Qué pasa cuando la derecha y la izquierda terminan diciendo lo mismo

  • Imagen
    activistas y Milei
EN BUSCA DE LA TERCERA POSICIÓN

Qué pasa cuando la derecha y la izquierda terminan diciendo lo mismo

19 Febrero 2024

En los últimos días de enero, el mundo entró en debate porque dos activistas ambientales lanzaron sopa sobre La Gioconda para protestar contra la política alimentaria de Francia. Mientras, para muchos, la discusión rondó sobre si la acción estaba bien o mal, si el famoso cuadro había sufrido daños o no, si los museos pueden hacer algo para evitar estas situaciones, a nosotros nos hizo ruido otra cosa.

Durante la protesta que denominaron como “una acción no violenta” (dejaremos para otro momento el análisis de dicha calificación), una de las mujeres gritó “¿Qué es lo más importante? ¿El arte o el derecho a una alimentación sana y sostenible?”. Se preguntarán qué nos llamó la atención.

Sencillamente que apenas 6 días antes, el presidente argentino Javier Milei, en plena confrontación con los referentes del sector de la Cultura que exigían la derogación del MegaDNU y que se rechazara la ley ómnibus, usó la siguiente frase: “No hay plata, entonces tengo que elegir donde va la plata, o sea financiar películas que no ve nadie y solventar a actores o poner esa plata para la gente”.

La primera pregunta que nace es cómo dos fuerzas que supuestamente están en las antípodas, la primera radicalmente a la izquierda y la segunda partiendo de un “libertario” que no esconde (algo a lo que nos tenían acostumbrados los candidatos tradicionales del sector conservador) sino que se enorgullece de levantar las banderas de la derecha, usan expresiones tan similares.

A esta altura de los acontecimientos se hace difícil negar que en el siglo XXI, el sujeto de la revolución es la derecha, y que muchas de sus consignas las toma de los discursos de la izquierda clásica. El hambre es uno de ellos. Lo que hace la derecha es hacernos creer que ella tiene la solución, cuando es la beneficiaria de los conflictos. Si hay hambre, es porque otros se enriquecieron, no porque hay un Estado que protege a los que el mercado expulsa.

Desde cierta perspectiva, no es muy loco pensar que estamos gobernados por una fuerza antipolítica tan poderosa que nos está introduciendo en una espiral revolucionario cuyo final es difícil de prever (esa idea bálsamo de creer que todo termina en marzo es muy dañina para enfrentar una revolución).

Como en otros momentos históricos, una vez más la Argentina es un laboratorio donde se experimentan políticas extremas —esto no quita que nadie esperaba que ganara este personaje mediático que es Milei. El actual presidente argentino profundiza esa revolución comenzada por Trump en el corazón del imperio y continuada por Bolsonaro and cía en distintos países de la periferia.

Es una “revolución” que en lugar de demoler las instituciones de la vieja sociedad, como sucedió en las revoluciones tradicionales (la francesa, la rusa, la cubana), usa esas instituciones como trampolín para conquistar el futuro.

La izquierda y el progresismo están como droguis contra las cuerdas, sin entender del todo de qué se trata esto y apenas pudiendo reaccionar en espejo al intento de avance estilo blitzkrieg que lanzaron “las fuerzas del cielo”. ¿Podremos ganar una guerra con caricias?

Es una “revolución” que en lugar de demoler las instituciones de la vieja sociedad, las usa como trampolín para conquistar el futuro.

Se vuelve necesaria una fuerza que medie entre estos extremos que terminan atacando o defendiendo lo mismo o realizan esos movimientos de manera tal que se asemejan en la forma de justificar los actos. Ahí es donde urge que el peronismo se reorganice rápidamente no sólo como partido, sino como movimiento.

Si algo podemos asegurar del gobierno anterior es que le faltó audacia. La necesaria para generar una tercera posición en donde no haya que elegir entre una izquierda sin proyecto real o una derecha acelerada conduciendo hacia el abismo. Algo que no es ignoto para el peronismo sino que está inserto en su propio adn doctrinal.

La derecha nos ganó la batalla cultural porque nuestras políticas de justicia social, por un lado, pasaron como desapercibidas, mientras que por otro beneficiaron cada vez a menos personas. Y cuando decimos que faltó audacia, nos referimos a esos retrocesos que provocaba cada paso hacia adelante que dábamos.

Nos faltó el coraje para defender políticas que perturbaran al establishment económico, tanto como lo hizo Juan Domingo Perón en el 45 nacionalizando los “servicios”, como Néstor Kirchner con la importante quita conseguida en la cancelación de la deuda con el FMI o la recuperación de los fondos de las AFJP en los tiempos de la “década ganada”, para dar algunos ejemplos.  

Es verdad que ambos lo hicieron siendo gobierno, lo cual nos deja como tarea el averiguar cómo enfrentar al establishment siendo oposición, sobre todo una que está en reconstrucción. Será material para desarrollar en otra nota, porque pensando en estas visiones, tanto de las activistas como de Milei en donde prima una cosa por sobre la otra, desde esta tercera posición podemos decir que a nosotros también nos interesa el hambre, la injusticia y la desigualdad.