Gregorio Selser, maestro del periodismo de investigación, por Jorge Boccanera
Por Jorge Boccanera | Ilustración: Castro 86
Exiliado a los 18 años en Uruguay, Gregorio Selser no llegó siquiera a imaginar en ese 1944 con el dictador Edelmiro Farrell gobernando Argentina, donde el joven socialista ya había tenido “broncas con la cana”(1), que la marca del destierro iba a ser su destino: exiliado a México tras el golpe videlista de 1976 nunca más iba a regresar a nuestro país.
Tuve la oportunidad de conocer en 1976 a Selser (1922-1991) en Panamá –apenas una escala en su viaje a México- en ocasión del Primer Congreso Nacional de Escritores organizado por el gobierno del general Omar Torrijos, con invitados extranjeros. Lo recuerdo en su salsa debatiendo el tema de la soberanía del Canal; ya en 1964 había publicado el libro El rapto de Panamá y volvería al tema en 1989 con Panamá: érase un país a un canal pegado. Allí compartimos una mesa redonda para denunciar los secuestros y asesinatos de la dictadura militar; pero nuestra amistad se afianzaría en suelo azteca. Desde ya, ese acercamiento llevaba implícita mi admiración por este maestro del periodismo.
“El desterrado carga sus pedazos de barro”, es un verso que escribí hace tiempo con la sensación de que en la interioridad dislocada del errante hay lugares en movimiento, como si en ese tránsito cargara con sus huellas. Y que muchas de esas huellas quedan grabadas en la tierra que da refugio; de modo que en retribución por la mano extendida de quien acoge, el exiliado entrega algo de suyo.
El caso de Selser, entre muchos otros, ejemplifica claramente ese dibujo de la reciprocidad estampado en los 15 años que vivió con su familia en México, donde respondió al gesto de abrigo con su lucidez, su trabajo constante y su trato afectuoso y sencillo.
En ese lapso llevó adelante una tarea descomunal; para nadie era un secreto su laboriosidad sin pausa desglosada en sus extensas columnas en los diarios El Día, El Financiero, La Jornada; sus cátedras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sus colaboraciones en agencias noticiosas y las múltiples investigaciones periodísticas que encaraba a profundidad y que desembocaron en libros de obligada consulta.
Dentro de este gesto de ida y vuelta compensatorio, se ubica por esos años en México un número copioso de exiliados de distintos países que realizaron un aporte sustancial al diálogo de las ideas. Bastaría citar al uruguayo Carlos Quijano fundador del semanario Marcha; los haitianos Suzy Castor, historiadora y el economista y político Gérard Pierre Charles; el escritor boliviano Renato Prada Oropeza, semiólogo reconocidos de toda América Latina; el catedrático chileno Alejandro Witker que impulsaría el “Archivo Salvador Allende”, el peruano Genaro Carnero Checa, uno de los fundadores de La Federación Latinoamericana de Periodistas. Todos en la misma línea que Selser, vale decir, abocados a desentrañar distintos aspectos del devenir político de la región.
Un humanista autodidacta
Es necesario volver a hablar de este precursor del periodismo de investigación más allá de cualquier efeméride –este agosto se cumplen 30 años de su fallecimiento- porque, tal como señalara su amigo Rogelio García Lupo: “Me temo… que las generaciones actuales no tienen idea de quien fue Gregorio Selser, uno de los historiadores argentinos más citados en autores de las más diversas procedencias” (2). Citado sí, y también elogiado. Noam Chomsky lo calificó de “individuo excepcional”, Emilio Corbière de “periodista cabal, documentado, pero sobre todo un gestor popular, un educador de masas”. Era unánime la alta consideración que le dispensaban intelectuales como Eduardo Galeano -fueron amigos y es indudable que bajo Las venas abiertas de América Latina late la obra de Selser- y Juan Gelman, que alguna vez me habló del ramalazo a la conciencia que había sentido en su juventud al leer El Guatemalazo.
