Fargo reafirma el mito: pueblo chico, infierno grande
Por Camilo Garcia Quinn
En 1996, el mismo año del nacimiento de la oveja Dolly, del lanzamiento de la Nintendo 64 y del debut de Experiencia Religiosa, los hermanos Ethan y Joel Coen estrenaban Fargo, un thriller que mantiene un equilibrio formidable entre el humor, la violencia y el suspenso. La película se transformó en un clásico de culto instantáneo al punto de que, casi 20 años después, Noah Hawley decidió producir una serie que ocurriera en el mismo universo y con las mismas normas narrativas.
Es así como Fargo, una ignota ciudad de Dakota del Norte, cobró fama mundial por ser el escenario de historias llenas de asesinatos, misterios, intrigas y crímenes. Lo curioso es que la mayor parte del argumento de ambas producciones no transcurre ahí, sino en otros pueblos cercanos igual de desconocidos. Pero el concepto es evidente, tanto los hermanos Coen como Hawley decidieron alimentar el mito de: “Pueblo chico, infierno grande” y llevarlo hasta su máximo potencial.
Si bien Hawley no recicla ningún personaje, actor o locación de la película de los Coen, a lo largo de las temporadas es sencillo reconocer los mismos ingredientes: ciudadanos mundanos de aspecto gentil pero con costados siniestros, inviernos eternos y congelados que aumentan el sentimiento de desolación, brutales y numerosos asesinatos y los característicos diálogos profundos y retorcidos. Aunque quizás el ingrediente principal para cualquier obra relacionada a los Coen, y que Hawley emplea de gran forma, sea aquella muñeca precisa, que desarrolla tramas llenas de conflictos que se agigantan por un buen uso del efecto de “bola de nieve”.
Hay un detalle especial que la serie rescata de la película y confirma la suposición de que nos encontramos frente a una suerte de homenaje. Cada episodio inicia con el mismo mensaje: “Esta es una historia real. Los hechos descritos tuvieron lugar en Minnesota. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió”. Cuando una historia empieza con semejante promesa es inevitable sentir un interés inmediato, en especial cuando cada capítulo aumenta la apuesta al rozar —¿o romper?— la barrera de la verosimilitud. Los guionistas de la serie, tal y como lo hicieran los Coen en los 90, parecieran jugar con la inocencia y credibilidad de la audiencia y preguntar: ¿hasta qué punto estás dispuesto a creer? Como si un desconocido se sentara en nuestra mesa en un bar y nos contara la historia real que “le sucedió a un amigo de un amigo”.
Además, como si la propuesta de una historia de sangrientos crímenes basada en hechos reales no fuera suficiente para convencer a los espectadores, la serie se encarga de convocar elencos estelares para darle vida a los desgraciados personajes de Fargo. Era necesario esmerarse para que los fanáticos de la película no extrañaran el excelente trabajo que hicieron Frances McDormand, William H. Macy, Steve Buscemi y Peter Stormare. Así que los productores de la serie no escatimaron en recursos para traer actores y actrices de renombre como Billy Bob Thornton, Martin Freeman, Ewan McGregor y Kirsten Dunst. De hecho, una parte entretenida de mirar la serie, en especial para los fieles seguidores de los Coen, es encontrar caras conocidas en los personajes que se presentan en cada episodio de la temporada y descubrir de qué forma lograrán encajar en el argumento.
Quizás haya una pregunta que ronda la cabeza de quien esté considerando ver la serie: ¿es necesario ver la película antes? La respuesta protocolar sería “no”, ninguna de las temporadas guarda una relación directa con el argumento de la película. Pero sí es muy recomendable llegar a la serie imbuida del universo imaginado por los Coen, para detectar todos los elementos que Hawley tomó del producto original y utilizó para contar su propia historia en el tenebroso invierno del estado de Minnesota. Además, si de mirar una de las mejores películas de uno de los mejores cineastas de la actualidad se trata, la propuesta resulta casi una experiencia religiosa.