Los juegos geométricos de Borges, los algoritmos y la fundación de la patria híbrida

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    Borges 2.0
    Ilustración: Leo Olivera
ENSAYO

Los juegos geométricos de Borges, los algoritmos y la fundación de la patria híbrida

26 Enero 2025

El escritor William Gibson, considerado padre del ciberpunk, cuenta que descubrió a Borges “en una de las más liberales antologías de ciencia ficción, que había incluido su cuento Las Ruinas Circulares. Eso me intrigó lo suficiente y busqué Labyrinths, que, imagino, debió haber sido bastante difícil de encontrar, aunque ya no recuerdo esas dificultades. Recuerdo, sin embargo, la sensación, a la vez compleja y, de forma misteriosa, simple, producida por mi primera lectura de 'Tlön, Uqbar, Orbis Tertius'”.

Inmediatamente va a un concepto informático, para continuar con aquella vivencia de leer por primera vez al argentino. “Si el concepto de software hubiera estado a mi alcance, imagino que me habría sentido como si estuviera instalando algo que aumentara de manera exponencial lo que un día se llamaría ancho de banda, aunque ancho de banda de qué me era imposible saberlo. Esta sublime y cósmicamente cómica fábula sobre información pura (id est, lo ficticio puro) que gradual e implacable se infiltra en lo cotidiano hasta consumirlo, abrió algo que nunca ha sido cerrado dentro de mí”, a lo que agrega que años “más tarde, ahora, entiendo la palabra meme, hasta donde puedo entenderla, en términos del mensaje viral de Tlön, su vector inicial, unas pocas páginas misteriosamente sobrantes en un volumen por demás ordinario en apariencia de una enciclopedia para nada estelar”.

En Borges por Piglia, Ricardo Piglia sostiene que en la literatura de Borges son rasgos distintivos la biblioteca y la memoria, y asegura que funcionan como una máquina de construcción de ficciones. Por eso afirma que no se trata de “mejorar a Borges por esa tontería de lo que hace se parece a Google, él escribía estas cosas en los años cuarenta, pero es verdad que su sistema de clasificación hoy adquiere otra dimensión en nuestra cultura. Tiene que ver con que él sabía muchas matemáticas y trabajaba con la teoría de los tipos y cuestiones que pueden ser muy interesantes para quienes se dedican a la programación”.

Previamente, sostiene que “Borges no era un erudito en el sentido alto del término […] Es un hombre que trabaja con una erudición que está al alcance de la mano en Enciclopedia Británica. En él, la erudición es una forma de narrar. No tiene el gesto del erudito que quiere hacer ver que sabe”. Propongo poner a prueba esta hipótesis pigliana.

El Libro de Arena comienza con una idea matemática intuitiva pero que puede resultar paradojal, sin que ello haya sido enunciado así por Borges. “La línea consta de un número infinito de puntos; el plano de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes”. Luego dice que no es éste el mejor modo de iniciar el relato, pero ha dicho todo. El tema del que tratará está en relación con el infinito (o alguna idea sobre ello). En este texto establece un juego con lo que en teoría de conjuntos se denomina cardinalidad (la posibilidad o no de numerar, por decirlo abreviado) y lleva por denominación Aleph (, símbolo de los números transfinitos). En ningún momento Borges explicita la matemática que pone en juego. Sencillamente la usa.

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Tapa Labyrinths

Nos anoticia Guillermo Martínez en el libro Borges y la Matemática, que el autor de El Aleph escribió que hay “un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros. No hablo del Mal cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito”, y aquí podemos decir que se desliza cierta ironía sobre aquello que llama Aleph, y que frente a la idea hasta el Mal puede ser acotado (lo que también parece ser una conceptualización matemática sobre ello). “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente” comienza La Biblioteca de Babel, cuya construcción lleva a postular, en el final, que “esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.

Entre estos dos lugares sucede el infinito o los infinitos. Los infinitos lenguajes, los infinitos tomos, los infinitos anaqueles, en la elegancia literaria con la que Borges construye este relato superlativo. Lo sorprendente es que seguido al punto final del relato aparece una nota al pie, en la que se dice que “Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en un cuerpo nueve o cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas. (Cavalieri a principios de siglo XVII dijo que todo sólido es la superposición de un número infinito de planos.) El manejo de este vademécum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés”.

