“Servicio meteorológico”, cuando en la poesía prever es un acto de fe que nos incluye
Ser es percibirse parte de un todo. Ser es ser también fuera de sí, en otro, en otros. Digo "sol", y un rayo me atraviesa; una temperatura, una luz y, a la postre, una sombra también más o menos larga, conforme pasan las horas. Asimismo, la palabra "lluvia", riega, filtra o inunda. En relación especular, el cielo y la tierra, el tiempo y el yo crean, recrean o conjeturan paisajes, frescos de época en el instante en que la acción de evocar es ya la de estar siendo después ahora mismo. Batallas que en el cielo se libran, dejan ver sus consecuencias aquí.
La poeta Alba Murúa contempla el cielo y, al hacerlo, crea no pronósticos sino oráculos de perplejidad, ternura y zozobra; extrañamiento ante lo bello, pero también ante lo ominoso. Ante la epifanía. Acaso la esperanza sea el nombre en que se cifran, en gradientes sutiles, el porvenir inmediato de nuestra existencia y el presente como un obsequio perecedero.
Es el estado del tiempo, la conciencia empírica en que convergen nuestro aquí y nuestro ahora. Prospectivamente, prever para mañana es un acto de fe que nos incluye. El tiempo ancla en el espacio físico. El tiempo se espacializa. El tiempo traza, en Servicio meteorológico, sobre la geografía devastada del conurbano bonaerense, una escenografía a lo Béla Tarr. Así Morón es a Alba lo que Hungría a Tarr. Un pretexto para el fin. De tal suerte, los fenómenos climáticos devienen estados emocionales de imbricación recíproca mas no naturalista. "Dentro de mí furiosamente", dice la poeta. O "Aunque las nubes van por dentro".
La poesía de Alba Murúa cifra en fenómenos climáticos, subjetividades y épicas. La contemplación no es, en efecto, pasiva. Una acción acaece por dentro y por fuera del yo. El tiempo y el discurso comparten una idéntica naturaleza demiúrgica. Ambos crean. Ambos sugestionan. Pero a diferencia de Ángel (el personaje de Cicatrices de Saer, que improvisa para el diario en el que trabaja pronósticos siempre desacertados), Alba traduce con asertividad oracular el mensaje de lo creado, al tiempo que se somete -no sin conmoción- al influjo de éste.
Nunca miente
el servicio meteorológico.
El libro de Alba, tal como sostiene en la contratapa el poeta y filósofo Andrés Kischner, propone una suerte de "hermenéutica de los pájaros". Los pájaros son el índice, la huella, la pista que, visible o invisible, presencializa metonímicamente el tiempo y sus vicisitudes.
Ni un pájaro aún (poema: Heladas, capítulo: Nuboso); Es noche/ el cuervo de Poe o el de Jotaele (poema: Mayormente nublado, capítulo: Nuboso); (...) allá cruza el chimango/ como todos los días/ los pájaros dicen su tristeza de trinos (poema: Nublado, capítulo: Nuboso); (...) Los pájaros no callan/ son menudos los brotes/ mas septiembre impone su designio (poema: Llovizna, capítulo: Lluvia); Desde lo hondo/ desde una vertiente/ que ha sido mancillada/ desde el pájaro muerto/ que encontré esa mañana (poema: Llovizna II, capítulo: Lluvia); (...) crepitan del crepúsculo los pájaros (poema: Fuerte llovizna II; capítulo: Lluvia); (...) me visitan/ pájaros que ignoré (poema: Chubascos débiles, capítulo: Lluvia); (...) he visto las bandadas de aves/ sorprendidas/ cruzar el cielo/ de mi balcón (poema: Lluvia con tormenta eléctrica I, capítulo: Lluvia); (...) me canta un pajarillo/ muy temprano/ sé que es el rayo/ que he de seguir porfiada (poema: Lluvias intensas, capítulo: Lluvia); (...) Todavía/ no levantás los ojos/ hacia la huida de las golondrinas (poema: Vientos fuertes, capítulo: Tormenta); (...) ni un nido quedará/ ni un pájaro de esos/ que creés tuyos/ nada te pertenece (poema: Tormentas aisladas, capítulo: Tormenta).
Una acción acaece por dentro y por fuera del yo. El tiempo y el discurso comparten una idéntica naturaleza demiúrgica.
Así, benteveos y calandrias, golondrinas y chimangos, y hasta el cuervo del poeta Jotaele Andrade (Cuervo negro, cuervo blanco, 2020), se dan cita en este convivio espantado, en este nido -ya poblado, ya deshabitado-, que conforma esa suerte desdichada de ornitología poética, un ritornello a lo Deleuze, en la circularidad eterna de lo mismo siempre diferente.
Un aire lóbrego flota de principio a fin en este primer -y bellísimo hasta el más placentero dolor-, poemario de Alba Murúa. Un aire distópico. Una realidad abrevada de la ficción, atraviesa el firmamento. Es la inminencia del fin. Es el fin coexistiendo con un continuum, sin embargo, de existencia renovada. Es la peste. Es la otra peste. Es ésta tan cercana. Y la de acullá. La peste omnipresente. Es esta, la novísima. Pero también aquella, la atávica peste que nos asecha. La muerte es la peste, como en aquel cuento de Poe. La muerte a pesar de la clausura. La poeta alude a la peste y su sucedáneo inexorable, de un modo metonímico, eludiendo con elegancia magnífica el lugar común y la demagogia de la híper realidad o de la inmediatez epocal rayana al discurso periodístico. Alba escribe en el tiempo poesía atemporal e imperecedera.
No puedo leer esa noticia
ni quiero que me cuentes los detalles
(poema: Nublado II, capítulo: Nuboso).
Qué decir
de este tobillo hinchado
este rumor de sierpes
por mis venas
las luces de la fábrica
que caen como barbijos
a destiempo
(poema: Lluvia prevista sobre las veinte, capítulo: Lluvia).
La poeta alude a la peste y su sucedáneo inexorable, de un modo metonímico, eludiendo con elegancia magnífica el lugar común y la demagogia de la híper realidad o de la inmediatez epocal rayana al discurso periodístico.
Los elementos procedentes de la realidad son la puesta en escena al servicio de un verosímil que se construye isotópicamente, con la coherencia de una conciencia más metafísica que física. Así la fábrica, los obreros. Así el cielo, las aves, las nubes. Así la muerte, los cementerios, las fosas, los cadáveres. Así aquí es allá también, del otro lado del océano.
Así su yo es el fractal de una universalidad creada para ahora, para después. Así Pére Lachaise, así Recoleta.
Llueve en Pére Lachaise
con elegancia, claro.
Llueve en Buenos Aires
(poema: Llueve en Pére Lachaise, capítulo: Lluvia).
Servicio meteorológico es, pues, una pieza de invaluable solidez, sutileza, hermosura. Una pieza conceptual y concreta, una ciencia humana y blanda; un refugio en medio de la intemperie indiferente donde poder ampararse. La poeta posa su mirada en aquello que está, en aquello que en un abrir y cerrar de ojos, por efecto de la vulnerabilidad, puede -y de hecho- dejar de estar.
El desamparado que dormía en la estación
¿dónde está?
(poema: Nubado I, capítulo: Nuboso).
Así, mutatis mutandis, como en su mediometraje La Tierra vista desde la Luna, de Pier Paolo Pasolini (1967), Alba contempla el cielo desde abajo; su ventana es el marco del mundo; el ojo fílmico, el ojo- encuadre, el ojo no parpadeante, el ojo insomne; la vigilia de quien por nosotros ha mirado para redención de nuestra negligencia, de nuestra infatigable pequeñez.