada vez con más poder, y la justicia real, donde las arbitrarias lettres de cachet permitían que los nobles y los millonarios se salvaran del castigo. Un librero (el librero en aquellos años funcionaba como un twittero con miles de seguidores) escribió lo siguiente: “Si los tribunales no juzgan el comportamiento de Sade, que es cuando menos abyecto y repugnante, ni le imponen un castigo ejemplar, el caso ofrecerá a la posteridad otro ejemplo de que en nuestro siglo incluso los crímenes más abominables quedan impunes si el que lo comete es noble o rico”. Ja. La clase media en acción.

En varios de sus juicios, Sade no fue encontrado culpable, y cuando se lo sentenció, como en el caso recién citado, todo el juicio fue irregular y acelerado con pruebas muy endebles (de hecho, en éste las chicas habían retirado los cargos, es cierto que a cambio de algún dinerillo). ¿Qué quiero decir? Que los “famosos” escándalos de Sade son como travesuras exageradas de alguien que pertenecía a una clase social que se derrumbaba a su alrededor, y que él no estaba capacitado para percibir. Para mí estos escándalos fueron “famosos” por dos o tres motivos. Primero, porque la “locura” de Sade, un exhibicionista con deseo de ser castigado, digamos, lo llevó por lo general a tomar decisiones que lo perjudicaban. Si ustedes la pasan mal por algún motivo, recuerden esto: Sade siempre la pasó peor. Segundo, porque su clase social (que Sade despreciaba y nunca supo cómo tratar) lo tomó como chivo expiatorio, cosa que la pujante clase media no tardó ni un minuto en imitar. Por último, lo que llamaría el factor-prensa, que infló tanto los acontecimientos del Marqués que volvieron irreconocibles los hechos a los que se referían. ¿Consecuencia? Siempre culpable.

Voy a decirlo con otras palabras: es la buena conciencia y el progresismo sentenciando lo que no entiende. Siempre culpable. Como escribió el mismo Sade: "Violan a una pendeja en la iglesia ¿y a quién culpan? ¡¿Eh?! ¡Al hdp de Sade! Aunque Sade hace años que está en prisión" (la traducción es propia y libre).

En una nota futura contaré alguna otra fiestita del Divino Marqués, todas son muy jugosas. Voy a terminar con la que lo llevó a la cárcel durante los últimos trece años de su vida, desde el 6 de marzo de 1801 hasta el 2 de diciembre de 1814, día en que murió. Acá Sade ya estaba arruinado, obeso, medio ciego y con hemorroides, y no hubo ninguna orgía de por medio, sino simplemente prejuicios y malentendidos. La dictadura de Napoleón Bonaparte estaba asentada y con planes de proliferar. El Gran Corso se había convertido en el abanderado de las mojigaterías de una clase social que se escandalizaba fácil. Había puesto como jefe de policía a lo más reaccionario que tenía a mano, J. Fouché, al que admiraba. Y además dicen que Sade había escrito una burla sobre el cónsul y su mujer, que en todo caso se perdió. Como sea, lo “levantaron” una tarde en la que el Marqués había ido a visitar a su editor. Estaban charlando rodeados de ejemplares de Justine o los infortunios de la virtud, novela que Sade nunca reconoció públicamente como suya, cuando cayó la cana y se lo llevó preso. Primero se lo encerró en Sainte-Pélagie, y al poco tiempo se lo trasladó a Bicétre, “la Bastilla de los canallas”, como se la conocía, donde alienados mentales, enfermos de sífilis, mendigos, prostitutas y criminales de todo tipo convivían en condiciones inhumanas. Su familia consiguió sacarlo de allí y encerrarlo en Charenton, un manicomio en el que Sade ya había estado. ¿El diagnóstico? Una enfermedad nueva a la que llamaron “demencia libertina”. Ja. Preso sin juicio en un manicomio por tiempo indeterminado, tal su destino.

En esta ocasión, Sade se hizo medio amigote del director de la institución, el Dr. Coulmier, y del Dr. Gastaldy, el médico en jefe que profesaba ideas muy liberales. No sólo se le permitió que su segunda mujer, la “Sensible” Constance Quesnet, viviera con él, sino que además se lo autorizó a montar obras de teatro con los internados. Se harían famosas, y en ellas actuaría hasta alguna que otra estrella de la farándula. Obviamente que estos shows no estaban bien vistos por el jet set de la medicina de la época, ni por los propietarios de la dictadura napoleónica. Los sostuvieron hasta que pudieron.

Si bien es cierto que Napoleón tenía problemas un poco más serios que el destino de un viejo aristócrata gordo y degenerado, se sabe que estaba al tanto del Marqués, porque cuando Gastaldy murió (feneció de indigestión porque se comió cuatro platos de salmón) y lo reemplazó el Dr. Roger-Collard, de ahí en más éste no dejó de solicitar el traslado de Sade a una prisión ordinaria. Todo el circo con los locos le parecía una locura. Además, no sólo Sade convivía con “Sensible”, sino que mantenía una relación “amorosa” con la hija de una mujer de la limpieza. La chica tenía 17 años. En otra nota ya me referiré a este amor de la vejez. Bueno, Napoleón siempre se negó a firmar tal orden de traslado.

Sade murió solo, extrañamente sin la compañía de “Sensible”, la mujer que lo había acompañado y defendido durante los últimos 25 años, y a la que él le legó todos los bienes que le quedaban. Eran pocos.