Dossier Fractura: Prodan y Gombrowicz, el impulso irrefrenable
Por Fermín Vilela
Un monte tupido, extendido, que mete yaga oscura hasta el horizonte. Praderas de árboles secos parecen ser parte del Monumento Invisible. De pronto surgen incontables luces. Y es cuestión de afilar la vista para entender que ellas, poco a poco, están perdiendo el brillo. Permanecen atrás de los matorrales, tímidas y sosegadas, junto al canto frenético de los grillos. No pretenden salir; la oscuridad los asusta. De repente e incontenible, algo se aproxima desde el fondo. Estela blanca parece cubrir todas las formas, que empiezan a delimitar sus líneas. Son luces nuevas: brillan con una intensidad tal que encandilan y suspenden parte de la opresión y el silencio. El paisaje está abriéndose como pulmón en plena respiración. Ya nada es ni será lo mismo. Nada. Y serán esas luces las que logren persistir en quienes fueron guiados por sus marchas. Ruptura de paradigma diría un epistemólogo. Progreso en nuestra querida Cultura Argentina escupiría el Club de Abuelos y Abuelas Culturales. Cross a la mandíbula sentenciaría un lector –cito– de Roberto Arlt. Se pone difícil, es cierto, describir el impacto preciso que tuvo la llegada de dos grandes estelas a costas rioplatenses. Pero hagamos la prueba. Hora de hablar sobre el músico y poeta Luca Prodan y sobre su compañero imposible, el escritor polaco Witold Gombrowicz.
Si bien sus llegadas estuvieron distanciadas por un período de casi cincuenta años, ambas representaron un mismo impulso en nuestra híbrida y quejosa señora Argentina. La llegada de Gombrowicz, en 1939, tomó forma de tambaleo en i nostri modi de escribir y consumir literatura. La de Prodan, hacia fines de 1981, revolvió la escena musical argentina, atestándola de críticas geniales y llevando adelante uno de los proyectos musicales más poderosos del último período post-dictadura. Mediante rabiosa y juguetona persistencia, los señores P. y G. modificarían no sólo las formas de hacer cultura en el Culo Sur del Mundo, sino la forma de pensarnos a nosotros mismos, los argentinos.
Infante polaco
Witold Gombrowicz pegó su primer grito al sol en Maloszyce, Polonia, en 1904, en el seno de una familia acomodada y perteneciente a la nobleza polaca. Desde 1926 hasta 1932 estudiaría Filosofía en la Universidad de Varsovia. Al mismo tiempo se codearía con diversos círculos literarios de la capital, formándose –de manera autodidacta– en literatura y escribiendo, en orgullosa soledad, Memorias del período de la inmadurez, libro de cuentos que obtendría pésimas críticas y luego sería reeditado, en Argentina, con el título de Bacacay. Pasarían casi treinta años. Gombrowicz, entregado de lleno a la escritura y gozando de una buena posición económica, pasaría el tiempo en una sociedad decadente que, poco a poco, se acercaría al segundo conflicto bélico más sangriento del siglo. Se podría decir que su novela Ferdydurke sería –entre comillas y comillones– su primer salto al “éxito”, ventana de ingreso a los círculos literarios argentinos con los cuales se encontraría tiempo después. Porque Gombrowicz abandonaría Polonia en el año 1939, invitado junto con una embajada de escritores polacos a visitar Argentina. Y fue el destino quien cantó: durante aquella –en principio– corta estadía, Alemania invadiría de forma inesperada Polonia, produciendo el cierre automático de fronteras.
“Yo fui a Argentina por pura casualidad, sólo por dos semanas, y si por un azar del destino la guerra no hubiese estallado durante esas dos semanas, habría regresado a Polonia, aunque no voy a ocultar que cuando la suerte fue echada y Argentina se cerró de golpe sobre mí, fue como si por fin me oyera a mí mismo".
