Julián Axat: la identidad poética en estado permanente de construcción
Por Norman Petrich
“El libro El hijo y el archivo recorre buena parte de mi trayectoria en estos últimos 10 años. Lo he titulado así, parafraseando el clásico de Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo; cuyas temáticas no son ajenas al tipo de obsesiones desplegadas y donde el lugar del archivo es la condición vicaria de reconstrucción de la identidad ante la propia catástrofe. El concepto de archivo (arché) es el grado de atracción que ejerce en mi historia la necesidad de reconstruir sentidos, a partir de una búsqueda de materiales, registros y pruebas. Algo que me represente”, afirma Julián Axat en la introducción al libro, dejándonos en estas palabras claves una hoja de ruta para entenderlo.
Porque El hijo y el archivo (GES, 2021) es un ensayo en permanente estado de construcción, donde el trabajo casi detectivesco del autor (como bien lo describe Jorge Halperin en el prólogo), cuya historia personal está signada por estos elementos nombrados (Axat es hijo de desaparecidos en la última dictadura cívico militar) encuentra los rastros, las pistas, a través de la palabra literaria. En la mayoría de las oportunidades, de la poesía. A veces es propia, en otras ocasiones la aporta otro escritor o escritora que no deja de ser parte de su “Patria”. Y cuando el contexto es de dureza extrema, aparece en esos lugares donde nadie espera encontrarla, como en esos papelitos en un centro de detención de adolescentes que expresaban sus deseos para un nuevo año donde se pudo leer “me gustaría sentir la lluvia en el cuerpo” o “poder mirar la noche estrellada más seguido”. También en ese padre que le avisa “Martín ya no habla, doctor”… “no porque ya no quiera hablar, Martín ya no habla porque le dieron tal susto que le sacaron las palabras”.
En esta selección de notas publicadas en diarios, blogs y revistas entre 2012 y la actualidad tienen sus secciones o apartados, pero no pocas veces los textos encuentran relación o salen a contestarle a otro que quedó varias páginas atrás. Así podemos leer “Pibes ‘bien’ que salen de caño”, donde queda plasmado cómo ciertos jóvenes reciben el beneficio de pertenecer a una clase media que, en la mayoría de los casos rápidamente, permite archivar una causa complicada. Y contrastándola, “Carta 3: La carta robada del Polaquito”, que viene a desnudar las coberturas mediáticas que realizan ciertos operadores por todos conocidos para alimentar los “ánimos clasistas” de eso que suele ser englobado por estos mercaderes como “los vecinos” y que sólo oculta el manejo, vigilancia y dominio absoluto de un menor orquestado por la policía, la vulnerabilidad del niño puesta a disposición del delito como forma de regular un territorio. Pero no es desde un lirismo a ultranza que se expresa: eso lo deja bien en claro en el inicio de “El mito de los pibes chorros poetas”. “Hablar de los pibes chorros poetas es más o menos, además de una irresponsabilidad, una hipocresía. Nunca conocí a uno, ni tampoco creo que existan. Es un invento del progresismo culposo y defensivo, basado en la construcción de personajes o fábulas nunca comprobadas en los hechos, los que siempre son más complejos y muestran una realidad cargada de matices, poco cercana a una épica de la violencia lumpenproletaria fabricada en el papel y en la distancia responsable”.
La primera sección del libro, “Apuntes sobre memoria, identidad y justicia” tiene raíz profunda en su propia historia, como hijo de Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés Della Croce, detenidos desaparecidos desde la madrugada del 12 de abril de 1977. Pero la misma se entrecruza con la experiencia de otros hijos de desaparecidos: el archivo se vuelve colectivo. Y no sólo eso, se vuelve artístico cuando otros hijos han elegido esa forma de expresar su sensación de irrepresentabilidad del acontecimiento que se evoca. Alejandra Szir, Emiliano Bustos, Juan Aiub, entrecruzan sus decires poéticos con la del autor de este libro; también el trabajo de otros para rescatar las obras de sus padres, pequeños pedazos de rompecabezas que intentan juntarse para responde la pregunta de “cómo escribir después de”. Recuperar esos archivos llenos de palabras robadas. Como lo expresa claramente el padre de Martín, citado más arriba, en “La bala en las palabras”. Puentes que reflejan una continuidad.
Pero resulta que el poeta que escribe este libro también es abogado, profesión que ha ejercido a través de diferentes roles en la justicia. Primero como defensor oficial de pobres y ausentes ante la Justicia de Memores de la provincia de Buenos Aires y luego como director del programa ATAJO. A partir de ese cruce es que nacen los artículos que integran la segunda y tercera sección de El hijo y el archivo, “Apuntes sobre el poder judicial autoritario” y “Jóvenes, violencia y el Estado”, siendo este último, quizás, donde los archivos dejan su voz poética más dura, donde golpean con toda su fuerza.
El cuarto capítulo “justicia, poesía, Historia” es el lugar donde este intercambio entre la voz poética, el Derecho y la Historia funden sus recorridos con total fluidez. No sólo por las apariciones de Juan Gelman, Rodolfo Walsh o Leonel Rugama, por nombrar a algunos, sino por su forma de entender la poesía, donde militancia política y poética suelen ser sólo una.
“Todo en el libro es actual, porque el pasado no termina de pasar, y en el libro hay muchos elementos que deben considerarse seriamente a la hora de construir el futuro”, advierte Axat, casi parafraseando a Roque Dalton cuando insistía que el poeta no debía reflejar la realidad, sino transformarla.
Para cerrar, una nota de color sobre un hecho que pudo ser buscado o no: Julián no escribe justicia con mayúsculas, aún cuando correspondería, como cuando escribe Estado, por ejemplo. Como si ese pequeño acto casi desapercibido, quizás hasta inútil (adjetivo que suele acompañar a la palabra poesía, pero no a la poesía), estuviera recordándole todo lo que falta para ganarse el honor de ser escrita así.