Su historia calza en la de un humanista autodidacta que a los 15 años fue detenido por vender bonos en la calle a favor de la República durante la Guerra Civil Española y tres años después fue de nuevo al calabozo por participar en una manifestación a favor de los Aliados en plena Guerra Mundial. Muy joven se afilió al Partido Socialista y fue secretario particular de Alfredo Palacios, una voz determinante en su interés por la política de América Latina. En simultáneo, un hecho lo instala en una vocación periodística que se prolongará al ensayo: la caída en 1954 del gobierno del presidente Jacobo Árbenz en Guatemala. Un año después trabaja en el diario La Prensa y publica su primer libro Sandino General de Hombres Libres, que cuenta con numerosas traducciones y reediciones en varios países de América, incluso una de 1958 con prólogo del novelista Miguel Ángel Asturias.
El escritor que de joven tenía la premisa de “que cuando me tocara morir, el mundo fuera mejor de lo que lo encontré, con menos miseria, menos explotación, más alegría de vivir, más justicia, más libertad” (3); que admiraba a Julio Cortázar y a Rodolfo Walsh con quien trabajó en los inicios de la agencia noticiosa Prensa Latina -en una carta de 1984 al director de esa agencia, Gustavo E. Dols, se refiere a Walsh como “mi jefe y compañero, maestro de periodismo y de conducta”- (4), fue el mismo que fundó editoriales (Triángulo y Palestra), dirigió en los ‘60 varias colecciones de EUDEBA e impartió clases en la Universidad de la Plata. Además, en los álgidos 70 laboró en la agencia Inter Press con el seudónimo de “Manuel Luffe” y luego para El Cronista Comercial. En febrero de 1976, de regreso de un viaje a Perú, fue detenido en el aeropuerto y demorado un par de días; ante el anuncio de lo que se veía venir decidió dejar el país en julio de ese año.
Al momento del golpe militar llevaba publicada una veintena de ensayos históricos, entre otros títulos: El pequeño ejército loco (reeditado el año pasado en México), El Guatemalazo, Diplomacia, garrotes y dólares en América Latina, Argentina a precio de costo: el gobierno de Frondizi, La CIA en Bolivia y De cómo Nixinger desestabilizó a Chile. Muchos de ellos escritos durante los ‘70.
Ya en México “Goyo” Selser retoma su ritmo de trabajo. En los años de exilio escribió nada menos que unos 20 libros más, entre ellos: Bolivia, el cuartelazo de los cocadólares, La batalla de Nicaragua (en colaboración con Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal y Daniel Waksman Schinka), Reagan de El Salvador a las Malvinas, Los días del presidente Allende y La restauración conservadora y la gesta de Benjamín Zeledón: Nicaragua-USA, 1909-1916, éste último salió en forma póstuma.
La rúbrica de esta labor enciclopédica la constituyen los 4 volúmenes de su Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina que resumen 30 años de labor investigativa, publicados en 2010 por la Universidad Autónoma de la Ciudad México (UACM) y que pone a circular la historia no oficial de la región durante casi tres siglos, de 1776 a 1991. Esa fuente invaluable de consulta que se reactualiza a la luz del debate social, devela la trama secreta que subyace en el andamiaje político del continente americano a partir de una gama de presiones que van del hostigamiento verbal a la acción directa.
Tengo para mí que la labor de Selser presenta puntos de contacto con las revelaciones de Wikileaks, que a partir de 2006 pondrían al desnudo los entretejidos de los gobiernos estadounidenses, su doble discurso y los pliegues ocultos de una diplomacia encaminada a sostener los intereses de las grandes corporaciones.