La entrada pertenece a una de las entradas de su Diarios, publicados –junto con toda su obra, que incluye los géneros novela, cuento y teatro– por la editorial argentina El Cuenco de Plata. Hasta fines de 1962 y comienzos de 1963, Gombrowicz permanecería en Buenos Aires, más exactamente en el barrio de Flores, y aún más exactamente en la calle Bacacay. Sus condiciones habituales rozarían el límite de la miseria; tampoco escatimaría irse de vacaciones (solía viajar con bastante frecuencia a la ciudad de Tandil, la cual le funcionaría como segundo refugio literario) ni girar por diferentes bares y círculos culturales tanto de Argentina como Uruguay. Al pan lo ganaría trabajando en una sucursal del Banco Polaco y, posteriormente, dando clases de filosofía y ofreciéndose como traductor en diferentes editoriales y medios gráficos argentinos. En aquellas primerísimas horas bancarias es donde escribiría Transatlántico; ambientada bajo el vertiginoso impacto de su primera llegada al sur del continente, Gombrowicz plasmaría la propia adrenalina de haber decidido dejar atrás Polonia, su patria primera, su lugar de confort.
Respecto a la producción literaria, los primeros años no serían más fáciles que en su país natal. Para empezar, aquella traducción colectiva de Ferdydurke (parida en el café Rex, ubicado en avenida Corrientes) junto a un grupo de “pares literatos” desembocaría en un lenguaje lúdico, ácido y plenamente vanguardista que no sería de mucha importancia para las Autoridades Literarias Porteñas. Sin embargo, la obra no pasaría del todo desapercibida, e incluso recibiría elogios de Ernesto Sábato, quien prologaría una primera edición al castellano, en 1964. Mientras tanto, la Polonia de pos-guerra, asediada por la bajada de línea soviética, censuraría sus novelas y obras de teatro, ya divulgadas entre los jovencitos lectores polacos.
(Argento. Gombrowicz, disfrutando de un rico aperitivo)
Gombrowicz fue, por momentos, un argentino que escribía con sintaxis polaca. Jamás se privó de construir, mediante la ridiculización de ciertos estereotipos, su propia crítica frenética hacia las instituciones y el achanchamiento intelectual. Misantropía combinada con absurdos impulsos evolutivos desprendidos de una cabeza analítica, original, fuertemente lectora: ecos de Dostoievski, Kafka y Nietzsche que se hacen sentir no sólo en sus ficciones, sino en aquellas reflexiones plasmadas en su ya mencionado Diario. Esa… ¡Cabecita polaca! ¡Poblada de juicios ácidos, además, hacia el discurso poético, el cual él mismo admitió no entender, el cual él mismo se ocupó de defenestrar! Basta con chusmear Contra la poesía (1947), Contra los poetas, (1951), o A propósito de Dante (1966). Es ahí donde Gombrowicz despliega su arsenal en dirección a lo ridículo, lo exagerado del mecanismo expresivo del Poeta. Es posible que la Gran Majestuosidad contenga–y estas son palabras mías, no suyas– una nota de falsedad, un alejamiento del impulso vital. El reniege de Gombrowicz hacia determinados aspectos de la cultura y sus delimitaciones fue uno de los motivos que lo impulsaban a seguir buscando no sólo nuevas formas de hacer literatura, sino de hacer vida.
“¿Qué es lo que me lleva a destacar el papel específico y sumamente drástico de la juventud en mi vida –y en la de ustedes? Hay algo que no me satisface de la cultura. ¿Qué precisamente? Lo que hay en ella de excesivo. Es excesivo en su profundidad, su dramatismo, su responsabilidad, agudeza, seriedad”
Apuntar a cualquier de seriedad sería uno de los propósitos de nuestro escritor polaco. La pregunta por la autenticidad y los falsos aspectos de la cultura gestarían una espléndida fuerza de choque. Es acá en donde Nietzsche sale despedido para tomar parte en los escenarios de nuestro escritor–infante polaco, que juega con el lenguaje como si se tratase de un apenas juguete. De las tres transformaciones nietzschianas; camello, león, niño; quien soporta cargas, quien conquista el territorio, quien contradice lo no cuestionado. Gombrowicz escribía para los jóvenes y la posteridad, como así lo hacía el enigmático filósofo alemán. Y es acá donde traemos a la mesa a Luca Prodan, otro que también nos habló de muertos en vida, de viejos vinagres, de culos afofados y aburrimientos cotidianos; otro que criticó, con terquedad taurina, aquél triste llamado a la seriedad. Juventud, divino tesoro. La única esperanza.
