Diciembre de 2001 visto desde la literatura de Rosario
Por Dani Mundo | Ilustración: Santiago Rosado
19 y 20 de diciembre, diciembre del 2001, el momento en el que el país se quebró como una rama seca bajo el peso de su propio fracaso y la protesta social terminó en saqueo, estado de sitio y derrumbamiento del gobierno.
Es el estrepitoso y doloroso fracaso de un proyecto político que estaba condenado a ese final casi desde su mismo nacimiento. "¡Que se vayan todos!". Lo que sucedió esos días se extendió por todo el país como un auténtico reguero de pólvora, con sus heridos y sus muertos.
20 años pasaron de aquello, y en Rosario acaba de salir un libro hermoso que tiene como referente lo ocurrido en esa ciudad durante esos días traumáticamente inolvidables y tumultuosos.
En Rosario, Diciembre, 2001 se recuerdan los hechos, se recuerdan los muertos. ¿Cómo se los recuerda? Aquí me parece que reside la singularidad de este libro, pues no se recuerda desde la crónica o la memoria explícita, se los recuerda desde diferentes géneros literarios: poesías, relatos, cuentos, dibujos. Formas plásticas todas estas de elaborar la memoria que permiten correrse de la vivencia directa (que evidentemente gran parte de los poetas y narradores que integran el libro vivieron y sufrieron), para presentarnos distintas perspectivas para narrar esos acontecimientos traumáticos.
Casi todas las voces que integran este libro colectivo realizado por la editorial autogestiva Último Recurso rondaba los treinta años cuando ocurrieron los hechos (años más, años menos). En este sentido podríamos decir que no solo es un libro local o regional (de Rosario y Santa Fe), sino también generacional. El 19 y 20 de diciembre pueden considerarse el parto de esa generación, su marca de nacimiento.
Lo abre el discurso que Celeste Lepratti realizó en el aniversario 15to del asesinato de Pocho, su hermano. Cada pedido y reclamo vertido allí se mantiene intacto. El cuento de Luciano Trangoni traza como pocos la situación que se dio alrededor de los supermercados, verdaderas trampas montadas por la policía. La crónica de Betty Jouve está escrita desde su puesto de militancia, que va de guardapolvo blanco. Los poemas de Eduardo D´Anna parecen recoger la “tragedia” de la clase media y los de Norman Petrich la efervescencia de esa militancia, cuyos protagonistas se reconocían unos en los otros. Los de Beatriz Vignoli tienen la mirada de la cámara que capta justo esos momentos que nos son negados. Fragmentos de novelas escritas por Marcelo Britos y Raúl Astorga también forman parte de esta antología, ambas reconstruyen las formas de sobrevivir, de inventarse salidas de una situación que no estaba en los planes de nadie. Cierran las viñetas de Santiago Rosado sobre un poema de Norman Petrich, con una bella tapa de Javier Oliver y la curaduría del libro a cargo del poeta callejero Juan Kammammuri.
Sería un error pensar que hay que ser santafecino o rosarino o amar esas ciudades para leer este libro, pues lo que estas poesías y relatos recuerdan ocurrió en todas las grandes ciudades del país de un modo semejante. Los que conocen Rosario, en todo caso, tendrán el plus de recorrer imaginariamente los lugares que se nombran en los distintos relatos, palpitando el nerviosismo, la ansiedad y la desesperación de esos momentos aciagos.
Copio los versos con los que termina el libro, que me encantaron y que están súper acordes con todo lo que había leído antes:
de la sangre nada de las manchas nada
nada de noticias tuyas
apenas una sábana blanca
cubriendo tus nombres
nombres que llenan toda una nada
para volver a empezar