Una lectura conjetural sobre Borges

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HIPÓTESIS BORGEANA

Una lectura conjetural sobre Borges

16 Febrero 2025

Con el reverencial temor que -supongo- el converso niega tanto como el blasfemo, las consecuencias existenciales de algún dios, comenté esta lectura conjetural hace unos cuantos años atrás. El unánime rechazo dentro del reducido núcleo que participó de mi torpe exposición no aplacó aquel atrevimiento interpretativo, que hoy pretendo exponer con cuanta claridad me sea posible.

Dije lectura conjetural y sea ésta una “hipótesis” de trabajo en los modos de leer, sirva para lo que sigue. Asimismo, conjeturo que la conjetura está más ligada al rumor, al chisme, que las hipótesis. La primera necesita de verosimilitud (lo verosímil, aunque pueda ser improbable), la segunda de veracidad (lo verdadero, que ha de ser postulado o probado). A una le alcanzan los indicios para montar juicios; la otra necesita más: una fuerza de la cual extraer consecuencias. Para una es suficiente una sospecha creíble, la otra impone condiciones de necesidad y de no suficiencia.

Dos digresiones no literarias. La primera es que Argentina tiene algo de país conjetural, incluso en lo inverosímil tomado por negación. Muy ligado a esto, Belén Astudillo expresó en esta agencia que el chisme establece lazos y contribuye al entretejido de comunidad e historia. La segunda remite a lo político–gobernante. Cuando el país es conducido por fuerzas de corte nacional –popular– latinoamericanista, todo se torna necesario e insuficiente; cuando las fuerzas liberales en sus variopintas extracciones están al frente, se trastoca la demanda y se establece cierta dictadura de lo verosímil, aun cuando en lo fáctico se muestre absolutamente falso.

Jorge Luis Borges conjeturó que en el espejo de aquella noche de un septiembre de 1829, Francisco Narciso de Laprida -quien tuvo el honor o la dicha de presidir el Congreso que dictaminó la Independencia- alcanzó su insospechado rostro eterno. El más efectivo de los conjeturadores dijo que “Laprida, el ilustre Laprida, me amonestó del peligro que acrecentaba; si lo hubiera seguido no podría deplorar ahora la pérdida del hombre que más honró San Juan”. Y también a través de Domingo F. Sarmiento nos llegó la conjetura que su honroso coterráneo fue degollado. Otros, menos influyentes, propusieron que fue enterrado vivo hasta el cuello y sobre su cabeza cabalgaron adversos federales. Lo único verdadero es que desconocemos el lugar de descanso postrero de quien llegó a Tucumán en 1816 por orden de José de San Martín.

En esta agencia, años atrás, Pablo Melicchio nos ofreció una interpretación sobre Borges y su inmensa fuerza ficcional, la que altera a quien lo lee y altera su modo de leer la realidad que lo circunda. Por medio de Ricardo Piglia y Alfonso de Toro, semanas atrás también en esta agencia, sostuve que la literatura de Borges es tanto más las posibilidades de lectura que lo que escribió. En concordancia con Melicchio, y con anterioridad, Estela Canto –musa inspiradora a quien está dedicado El Aleph- nos legó por conocimiento inmediato que en la literatura de este autor hay más de cotidianidad que de erudición, y que, como magnífico tahúr, siempre nos ha hecho trampa sobornándonos con el infinito, los espejos, la incertidumbre, el peligro o la derrota. O también la atracción por lo taimado y la traición, como ese maravilloso pasaje en el que ofrece lealtad aquel que nunca se ha sabido leal. Las exquisitas interpretaciones que esta escritora – periodista realiza sobre “Funes el Memorioso”, “El Zahír”, “El Aleph”, “La escritura del dios”, y “La intrusa”, entre otros pasajes de la obra de su amigo, nos permiten abordar otras claves interpretativas. Canto sostiene que a “Borges le gustaba conjeturar. Su mente funcionaba a sus anchas al rastrear las líneas de una determinada conjetura”. Tengo una razón más para ingresar en las contaminadas licencias que otorga el arte de conjeturar.

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Contrariando a los imperiales dictámenes que pretenden reducir la ficción borgiana a meros artilugios algorítmicos y así convertirlo en un pre-cyber alucinatorio y de anticipación, tomo como hipótesis que Borges es un gran escritor político, no porque haga política (explícita) en sus textos, sino porque “hurtando” temas de (o a) la realidad y, en parte, de (o a) la historia, reconvierte esa realidad y/o esa historia en ficción que transmuta a nuevas maneras de leer la realidad -como bien sostiene Melicchio-. Esta hipótesis recibe sus pruebas, nunca suficientes, en varias obras. Para no saturar el decurso conjetural, referiré sólo a algunas de ellas, tales como Borges a contraluz de Estela Canto; Borges, ese desconocido; La búsqueda de la identidad nacional en Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz, de Norberto Galasso; y Borges por Piglia, de Ricardo Piglia.

Atento a la coyuntura, citaré una parte del iniciático poema “Rusia” (1920) donde Borges propone que “En el cuerno salvaje de un arco iris / clamaremos su gesta / bayonetas / que portan en la punta las mañanas”. Allí/Así comienza el derrotero literario del complejo laberinto borgiano, que algunos conocedores dicen ha sido rescatado por la enigmática María Kodama frente a las supresiones y amputaciones que el propio autor había hecho sobre su pasado y su obra.