Witold Gombrowicz murió en Vence, Francia, en 1969. Después de vivir 24 años en Argentina, decidió retornar a la Europa que lo vio crecer, la cual abandonó por estar demasiado cómodo, por pertenecer a determinada casta social, por conocer el territorio al cual pertenecía. En Polonia, sus obras habían conseguido una fama inesperada, teniendo en cuenta el proceso de silenciamiento llevado adelante por la URSS. La pasarela de sus títulos indica que, hasta el día de la fecha, fueron publicados Ferdydurke (1937), Los Hechizados (1939), Transatlántico (1953), Bacacay (1957), Pornografía (1960), Cosmos (1967) en lo que respecta a prosa. Por otro lado, yendo hacia el teatro, mencionemos El casamiento (1953), Yvonne, princesa de Borgona (1958). Finalmente, sus ya mencionados Diarios, que van de 1953 a 1969.
En Argentina, el brillo del Infante Polaco seguiría dando vueltas hasta el día presente. Su despedida legaría un grito final y contundente entre las faunas del circo literario porteño: aquél furioso ¡Maten a Borges! tomaría la forma de un llamado a deconstruir todo lo establecido. Sea bienvenida la sagrada hora de que su literatura abandone los círculos académicos y masturbatorios para abrazar, por qué no, a quienes deseen acercarse al juego visceral de su propuesta.
Estrella distante
Hora de hablar de la otra stella; cuerpo celeste, de luz propia; esfera luminosa que mantiene su forma gracias a la propia gravedad. Luca Prodan, 34 años al momento de su muerte, la edad de Cristo. Luca Prodan, músico, poeta y compositor que describió mejor que cualquier local la heterogénea, fogosa y decadente fauna porteña. Nacido en Roma en el año 1953. Hijo de Mario Prodan –ciudadano turco de ascendencia italiana, llegado al mundo bajo las redes del imperio astrohúngaro– y Cecilia Pollock –nacida en China, hija de escoceses que residieron en Shangai y Pekín antes de la Segunda Guerra–, quienes serían progenitores de, además, otros tres hermanos Prodan: Michella, Claudia y Andrea. Obligado por su padre a concurrir a Gordonstoun, prestigiosa institución ubicada al norte de Escocia, Luca fue privado de su hogar y afectos italianos para ser llevado al lugar que sentenciaría sus propias raíces contraculturales, su reniegue hacia los Imperios Rígidos del Mundo:
“El colegio donde me mandaron es un gran rollo mío, allí me enseñaron mucho, pero al mismo tiempo aprendí que la sociedad quiere que seas una marioneta: cuanto más famoso y mejor es el colegio, más marioneta vas a salir o, si no, más loco. Yo salí loco.”
Luca abandonó los estudios escoceses y prestigiosos a un año de terminarlos. Se sabe que, después, distintas líneas de fuga atravesaron sus días, y esas mismas fugas lo llevarían a cumplir un destino marcado por el fuego. Corría el año 1970, Luca con diecisiete años de edad. Mientras viajaba –en moto y en soledad– por parte del Viejo Mundo, su familia emitía una orden de búsqueda, Interpol mediante.
(Easy Ryder. Prodan, en uno de sus viajes por el continente)
Meses después volvería a Roma, donde sería hallado por su propia madre bajo las leyes de cierta anécdota que los lectores deberán encontrar en el documental Luca, del año 2007, dirigido por Rodrigo Espina. Años después, y ya establecido en una Londres gris y poco renegada, Luca trabajaría en la Virgin Records mientras formaba su primer banda, New Clear Heads, contemporánea a otras como Joy Division, The Fall o Sex Pistols. Durante la década del 70´, frecuentaría shows en vivo a lo largo de toda Inglaterra, además de vivir en un departamento comprado por su padre, en la oscura y rabiosa Londres. Composición, melomanía, amistades luminosas; al mismo tiempo se iniciaría en el consumo de heroína, por el cual caería en coma en el año 1980.
“La heroína es la mamá eterna, es como el útero que te protege. Con ella no se jode, por algo es la segunda droga en importancia, la primera es el poder.”
