Graciela "Chela" Ojeda: "Me salvaron la vida esos compañeros que son como mis hermanos"

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Graciela "Chela" Ojeda: "Me salvaron la vida esos compañeros que son como mis hermanos"

23 Marzo 2022

Por Marcela Pantoja

Graciela “Chela” Ojeda nació en una casa de Picheuta y Caperucita en el barrio porteño del Bajo Flores. Su padre, un trabajador peronista con participación gremial, fue peón de campo y luego obrero metalúrgico de la fábrica Volcán. Su madre, que también provenía del campo, no tuvo documentos hasta después de grande. Votó por primera vez en las elecciones del ‘73 que consagró la fórmula Cámpora- Solano Lima y estaba feliz con su documento y su voto peronista.

Chela comenzó a militar en su barrio a los 14 años, a esa misma edad conoció a Juan Carlos Dante Gullo que tenía 19 y ya era dirigente de la JP. Estuvieron de novios hasta que a los 19 años de ella se casaron cuando estaban esperando a Juan Ernesto, el primer hijo de los tres varones que tuvieron.

En el año ‘75 Gullo va preso y Chela debe acomodar su vida personal, familiar y siempre política a esas circunstancias. Su madre y su padre la ayudaron hasta el final de sus vidas y las y los compañeros del barrio y la militancia fueron fundamentales en esta historia, como también sus tres hijos a quienes está muy agradecida porque, tal como dice ella, “agarrados de las manos atravesamos la noche”.

Agencia Paco Urondo: ¿Qué significó la militancia para vos?

G.O: Para mi era algo que se daba como natural. Eramos una familia peronista, en mi casa se decía “Perón no puede volver”, hablábamos bajito, era algo que estaba. Después conocí a Juan Carlos, lo admiraba, lo quería, lo esperaba. Yo tenía 14 años y el 19, ya militaba y tenía responsabilidad. Yo siempre fui una militante barrial.

Después de la muerte de Perón, en el año 74, el matrimonio pasa a la clandestinidad pero seguían viviendo en la casa donde ella había nacido, que era una especie de conventillo familiar, y esto significó para Chela un perderse. Debió alejarse de la militancia territorial que era su manera de vivir, su entorno y se mudaron a Ramos Mejías. Finalmente, en el año ‘75 Dante Gullo es detenido.

APU:¿qué pasa a partir de su detención?

G.O: Va preso a Sierra Chica, lo iba a ver con mi suegra, también mi mamá y papá lo iban a ver. Me encontré con en una realidad compleja y lo único que podía hacer era ir para adelante. Estábamos viviendo clandestinos, en Ramos Mejías, se venía el golpe.

APU: ¿Qué recordás de los días previos al golpe, lo presentías?

G.O: En Sierra Chica estaba el 5to Cuerpo, las comisiones de requisa se iban poniendo más densas, pero igualmente yo estaba con el tema de mi embarazo, con los dos chicos, con Juan Carlos preso y no podía hacer mucho análisis. Además, me podía ver poco con los compañeros, muy poco, porque era muy complejo verme a mí para quienes estaban encuadrados. Después tenía amigos que sí pudieron verme y me siguieron viendo, pero igual era muy riesgoso.

Luego de ello se produjo quizás el principal hecho doloroso que marcó a la familia. El secuestro, detención y desaparición de Angela María Aieta de Gullo, el 5 de agosto de 1976. La madre del Canca, la suegra de Chela, hoy recordada por su valentía y su actuación en la Comisión de Familiares de Presos Políticos. A partir de este secuestro Chela fue quedando más aislada, con su hermana y sus padres en una situación de mayor soledad, pero también con la ayuda de su cuñado, Humberto Gullo que la fue a buscar a Ramos Mejías y la sacó de allí. Para ese entonces los padres de Chela comienzan a enfermar. Aún así, y hasta el final, estuvieron a su lado, ayudándola en todo. Su madre enfermó de esclerosis múltiple.

APU: ¿Enfermaron de tristeza?

G.O: Yo no lo entendía en ese momento, luego comprendí que la tristeza, el dolor y el miedo fueron como una bomba de tiempo en su organismo.

Se van a vivir todos a Colón, Provincia de Buenos Aires, le prestan una quinta. Allí su madre se agrava. “Ella era de ese lugar y no quería a ese lugar. No había sido feliz allí”, afirma Chela. No se trataba de una quinta lujosa, al contrario, debió acomodarse a una vida de campo, darle de comer a los chanchos, después venderlos, etc. Y cuando su madre empeoró tuvo que aprender a cocinar: “no sabía hacer ni una tortilla”. Luego quedó sola con su papá que la siguió ayudando hasta que tuvo un ataque muy grande de presión y empezó a perder la vista. En ese entonces se produjo su detención.

APU: Estuviste detenida ¿cómo fue?

G.O: Si me detuvieron en Colón, en febrero de 1977. Estuve con mis cuñados Poldi y su mujer. A Estela la liberan en seguida y llama a Colón a la casa de una tía y le dicen: “No, Graciela está en el campo”, pero cuando sale Poldi les confirma que no estaba en el campo sino detenida.

Graciela estuvo cinco días detenida en Centro Clandestino de Detención Puente 12. Cuando la liberaron la llevaron a la ruta y la subieron a un colectivo Chevallier y le dieron la indicación al chofer de que debía bajarse en Colón.

APU: ¿Cómo fue volver?

G.O: En el ‘79 vuelvo a Capital y me sentí tan culpable de que no me mataran…. pensaba “sos tan poca cosa que ni siquiera te matan”, porque me decían: “si vos no hubieras hecho lo que hiciste tu suegra no estaría dónde está”. Entonces pensaba que era una hija de puta, mejor que me maten. Comprender esa psicopatía vino después.

