Uno, dos, ultraviolento

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Uno, dos, ultraviolento

02 Septiembre 2018

Por Norman Petrich

"Vamos a seguir empujando por esa huelga de 36 horas, por un plan de lucha para que caiga el Gobierno. Vamos por ganar las calles y la Plaza de Mayo. Vamos por tirar abajo todos los planes de esta derecha de mierda y de todos sus cómplices. Hay que echar a la mierda al gobierno de Macri", dijo el Pollo Sobrero el 25 de junio del corriente año y arreciaron las críticas desde todos los sectores, los de enfrente y de los (llamémosle así) cercanos.

Fueron tan fuertes, su actitud fue tan tildada de antidemocrática y violenta que el sindicalista decidió pedir disculpas al poco tiempo. Y ni siquiera esto las detuvo, ya que recibió una denuncia del abogado Santiago Dupuy de Lome por “incitación a la violencia colectiva” y por tener “una actitud golpista y sediciosa”.

No quiero tratar acá si fue desacertado o no el momento elegido por Sobrero ni su retroceso posterior, sino las repercusiones que sus declaraciones generaron, a la arrogación, uso y desuso de la palabra "violencia" o, en su mejor definición, de la violencia en la palabra.

Podemos partir, apoyados en las “reflexiones marginales” de Zizek, diciendo que la violencia subjetiva y objetiva no pueden percibirse desde el mismo punto de vista porque la violencia subjetiva se experimenta como tal en contraste con un fondo de nivel cero de violencia (multitudes fanáticas, individuos perversos, etc.). Es una violencia que perturba el estado normal de las cosas.

La objetiva es inherente al estado normal de esas cosas. Mantiene el estado de nivel cero contra lo que percibimos como subjetivamente violento. En otras palabras, cuando percibimos algo como violento lo medimos comparándolo con lo que pensamos normal, no violento. Pero ¿quién decide, quién impone esa “normalidad” en los actos?

En épocas donde no hay tiempo para reflexionar y debemos actuar ya, no parece resultarnos sospechoso que en forma sistémica se ataque todo tipo de violencia, no sólo directa y física sino ideológica, y si se entremezclan, con más razón. Y ello se debe a que la violencia objetiva ha cobrado otra noción a partir del capitalismo, donde la violencia sistémica no puede ser atribuible a sujetos individuales sino que es puramente anónima. Y es acá donde cabe el chiste lacaniano de los Simpsons cuando el vendedor de casas le responde a Marge: “existe la verdad y laaa verdaaaad”

Tampoco resulta sospechoso que esa acérrima oposición esté centrada en lo subjetivo, sobre todo a través de los distintos dispositivos electrónicos de información, ni nos preguntamos si no es un intento desesperado de distraer nuestra atención del auténtico problema, ocultando otras formas de violencia de las cuales participan activamente.

Es decir, los principios de normalidad que tomamos como referencia cero para definir un acto como violento son una imposición.

Y esa imposición lleva implícita una violencia incondicional.

En otras palabras, el lenguaje no violento lleva implícito violencia.

¿Es ese lenguaje utilizado en pos del bien una máscara que esconde el rostro del mal?

¿Qué pasaría si el Pollo Sobrero, en vez de pedir disculpas hubiera dicho: ustedes fueron, nuestra necesidad de intentar que no terminen su mandato nace del violento hecho de que mintieron en todo para gobernar y todas sus políticas llevan a la desintegración y sumisión de la clase a la que pertenezco?

sobrero

Sería una respuesta de otra época, ya que en la actual las grandes ideologías intentan ser reemplazadas por una eficiente administración de la vida. Con ese marco, el único modo que queda autorizado para movilizar masas es el miedo.

La corrección política es la forma liberal ejemplar de la política del miedo.

Pero ¿qué pasaría si se vuelve a poner en duda la “normalidad” de ese lenguaje?

Cuando un trabajador se manifiesta contra su explotación no sólo lo hace contra la simple realidad sino contra una experiencia que toma sentido a través del lenguaje: la realidad en sí misma no es intolerable, el lenguaje la vuelve tal.

Será por eso que toda poesía es hostil al capitalismo, como escribe Juan Gelman, puede volverse seca y dura pero no/ porque sea pobre sino/ para no contribuir a la riqueza oficial. Partiendo de allí nos advertía que se miente en cantidad hermanos míos resulta bella la fealdad/amorosas las pústulas gran dignidad la infamia/ al pájaro cantor al distraído le crecen reptiles/ con asombro contempla su gran barbaridad/ hurrah por fin ninguno es inocente/ caballeros brindemos las vírgenes no virgan/ los obispos no obispan los funcionarios no funcionan.