El periodista argentino que llevó a cabo su trabajo “enciclopédico” sin los medios de la informática que utilizan hoy los ciber periodistas, munido apenas de un registro vasto y laberíntico de bibliografía variopinta, fue un adelantado a temas de actualidad: las relaciones entre el poder y el narcotráfico, los intentos renovados por un canal interoceánico en Nicaragua, la restauración conservadora en Estados Unidos de la mano del tea party, el poder de las multinacionales y la geopolítica impulsada tras bambalinas por la industria armamentista. También denunció a los medios de comunicación hegemónicos en su acción de “desmovilización y despolitización por la vía de la desinformación, la manipulación, la propaganda meticulosa”, supeditada, agrega “a los dictados procedentes de los poderes de Estados Unidos”. (5)
De todo este hacer, que reclama un análisis más abarcativo, me atrevería a subrayar algunos de sus recursos: el modo de clasificar la información, contextualizar, abrir los datos para extraer su sentido para el armado de una constelación de vinculaciones, vale decir, cómo asocia los datos obtenidos y desemboca en una escritura que se mueve entre la crónica, la historia y el relato; textos corales en los que concurren diversas voces. Trabaja además contra los eufemismos, ese lenguaje que camufla pomposas denominaciones que encubren el mero expansionismo: “Alianza para el Progreso”, “Política del buen vecino”, etc., y que Selser llama sin pelos en la lengua la “democracia a palos”.
Hoy, el archivo de casi 200 cajas “Gregorio y Marta Selser” (el nombre hace justicia a su esposa Marta Ventura, gran colaboradora en los registros de Gregorio), se encuentra en el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (CAMeNA) de la UACM.
Coda
Como quedó dicho, en el exilio mexicano hicimos amistad, aunque su sujeción al trabajo periodístico dejaba escaso tiempo para el diálogo. Recuerdo en una charla a inicios de los 80 un comentario suyo que me sacudió respecto a que ya no pensaba regresar a Argentina; algo semejante me había hecho por ese tiempo en México el dramaturgo Alberto Adellach quien iba a fallecer en Estados Unidos en 1996.
Selser, con 60 años ya estaba afincado en tierra azteca donde, me ratifica su hija Gabriela, también periodista, “no contemplaba la posibilidad de volver, estaba sumergido en su trabajo y en aquellos tiempos en que aún no había internet, consideraba a México como un punto especial de confluencia para el acceso a la información que necesitaba” (6). Seguro recordó, con el regreso a la democracia, que hacia mitad de los ’60, en tiempos de la dictadura de Onganía había conocido a Raúl Alfonsín cuando ambos formaron parte del equipo que sacó la revista Índice junto a periodistas como García Lupo. Precisamente García Lupo señalaría que las notas de quien luego iba a ser presidente, iban firmadas con el seudónimo de “Alfonso Carrido Luna”.
Ya de regreso al país en enero de 1984, mantuve alguna correspondencia con “Goyo” Selser. Trabajando para la revista Crisis le solicité una nota sobre Haití, y luego para Aportes de Costa Rica me envió la nota “Bolivia: Militares y narcotraficantes”, un texto referido a la conflictiva situación política en 1991 durante el gobierno de Paz Zamora, que apareció en el número de abril y que quizá haya sido uno de sus últimos trabajos publicados.
Selser fue un destacado hombre de ideas con la sencillez de los grandes; se consideraba un “pacifista elemental”, comentaba que le hubiera gustado ser poeta “como Rilke y Heine”, y al momento de hacer algún balance de vida más que recalar en sus logros regresaba con orgullo a su adolescencia, cuando a los 15 años pudo armar una pequeña biblioteca.
1-“Pasión, historia, política. Entrevista con Gregorio Selser, Claudia Selser, Nómada Nº12, agosto de 2008.
2-“Recuerdos del amigo. Testimonio de Rogelio García Lupo”, Nómada Nº12, Buenos Aires, agosto de 2008.
3-Ciechanower, Mauricio, diálogo con Gregorio Selser, Entrevistas, Entrevidas, Ediciones Guernika, México, 1988.
4-Carta del archivo personal se Selser, ubicado en el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (CAMeNA) de la UACM, proporcionada por Beatriz Torres, responsable general y fundadora del CAMeNA.
5-Mauricio Ciechanower, ob. cit.
6-Diálogo telefónico del autor de esta nota con la periodista Gabriela Selser, autora del libro Banderas y harapos: relatos de la revolución en Nicaragua.