Asimismo, Graciela afirma que todavía no puede pensar en su mamá sin llorar. O en su papá. Tuvo que enfrentar que algunos familiares la cargaran con la culpa por la muerte de su madre. Transitó esos días “como si fuera otra” y tuvo que salir a juntar la plata para el cajón de su madre que pudo ser velada en la morgue del hospital de Colón gracias a la ayuda de unas monjas que prepararon el lugar. Otro recuerdo que tiene de esos días era que salía con su tres hijos, Juan Ernesto, Emiliano y Carlos a caminar por el campo a la tardecita “hasta que viniera la noche, así yo no me deprimía y ellos se cansaban y podían dormir mejor. Dormíamos juntos agarrados de las manos".

APU: ¿Una vez en Capital, cómo seguiste?

G.O: Con la ayuda de las y los compañeros, que fue muy importante porque eso me salvó de la locura, de la tristeza, de la depresión. Me salvó la vida realmente. Me salvaron la vida esos compañeros que son como mis hermanos que me ayudaron a salir, a vivir. Toni, Nora que llevaban los chicos al colegio, Nora que venía a limpiar, Claudia.
Después me enganché como pude con mis compañeros tratando de hacer lo mejor, seguía viendo a Juan Carlos, hicimos volantes a mano por el Luche y se Van. Fuimos a recitales en obras a ver a Baglietto, llevamos una bandera de Libertad a Dante Gullo. No quiero dar nombres porque sé que me voy a olvidar de mucha gente y no quiero que nadie se sienta afuera porque todos los compañeros saben que estuvieron conmigo y yo sé que estuvieron conmigo.

A pesar de toda su vivencia, queda claro en sus palabras y en su calidez que siempre se sintió una más. También expresa admiración por las mujeres que perdieron a sus maridos, y cita el ejemplo de astilleros. Las mujeres de quienes eran comisión interna que tuvieron que luchar solas con sus hijos. Y agrega: “pienso que el destino de muchas de nosotras militantes estaba ligado al sufrimiento de la gente. Yo sufría por eso, pero había otras mujeres que el marido jugaba a las carreras volvía y le pegaba o que tomaba y le pegaba a ella y a los chicos. Nunca traté de estar en el centro del dolor, porque los recursos amorosos y afectivos que tuve fueron muchos y llegué a estar hoy por las compañeras y compañeros que me acompañaron”.
También agradece a los organismos de derechos humanos que la ayudaron para que siga viendo a su compañero en las distintas cárceles, pagándole los pasajes, entre otras cosas. Además, no podía tener trabajo fijo porque viajaba a Rawson y permanecía 45 días allí.

Finalmente, Dante Gullo salió en libertad en el ‘83 permanecieron varios años más juntos hasta que vino la separación, Graciela se volvió a casar y tuvo una hija mujer. Siente que llegó a la otra orilla, dice, y piensa en aquellas otras mujeres que no pudieron llegar, que perdieron sus hijos, a sus maridos. “Creo que por todas esas mujeres nosotras tenemos que seguir siendo las mujeres que somos”.

APU: Entonces, mirando todo lo vivido ¿hoy cómo te sentís?

G.O: Hoy estoy recontenta, me siento muy bien. Me parece una época divina para ser mujer. Aprendo un montón de las chicas más jóvenes, me alegra por mi hija Lucía, por mi nieta, por el momento lindo que se está viviendo (ademàs también tiene un nieto, Valentino)

Su nieta de13 años el sábado pasado estuvo presente en la Ex Esma, junto a Pérez Roisinblit y Nora Cortiñas, dando testimonios para un programa de la Tv pública. Chela se siente reconfortada que haya sido su nieta la protagonista ese día y que además pudo escuchar por las voces de otras personas sobre su bisabuela, dado que Norita la conoció y le habló de ella.

Graciela afirma que se siente retribuida y con alegría porque trasmitió bien, pues ella también le contó la historia a su nieta, pero siempre preocupada por no mostrar dolor: “sino nadie va a querer militar, porque la militancia peronista es para gente común, no para héroes, sino para trabajadores, estudiantes, para la ilusión y alegría, no es para la muerte, el dolor, la tortura. Nosotros luchamos para vivir mejor y dimos lo mejor que teníamos para todos. Entonces hay que transmitir esa alegría.”

APU: Para terminar ¿cómo ves el país hoy?

G.O: Estoy sumamente preocupada por el país creo que se pueden venir momentos duros. La unidad del campo popular siempre es importante pero también, sin ser economista, creo que no deberíamos pagar la deuda de la fiesta del macrismo, sino haber desglosado, etc.

APU: ¿Y a la militancia peronista que le podés decir?

G.O: Que militemos como verdaderos peronistas que somos, que trabajemos por los que menos tienen, para todos, pero pensemos en la felicidad de nuestro pueblo. Ese es el peronismo, la comunidad organizada, que el trabajador gane para vivir con dignidad y que no tenga que comer polenta y arroz.

El testimonio de Graciela es fundamental para comprender aquellos años, desde la experiencia de una compañera militante que cuidó y sostuvo lo mejor que pudo a los suyos: su compañero preso, sus hijos. A la vez ella también fue cuidada y acompañada por sus padres y compañeras y compañeros. No estuvo sola, el amor y la solidaridad militante, fueron, son fundamental en esta historia.
Ese amor que vence al odio y nos enlaza nuevamente en otro 24 de marzo para volver a gritar Presente por los 30 mil. Y para nunca bajar las banderas y las convicciones. Hasta la victoria.