Dos pormenores más, antes de ir a la conjetura principal. Una compañera me hace saber que un bibliotecario, quien sucedió en el oficio al escritor ciego, le “confesó” que Borges era, literariamente, más peronista que Marechal. En esta clave, el artista plástico Daniel Santoro -entrevistado por Pedro Rosemblat- sostiene que Borges “es mucho más popular que Marechal, infinitamente más popular”. Y afirma categórico que “a Marechal no lo puede leer nadie a nivel popular [porque hay que tener] un saber de filosofía griega” muy alto.

Estela Canto dijo que todos “sus sueños lo llevaron a admirar a los hombres valientes, hicieran lo que hicieren y en cualquier circunstancia. Hubiera sido lógico que admirara al Che Guevara, el hombre que en nuestro siglo ha dado la versión más pura del héroe, aunque no compartiera sus opiniones. Solo una vez lo nombró, en una entrevista. Dijo: ‘Es un personaje que me desagrada profundamente’; no explicó por qué le desagradaba y no hurgó en sí mismo para conocer las causas de ese desagrado”.

Bioy Casares nos confió que Borges se rió “mucho de un orador del congreso de escritores al que asistió en Santiago [de Chile], quien, para elogiar a la juventud soviética dijo que sus ídolos eran el Che Guevara y Evgueni Evtushenko. “Qué sorprendentes, qué originales: admiran a un individuo pagado por ellos, que mata y roba para ampliar el imperio soviético, y a un poeta recordado por poemas como el famoso ‘Babi Yar’, en que valientemente llama hermano a un judío. Está muy bien que lo haga, pero ¿cómo será esa juventud que elige a ese poeta entre todos?” (vale aclarar: dice Bioy que dijo Borges).

Por otro lado, la fabulación popular ha hecho circular lo sucedido el día del asesinato de Guevara, de la misma manera que el conjetural encuentro con Leonardo Favio, en el que éste le declara su admiración al escritor a la vez que le revela ser peronista, y Borges le responde que ambos son ciegos. Ese día un estudiante interrumpe en la clase de Borges en la Universidad de Buenos Aires y sostiene que se debe desalojar el aula en protesta y por duelo; Borges se opone, entonces resuelven cortar la luz. Cuando le anotician de la situación sostiene la improbable narración que el profesor respondió “en previsión de este día he tomado la precaución de quedarme ciego”.

"A Borges le gustaba conjeturar. Su mente funcionaba a sus anchas al rastrear las líneas de una determinada conjetura”.

Conjeturo que hay un texto, de resolución extraordinaria, en la que la figura del Che Guevara está presente, en esa forma que Macedonio Fernández proponía sobre la dialéctica entre lo ficcional y la realidad, o parafraseando a Piglia, el problema no es tanto cómo la realidad entra en lo ficcional, sino como la ficción está en la realidad. Y siguiendo al autor de El Último Lector, Borges construyó una ficción especulativa, que le permite a otros hacer cosas, en este caso proponer una lectura conjetural.

En vano he tratado de saber la fecha exacta de la invención de tal escrito (aunque son limitados, también, mis accesos a tales cuestiones). Cuando formalicé esta conjetura, tantos años atrás, sólo tenía presente la fecha de la primera edición del conjunto de textos en los que se encuentra este relato (1970) y la fecha del asesinato de Guevara (9 de octubre de 1967). Con el progreso de internet no he avanzado demasiado más que en estos datos. Y piénsese esta extraña forma de conjeturar que estoy sosteniendo, más ligada a lo probatorio que a lo verosímil.

El conjunto de textos es el enigmático libro El Informe de Brodie, en el que el infinito, los espejos, los juegos del tiempo, las geometrías y los algoritmos ceden ante la ética, el destino, la perplejidad o lo siniestro, y el texto al que hago referencia es "El Evangelio según Marcos".

Descubro algunos rasgos de Guevara en Baltasar Espinosa. Puede ser condición del azar que el año en que Espinoza llega a la estancia Los Álamos, en el partido de Junín, coincida con el año de nacimiento del Che. Baltasar, al igual que Ernesto, era hijo de padre librepensador y madre de vocación religiosa en sus años jóvenes. Familias de buena posición social, ambas. Cataloga a Baltasar de perezosa inteligencia, y de gran oratoria. Estudiante de medicina. Le asigna coraje en una riña universitaria en la que no quiso participar de una huelga. “Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba”, así como Guevara las aprendió en travesías. La cara de Espinosa se dejó cubrir por la barba. Espinosa les lee la Biblia a los Gutre, empleados de campo, analfabetos. “Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre [de la familia Gutre] le pidió que repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños, a quienes la repetición les agrada más que la variación o la novedad”. En algún momento “el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres”.

La impugnación que me hicieron aquellos amigos, antaño, fue confundir Cristo con Guevara. Mi malicioso retruque fue equipararlos a los Gutre. Y ésta es la trampa de tahúr que nos plantea Borges ¡ser interpretativamente los Gutre! Es para maravillarse y horrorizarse; y es el juego ideológico en su más espléndido despliegue. El relato, con un final concreto, permite inferir la barbarie, y no las razones de la barbarie. Lo concreto del final no deja, sin embargo, certezas del por qué, y allí se abre al infinito el universo de posibles que plantea Borges.

En una brumosa conferencia, con una irresoluta voz, hibridando idiomas y autores, Borges comenzaba a responder mi conjetura. Entre el sopor se vislumbraron las caras confabuladas de Leonor Acevedo Suárez y María Kodama y, quizá desde Las Nubes de Amorín, corrompieron un reloj hasta hacerlo cómplice… El sonido irritante y cotidiano se presentó junto al sol que ya ingresaba por la ventana, una ardorosa mañana de enero irrumpía, interrumpiendo la satisfacción de mis dudas.