The Crown: la corona siempre debe ganar
Por Manuela Bares Peralta
En un mundo incierto y cambiante, la monarquía británica se las ingenió para interpretar los climas de época y las transformaciones sociales con el fin de perpetuar su propia existencia. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, las grandes monarquías de Europa estaban a punto de desaparecer y la Familia Real Británica optó por adaptarse para no morir.
La popularidad y el efecto que tiene la monarquía, aún hoy, sobre la población británica nos puede parecer intrigante y difícil de comprender. Quizás esa sea la causa de que las adaptaciones televisivas de los dramas reales tengan tanta popularidad en las plataformas. La BBC, Showtime y HBO fueron algunos de los canales que se encargaron de reversionar hasta el cansancio la vida de los monarcas británicos medievales, pero hace unos años atrás, Netflix estrenó The Crown, una serie empecinada en narrar la historia de la familia real y que, a diferencia de sus antecesoras, tiene a la actual monarca Isabel II como protagonista principal.
La hermandad de monarcas que ocupó la mayoría de los tronos de Europa estaba casi extinta, y la muerte de Jorge VI marcó el comienzo de una nueva etapa para la monarquía inglesa. En 1953 se llevó adelante la coronación de su hija mayor, Isabel II, que fue transmitida por cadena nacional y fue vista en millones de casas británicas. Ésta iba a ser una de las muchas concesiones que tuvo que hacer la corona para mostrarse accesible de cara al pueblo inglés.
The Crown le devuelve la mística al reinado más longevo de la historia contemporánea y recrea con exactitud histórica los acontecimientos que moldearon la política británica de los últimos 60 años. La reelección de Churchill como primer ministro y la tensión con los líderes del partido, la visita de los Kennedy al Palacio de Buckingham, los conflictos con el canal de Suez y la tragedia de Aberfan se entremezclan con la vida pública y personal de los integrantes de la familia real.
La serie de Netflix no sólo sobrevivió a un cambio completo de elenco en su tercera temporada, en la que Claire Foy fue reemplazada por Olivia Collman para representar a la reina en una etapa más madura de su reinado, sino que lo hizo con éxito. El espíritu de Gloriana es versionado por Isabel II en un ejemplo de austeridad tanto simbólico como de formas. Si su homónima vistió la única armadura de mujer que se encuentra exhibida en la Torre de Londres al grito de “yo sé que tengo el cuerpo de una mujer débil, pero tengo el corazón y el estómago de un rey de Inglaterra”, Isabell II inauguró su reinado con un discurso mucha más sobrio: “Declaro frente a todos ustedes que durante toda mi vida, sea larga o corta, me dedicaré a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial, a la que todos pertenecemos”.
A diferencia de su antecesora, a la Reina Isabel I no le tocó gobernar, pero sí gestionar el poder simbólico que aún tiene la monarquía en Inglaterra. Un poder que continúa siendo visiblemente masculino, aunque lo ejerza una mujer. El debate entre el deber real y los cambios que impone la modernidad va a ser una de las cargas que arrastra y narra la serie. Los sacrificios que necesitó hacer la monarquía británica para intentar constituirse como el reservorio espiritual del país tienen nombre y rostro. The Crown es una forma actual de entender la monarquía, de interpretar sus propias falencias y de devolverle un poco de mística.