Sobre legitimaciones, concursos y miradas poéticas
Por Victoria Palacios, Miguel Martínez Naón, FerKan, Araceli Lacore, Boris Katunaric, Gito Minore y Norman Petrich
Quienes firmamos esta nota queremos expresar nuestra opinión acerca del Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes 2020. Creemos que la discusión central no debería limitarse a la cuestión de los géneros, temáticas o formatos, sino ampliarse a la legitimación de la producción artística en general, a los mecanismos de circulación y visibilización de las obras premiadas y, a su vez, de aquellas obras y producciones que debido al contexto de crisis y emergencia social que vivimos, evidencian la necesidad de contar con recursos del Estado para su realización. Al igual que en la polémica que se inició con la circulación de los pdfs no autorizados por sus autorxs en la Biblioteca Virtual, a partir de la pandemia; la discusión sólo se centró en las regalías y las autorizaciones, y no en la necesidad de revisar las leyes que rigen los derechos de autor que vienen permitiendo, desde hace décadas, la acumulación de la industria editorial en manos de grandes sectores privados sin regulación del Estado. Analizar y debatir cuáles son los aspectos que permiten legitimar una obra, los que quedan relegados y los sectores beneficiados de esta situación, así como los sectores postergados, permitirá profundizar en leyes de fomento y democratización cultural.
Es importante destacar que, desde que se conocieron las bases, la voz general que se pronunció en desacuerdo con las mismas fue la de lxs poetas, con escisiones y variaciones, una de las cuestiones destacadas es la defensa de la poesía en su ruptura, su modo de cuestionar la mirada única, la exploración de formas y tópicos que incluso invaden e ingresan en otros géneros, pero además, la poesía contemporánea, actual, latinoamericana y nacional está dada por la experimentación, en el cruce con lo visual, la música, la performance, lo sonoro, lo teatral y múltiples prácticas artísticas que escenifican la crítica a las reglas y modelos, discusión completamente extendida y legitimada, que hoy tiene como novedad la incorporación de prácticas artísticas que, desde el transfeminismo decolonial pretenden transformarlo todo y revisar los parámetros de lo que se considera “normalidad”, desnaturalizando los sentidos. No dudamos ni de la proyección intelectual de la directora del FNA, ni de quienes organizaron el concurso en la apuesta de una producción ganadora que cuestione ciertos criterios y pueda configurar el mundo normal que se necesita para plasmar el elemento sobrenatural que lo cuestione, ni que dicho elemento no sea disruptivo. Tampoco que no existan producciones poéticas actuales que elaboren dichos materiales. Pero, lo que sí podría cuestionarse es la omisión o falta de interés en diferenciar la teoría de los géneros fantásticos del elemento central que la constituye, ya que en poesía, dicho elemento, hace su trasvasamiento en forma de cosmovisión o ideología a través de recursos poéticos, metafóricos, alegóricos y no como ficción, permitiendo justamente cuestionar los modos en que percibimos el mundo, incluso como vivimos. Sin esa aclaración, la lectura de dichos elementos y materiales puede estar sujeta a la banalización, la parodia e incluso a la ridiculización. Y esto se relaciona con el último punto, que queremos mencionar, en disconformidad sobre las bases del concurso, que es la restricción del trabajo de lxs poetas, cuya tarea no se vincula directamente a la publicación de un libro, o a la obtención de un premio, sino que sus producciones necesitan del formato libro, o de los concursos para su visibilización, su aporte económico, o su concreción. Es equívoco plantear que nuestra defensa es afirmar que hay pocxs poetas que registren su voz con elementos de estos géneros, algo que está íntimamente relacionado con la sentencia de que este formato es una buena oportunidad para desarrollar poesía vinculada a ellos. Conlleva el error de pensar que unx poeta escribe pensando “voy a inscribirlo en los marcos de éste género o de aquel otro”. Y en este caso, esta restricción condiciona el único espacio vivo hasta aquí, después de los cuatro años de ajuste brutal del macrismo, que seguía siendo de importancia fundamental por su rédito económico, y también por las posibilidades de edición y relación con las pequeñas editoriales de poesía del país de gran prestigio, por los criterios de selección de sus producciones.