¿Hacia dónde nos hace mirar Alberto Szpunberg cuando escribía en “muerte de Felipe Vallese” lo mataron/ y nadie se dio cuenta/ ahora lo necesitan como si no/ se hubiese disipado en algún punto del país para terminar avisando: mal asunto hermanito/ que en nuestro odio descanses. ¿Era que, en esos tiempos, de nuestro odio podía nacer algo bello? ¿Dejamos de preguntarnos qué era lo que nacía o simplemente ya no quedó posibilidad de odiar? 

Porque ya, en esos años, el imperio de miedo a través del ojo era detectado, como lo hace Paco Urondo en Tinieblas para mirar:

Veo tus intenciones y tus actos triunfales

por crecer; adivino el parpadeo, veo/ y quiero descansar un poco, se entiende. Veo los tiempos/ ocultos, las intenciones/ del mal y viceversa. Veo palabras que no fueron

articuladas, escenarios, disfraces vulgares,/ caracterizaciones./Veo jactancias, humildades/ apócrifas y bastante/ sufrimiento disimulado. Veo la luz/de las compartidas inconsciencias, veo,/ veo, una ramita, de qué color: no puedo decirlo. El/ tamaño, la disposición, las significaciones, las alegrías/ se disuelven, se resbalan en los aceites que hierven/ y respiramos sin tocar para no ir quemando esos ardidos/ corazones, este impromtus venéreo como/ las mejillas, como las ramas de qué colores/ insignificantes, de qué adioses/ aterrados, más que de frío, por los calores iniciales/ del miedo.

Algo que tiene bien en claro Roberto Santoro cuando nos dice sonríe/dios te ama/ disimula/ el comisario vigila.

Aquellos que tuvimos la suerte de escuchar al poeta callejero Juan Kammammuri vociferando sus cartas orales en las calles rosarinas le hemos oído decir “Si por sumarme con mis rudimentarias armas al movimiento plural y necesario que intenta cambiar el hoy sin mañana ni ayer que establecieron unos pocos, por irrumpir con cierto miedo pero sin temor en los terrenos de aquellos que intentan mantener el orden establecido ignorando (o simulando que ignoran) hipócritamente que para hacerlo deben recurrir a todo tipo de violencia se me considera violento, entonces acepto que así me llamen. Ahora, si me lo preguntan, lo mío es la violencia del pacifista.”

¿Será por eso que Alberto Szpunberg cree necesario levantar ese Bando que dice: a ver esos dónde están que convocaron huracanes/ para hurgar la brecha bogar en sus barquitos/ las cenizas empecinadas aporreadas relocas/ a ver los quemados los ahogados/ los inundados los desbordes/ paso a mis grandes resuellos/ que vienen degollando/ vos, pedazo de amor, plantate acá.

¿Cómo se puede repudiar por completo la violencia cuando la lucha y la agresión forman parte de la vida?

Porque el acto más hermosamente violento es el que comete Hiranyaka contra la muerte: con amenazas y promesas con veneno y ajenjo/ los albañiles edificaron la casa del rey/ y después no pudieron holgar porque/vino la muerte a darles otro empleo

los albañiles le dijeron a la huesuda/ no nos lleves hay qué hacer todavía
hay que revocar a fino las paredes hay que/ limpiar las manchas de cal los carpinteros

tenían que mejorar el acabado/ de las puertas los marcos de las puertas
los pintores no habían terminado de pintar/ ¿cómo nos vas a tomar ahora? le decían

pero la muerte dijo que/ necesitaba un palacio como aquél y más
bello que aquél y quería que trabajaran para ella y/ los empezó a separar por oficio

hasta que llegó a Hiranyaka el mejor/ de los albañiles autor de paredes famosas y cuando/lo iba a pasar al otro lado le preguntó/ ¿dónde está tu corazón?

tiene que venir también tu corazón/ no lo tengo contestó Hiranyaka
ha hecho su casa en una mujer/ oh muerte restos de mi corazón

encontrarás en cada casa de este reino/en cada pared que levanté hay restos de mi
corazón/pero mi corazón/ ha hecho su casa en una mujer