Es notorio este final. Más de tres décadas pasaron entre la publicación de La Biblioteca de Babel (1941) y El Libro de Arena (1975). Vemos que éste es un desprendimiento de la Biblioteca. Podemos decir que la Biblioteca presupondría un teorema, y el libro su corolario. Lo pienso de esta manera, porque es una manera muy común en el proceder matemático. Dos anotaciones: El Libro de Arena es, por decirlo de alguna manera, menos sofisticado que La Biblioteca de Babel; lo mismo ocurre entre un teorema y sus corolarios. Y el Borges de La Biblioteca de Babel aún no se había quedado ciego (el Borges ciego, que es el de plena fama, que dicta El Libro de Arena).

Por simplicidad no he abordado la inmensa "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". Ese mundo infinito, infinitamente ideal, en la construcción del más fantástico de los cuentos fantásticos de Borges, o en el menos pretencioso, El Congreso que guarda cierta equivalencia con Tlön.

Se ha afirmado hasta el cansancio que en Borges cada sentencia puede dar lugar a la apertura de nuevos mundos. Así, en El Congreso se dice al pasar que “cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría”.

En ningún momento Borges explicita la matemática que pone en juego. Sencillamente la usa.

Borges e internet

Tomaré dos textos -de los muchos que hay dedicados al tema- que fueron escritos hace más de cinco lustros. Uno de ellos es Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales, que corresponde a la profesora de la Academia Naval de los Estados Unidos Perla Sassón-Henry. ¿Qué hace una investigadora de la Academia Naval de los Estados Unidos estudiando la obra de Borges? ¡Produce conocimiento! Y esto es para los escándalos que se suceden seguido en este país, en los que comisarios ideológicos (sean del PRO, sean de LLA) impugnan temas de investigación prioritariamente en las ciencias sociales, para justificar el desmantelamiento del aparato productivo todo (incluido el de conocimientos). Muy resumidamente expongo que esta autora toma, a partir de relatos como La Biblioteca de Babel o El jardín de los Senderos que se Bifurcan, la idea de hipertextualidad, y de allí el hyperlink y las bifurcaciones (tan comunes en nuestros tiempos informatizados). La hipertextualidad borgeana es una idea muy trabajada, con anterioridad, por Beatriz Sarlo, a quien Sassón-Henry cita. También, a partir de las ideas del Premio Nobel de Química, Illia Prigogine, la autora prevé un Borges adelantado a lo que hoy conocemos como teoría del caos.

Sin embargo, El Jardín de los Senderos que se Bifurcan tiene otras interpretaciones, también, que lo emparentan más a la Física Cuántica y las lógicas polivalentes originadas desde este campo de conocimiento, que a las noveles redes informáticas. El libro de Alberto Rojo, Borges y la Física Cuántica nos acerca interpretaciones al respecto. Pero más aún, hace cien años Borges escribía en La Encrucijada de Berkeley que de “distinción en distinción, nos acercamos al dualismo hoy amparado por la física”. Lo notable es que en 1924, el físico francés Louis-Victor de Broglie propuso uno de los conceptos estructurantes de la Mecánica Cuántica: la dualidad onda – partícula, por lo que obtuvo el premio Nobel de Física en 1929. Es decir, Borges estaba al corriente de la revolución que se estaba produciendo en el territorio de la Física en ese momento.

En las disputas erigidas sobre Borges, puede decirse que no es un autor posmoderno aunque haya obnubilado a pensadores adscritos a estas corrientes, y podemos decir que no es un autor posthumanista en su totalidad, sin ser un humanista, es un autor en el que se prefigura la vida (o la muerte), y está mucho más ligado a la tradición, incluso la tradición popular (recordemos que para él, Las Mil y una Noches era una de las obras favoritas).

En este punto sobre lo posthumano y Borges, es interesante Cy-Borges: Memorias del posthumanismo en la obra de Jorge Luis Borges (2009), un libro realizado a través de ensayos de varios autores, en cuyo prefacio se indica “tiene que ver con la forma en que muchos de los escritos de Borges son en realidad experimentos sobre cómo hacer pensable lo imposible y lo inconfigurable. Lo poshumano, como aquello que reconfigura lo real y lo posible una vez que la tecnología rediseña el potencial humano e instituye un nuevo orden, está por lo tanto en todas partes en Borges”. Propongo que pensemos en desacuerdo el “está en todas partes en Borges”, porque hay vastos textos que quedan por fuera de esta generalización apropiadora.