Al mismo tiempo, nos parece un aporte importante la regionalización del concurso, ya que permite una distribución de los premios con alcance federal. Suena contradictorio que se busque mayor inclusión por este lado y se produzca una exclusión poniéndole límites al decir poético. Nos parece una exageración que se esgrima este criterio de la división por regiones de la actual convocatoria como prescriptiva necesaria para la descentralización de la literatura nacional, ya que como ente autárquico puede disponer de fondos para el fomento de la producción artística de manera totalmente independiente de cualquier restricción teórica, operación cultural, o interés privado. En este sentido, nos parece que la centralización de la literatura nacional en relación a Buenos Aires o algunas de sus ciudades satélites es parte de construcciones críticas que responden a intereses privados que siguen soslayando la actividad de lxs escritores, de cualquier género y estilo, como un trabajador de la cultura. Una verdadera descentralización y democratización debería construir las herramientas críticas para poder abordar, favorecer y difundir cualquier tipo de literatura, promoviendo el derecho de todxs a producirla y disfrutarla.
Por último, más allá de todas las aristas que deben reflexionarse sobre esta polémica, queremos resaltar que cuando proponemos debatir los lugares desde dónde legitimamos una obra, reconocemos que los premios son uno de ellos, aunque no el único. Y que en algunas ocasiones pasan a formar parte del andamiaje de las grandes industrias editoriales. No pocas veces nos preguntamos quiénes componen los denominados “comité seleccionadores” que reducen las lecturas del jurado a 3, 5 o 10 originales, cuál es su función y si se nos sigue pidiendo que confiemos ciegamente en ellos, después de lo sucedido con Juan Marsé y el Premio Planeta tanto en el 2004 como en el 2005. En este caso en particular, es llamativo que hayan eliminado el jurado especializado en poesía, que siempre estuvo conformado por poetas de trayectoria y experiencia notable, muy queridxs por su generosidad en el ámbito de la poesía, de conducta intachable, y que sobre todo, han construido saberes del campo propio a través de la escritura y de la lectura de las más variadas producciones.
Creemos que debería revisarse la base del concurso, abriendo el cauce para la legitimación que ha perdido o plantear otro que incluya un segmento más amplio de posibles concursantes del ámbito de la poesía dada la emergencia cultural, social y económica que vivimos por la pandemia, apuntando con esto a los contextos de producción desde una gestión cultural crítica y transformadora.
Por otro lado, queremos reafirmar que nos resulta desleal desviar esta discusión con argumentos irónicos, de soslayo e incluso injuriosos sobre sentimientos de frustración, y muchas otras cosas más, acerca del móvil que ha llevado al conjunto de poetas a abordar la cuestión, de un concurso nacional dirigido por personas que consideramos nuestrxs compañerxs. Con esta aclaración, queremos también evitar que se sobredimensione el tema. Después de todo, hay otras realidades que nos parecen más acuciantes como es la necesaria creación del Instituto Nacional del Libro; como una ley que proteja a lxs trabajadores de la palabra. Ningún tipo de literatura debería ser descartada o puesta en duda porque la "leen sólo los amigos" o "no vende ni cien ejemplares". Aún la configuración de "la literatura universal", sus "obras clásicas" y sus "bibliotecas" con los procesos de legitimación a través de la historia de la literatura, injustos y homogeneizadores, superaron a destajo los contextos de recepción de lectura de su tiempo. Según estos criterios de cantidad, desaparecerían inmediatamente. Y nos remite a algo que ya planteamos: ¿qué legitima una obra? ¿el mercado? La poesía se mueve en sus márgenes, intentando que no sea sólo él quien decida desde donde nos reconocemos o nos rechazamos.