Claudia Piñeiro y el regreso de Inés Pereira en “El tiempo de las moscas”
Inés Pereira (la protagonista de Tuya, 2005) sale de la cárcel después de quince años. Al año, junto a su amiga La Manca, expresidiaria, rearman su vida laboral a través de MMM, empresa mixta de fumigación e investigación detectivesca. Inesperadamente, una clienta le propone a Inés que sea colaboradora en un futuro crimen.
Tras dudar unos días, acepta movida por el incentivo económico, pero no quiere saber quién será la víctima ni el móvil del crimen. La Manca, por el contrario, decide investigar hasta que ambas descubren, tras un largo periplo de observaciones, hipótesis e inferencias, que el crimen a perpetrar involucra a Inés mucho más de lo que ellas hubieran sospechado.
Claro está que en 16 años la sociedad cambia: mutan los hábitos tecnológicos, los feminismos llegan a la escena política e Inés debe adaptarse a los tiempos que corren:
“De todos modos, si hubiera podido elegir, insiste, habría preferido estar sola, ella y su conciencia, frente a la decisión, para que al optar por sí o por no, libre, sin condicionamientos, se le revelara, en ese acto, quién ella es hoy”.
Under pressure
Esta novela de Claudia Piñeiro depara varias sorpresas. Por un lado, que no hay crimen ni escena del crimen en la primera página, sino que se trata de un crimen por perpetrar en el futuro; el manejo del suspenso es clave.
Por otra parte, el relato se condimenta con altas dosis de ensayismo: la discusión que plantea el feminismo en sus varias ramas se manifiesta en términos narrativos y, lo que es mejor, creíblemente narrativos.
Los cambios sociales se evidencian en que el lenguaje sea, prácticamente, un protagonista más. Los personajes viven corrigiendo su forma de hablar: la hija exige a la madre que no la llame más por su apodo infantilizante; está prohibido putear, porque las putas no tienen la culpa de nada; el primo de la Manca dice “transitó” porque le cuesta decir “transicionó”.
Hasta el modo rápido que tiene Inés de pronunciar “prisión” haciéndola “pr-sión” hace que los demás crean escuchar “presión”: un verdadero tiro por elevación, ya que si pasamos de la prisión a la presión, ¿en qué momento somos realmente libres?
Mosquitas muertas
Leyendo comentarios sobre esta novela, me encontré con una llamativa y recurrente incomprensión respecto del tópico de las moscas, como si una ficción debiera leerse desde un modo puramente literal, como en las redes sociales. Además de los obvios insectos, las moscas aquí son –arriesgo- todo aquello que fastidia, incordia u obnubila. Los wathsapps indeseados, los fantasmas del pasado, el carancheo mediático-judicial en torno a los femicidios: moscas, moscas, moscas.
El enciclopedismo lector que posee Inés la lleva a una larga exploración de tales insectos en la literatura y allí aparece nombrada- y justamente elogiada- la novela de Kike Ferrari. Y desde el sesgo policial- o parapolicial- de las novelas de Piñeiro podemos decir que, donde “hay cadáveres” hay, necesariamente, moscas:
“A veces pienso que yo también fui un tábano. En algún sentido, el tábano es la oveja negra de las moscas”.
La perspectiva feminista de la novela atraviesa el intercambio de los personajes, informa sus diálogos, pone en circulación palabras; nada que no haya pasado en la sociedad. En los capítulos que podríamos llamar “corales”, se yuxtaponen las voces de las mujeres en una asamblea con citas de autoras feministas y asistimos a la discusión coral de la misma novela. No casualmente, cada uno de esos capítulos va encabezado por epígrafes tomados de la Medea, de Eurípides. Medea, vale recordar, actúa por venganza y envenena; la clienta de Inés varía y recrea a su precursora.
“¿Rilke no está cancelado? Que yo sepa, no. Averigüemos”.
¿Qué quería su Señoría?
La novela plantea un razonado y valiente cuestionamiento a la mentalidad y prejuicios de buena parte del sistema judicial (Nada nuevo bajo el sol: pensemos en la conmutación de penas que solicitaba Sarmiento por el caso de Clorinda Sarracán…en 1857)
No bastándole esa crítica, la narración presenta un escollo similar pero en un tribunal invisible: la conciencia. La dimensión íntima de los personajes –a solas con sus fantasmas, sus miedos, sus esperanzas- pone la novela en un plano en el que parecieran coexistir la introspección de Dostoyevski con el ritmo y el clima de Breaking Bad:
“Dejame cuidarte”.
Esta novela, como en un diálogo platónico, exige una actitud de interrogación: ¿cómo es nuestra naturaleza? ¿Qué implica ser madre, maternar? ¿Cómo se construyen los lazos entre las personas?
Una novela no sólo bien escrita – lo que ya es previsible, tratándose de Piñeiro- sino algo más: una novela coral, incisiva, de una secuencialidad discretamente matemática, irónica, dialogante. Necesaria.