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Tapas borges

No deja de ser inquietante una de las hipótesis subrepticias de Toro, en la que Borges parece más las maneras por las que se lo ha leído que por lo que ha escrito, que se roza con algunas de las conjeturas de Piglia. Dice Roberto Hozven en Alfonso de Toro: Borges Infinito. Borges Virtual, el otro texto en cuestión, que en la literatura de Borges los “ojos de nuestra mente no ven tanto al objeto inteleccionado, contemplado, como constatan su desaparición. Frente a este fenómeno textual lector, Alfonso de Toro erige su enciclopedia para copar, cooptar, retener el flujo de significados en que el mundo se nos escurre por entre los dedos de la mente”. Y así el saber “borgeano, como el hipograma de Michel Riffaterre, también es una palabrahuella, un eslabón memorioso que vincula la palabra actual a un paradigma de significancias, que se resuelve en una enciclopedia virtual, que hace de la realidad un flujo de escrituras escalonadas al infinito”.

Para Hozven “cuando de Toro lee a Borges desde Deleuze, en realidad, nos está demostrando que Deleuze —en términos deleuzianos— ya ha sido sodomizado por Borges desde mucho antes”. Así relocaliza los flujos, o la dirección de los flujos, a los que el deluzianismo es tan afecto. Para de Toro, es “la potencia epistemológica de Borges lo que hace trascender a un nivel universal prácticamente incomparable con cualquier autor de la historia de la literatura”, y paradojalmente Hozven plantea que si “fuera posible dar cuenta de la biblioteca casi infinita de Borges, sería imposible dar cuenta de la virtual”. Lo virtual deviene de la imposibilidad de dar cuenta de lo infinito, en relectura a La Biblioteca de Babel.

Planteos finales

Estela Canto, en Borges a Contraluz, sostiene que su querido Jorge Luis “pensaba que la patria es una «decisión», que uno es argentino porque ha decidido serlo. Con esta simplificación negaba la otra cara de la moneda: la fatalidad de haber nacido en un lugar, la fatalidad de un condicionamiento”. Borges, en las múltiples contradicciones de su existencia, se sentía argentino.

Cerca de la mitad de su vida fue políticamente reaccionario, conservador, antiperonista siempre, y miserablemente apoyó a la última dictadura, que luego criticó -aunque desde una óptica de los dos demonios-. Es la misma persona que adhirió a la primera solicitada de Madres de Plaza de Mayo. “La personalidad de Borges era elusiva, escurridiza; era un cierto hombre para cada una de las personas que lo conocían, o creían conocerlo. Y muchas veces éste tenía poco que ver con el hombre que otros habían visto”, dice Canto.

Puedo afirmar que desde el peronismo se ha leído secretamente a Borges, negándolo. Una denegación, descubrimos lo que es a partir de lo que no es. Pero lo leemos, a diferencia de la derecha y el liberalismo que lo cita para darse pátina, y cuando se rasca un poco sin sonrojarse hablan de las novelas de Borges. Los orilleros, los matones, los compadritos borgeanos no son universales, aunque aspiren serlo, no son fragmentariamente un microcosmos que se replica en red ad infinitum. Son el arrabal que por patria tomó decididamente.

Entre juegos geométricos, o matemáticas devenidas en algoritmos, ayudó a fundar y fundamentar mitologías en un país híbrido. Ahí es un autor político. Usa la historia, la deforma porque hace literatura y crea nuevos mundos de un mundo que ha transcurrido a pesar de nuestra inexistencia. El problema que nos presenta es que nos vuelve contado por “gringos”, y fiel a las colonizaciones culturales– lo tomamos interpretado a través de Barthes, por Derrida, por Foucault, por Deleuze… no lo ponemos en diálogo con Manzi (como ocurrió hasta bien entrada la década de 1930), ni con Scalabrini Ortiz –ambos herederos de Macedonio Fernández–, no estudiamos al Borges admirador máximo de Almafuerte, o al que entrecruza las ideas de Evaristo Carriego, o al que confronta con Arlt (en los espacios de convivencia de cada cual). En el juego de espejos, lo vemos en el que se refleja en el exterior. Esta nota misma, que recurre a Gibson… aun bajo la admonición de Piglia.