La historia de su hermana, Claudia, sería una tragedia que lo marcaría. En julio de 1979, Claudia Prodan y su novio Carlo Pistoni se suicidan inhalando monóxido de carbono en un auto. Antes del hecho se inyectarían heroína. Luca había iniciado a Claudia en el consumo, y la canción Warm Mist, compuesta cuatro años más tarde, hablaría de la búsqueda de una posible redención. En febrero de 1981, y ya golpeado por una realidad oscura e innegable, Luca intercambiaría correspondencia con su amigo argentino de origen escocés: Timmy Mckern, compañero de la Gordonstoun. Timmy residía en el Valle de Traslasierra, en Córdoba. Y aquél lugar de serenidad y nuevos vientos se transformaría en el útero de recuperación para Luca. Europa no parecía estar construyendo mucho más que el triste eco del post–punk setentero, el último Fuck you! visceral de Occidente. Luca Prodan, ciudadano de la República Italiana, llegaría entonces a la Argentina a fines del año 1981. Con su guitarra y el cuerpo tambaleante por su adicción aún latente: la heroína. En el primer período, Prodan no sólo compondría dos discos solistas (Time, Fate, Love, en 1981, y Perdedores Hermosos, finalmente editado en 1997, diez años después de su muerte) sino que sería el líder de Sumo, una de las bandas más emblemáticas del “rock” argentino. Sumo tuvo distintas formaciones en un período de actividad que iría desde 1981, en Nono, Traslasierra, hasta su disolución, en 1987, en la ciudad de Buenos Aires. Grabarían cinco álbumes de estudio –Corpiños en la madrugada (1983), Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986), After Chabón (1987) y Fiebre (1989)–y se postularían como una de las propuestas más furiosas e inusuales de la música en castellano. Sumo, tornado inquieto en medio del carnaval porteño, sería guiado por éste perro dulce y solitario, embajador oficial de tanta música que en Argentina casi no se había sentido nombrar: Nick Drake, Leonard Cohen, Joy Division, Brian Eno, Bob Dylan. David Bowie, Van Der Graaf Generator, entre tantos otros artistas. Trazando un vago escenario temporal se podría decir que Sumo hace su primer show importante en el año 1982, en la cancha de Estudiantes de Buenos Aires. La guerra de Malvinas, enfrentamiento bélico que tendría lugar en abril de ese mismo año, favorecería la intolerancia social argentina hacia la Reina Colonialista e Inmaculada. Prodan cantó y escribió como pudo: lo hizo casi por completo en inglés, en un momento en el cual el inglés era visto como representante idiomático del Gran Poder. Pero a Luca no le interesaba nada de esto. Él fue un italiano que escapó de Europa para buscar nada más y nada menos que la vida. Buscarla hacia el final de una dictadura militar. En un país remoto, alejado. Sin hablar castellano. En pleno conflicto bélico con su lejana Holy Nation, la Gran Bretaña, de la cual escapó para no volver nunca más.
Luca Prodan murió en el barrio de San Telmo, el 23 de diciembre del año 1987. Dos años antes de la caída del muro de Berlín. Un día antes de la noche de paz. Sumo estaba empezando a cosechar parte del trabajo sembrado durante tantos años en Córdoba, Hurlingham y Buenos Aires. Incluso se hablaba de una posible gira por Brasil. Pero el momento de la disolución caería como baldazo de agua fría: la muerte del superhéroe. Su casa, que ahora funciona como bar, era frecuentada por amigos e inquilinos rotativos. Quienes lo rodeaban sabían sobre el verdadero alcoholismo de Luca, que iría eclipsándole el cuerpo poco a poco. Su corazón dejó de latir gracias a la cirrósis hepática con la que convivía hacía tiempo. La cabeza, sin embargo, se le mantendría lúcida hasta el último momento. Ricardo Mollo, guitarrista principal de Sumo, dejaría una imagen de aquel 23 de diciembre:
“Me tiré encima, abracé el cuerpo frío porque hacía muchas horas que se había ido y lo tocaba… y cuando lo toqué sentí que tocaba un mármol por la frialdad. Apoyé mis dos manos sobre su pecho intentando que se caliente ese cuerpo; lo pusimos arriba del colchón, y estaba casi con una sonrisa, como un Buda”.
***
Tanto Gombrowicz como Prodan escaparon de sus lugares de origen no por desplazamientos bélicos ––como sí había ocurrido con sus antecesores inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del XX– sino por el impulso irrefrenable que la propia búsqueda les proponía. Ambos dejaron atrás su pasado para meterse, de lleno, en un escenario diverso, plagado de nuevos cuadros y dificultades. Si su ejemplo nos deja algo será este empuje a jugárnosla, a dejar de aparentar, construyendo desde adentro, desde el vértigo y la plena vida.