Pablo Capanna, el señor de la ciencia ficción

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Ensayos

Pablo Capanna, el señor de la ciencia ficción

28 Agosto 2022

Tengo innumerables imágenes de Capanna. La primera, de 1980, es la de escucharlo en un salón del colegio cuando era estudiante de cuarto año. Graciela, su mujer, era mi profesora de filosofía.

Lo volvería a ver ya en su casa de José C. Paz, en febrero de 1983. Había conocido en el CBC de Letras a Daniel, su hijo mayor, y habíamos anudado rápida y perdurable amistad. Desde entonces, dicha amistad se extendió al resto de la familia de Pablo.

Conocer a Pablo Capanna significó, para mí, abrir el universo de lecturas. Además del previsible Ray Bradbury, que ya había leído, conocí los variados matices de la ciencia-ficción a través de las páginas de Minotauro, secuela de la mítica revista El péndulo. En sus páginas descubrí a Cordwainer Smith, Clarke, Stanislaw Lem y las figuras argentinas: Carlos Gardini, Magdalena Mouján Otaño, Angélica Gorodischer, Ricardo Piglia- con un capítulo de La ciudad ausente titulado, con guiño joyceano, La isla de Finnegans- y una inolvidable reseña de Gandolfo sobre Stephen King. Además, claro está, del omnipresente editor/traductor/narrador Marcial Souto.

Hoy ya no están Daniel ni David ni Graciela. A pesar de estas heridas, cada vez que me reencuentro con Pablo, vuelvo a recorrer el mismo incitante trayecto entre filosofía y literatura que conociera de adolescente.

Capanna nació en Florencia, Italia, en 1939. A los diez años, llegó con sus padres a la Argentina. Egresado de Filosofía por la UBA, su labor ensayística y en el periodismo de divulgación es fecunda. Sin agotar la lista, podemos destacar: El sentido de la ciencia-ficción (1967); La tecnarquía (1973); El señor de la tarde, conjeturas en torno de Cordwainer Smith (1984) Philip K. Dick, Idios Kosmos (1995); El ícono y la pantalla, Andréi Tarkovski (2000); Conspiraciones, guía de delirios posmodernos (2009); Natura, las derivas históricas (2016).

Transitó el periodismo cultural en medios tan variados como Criterio, El péndulo, Minotauro y Página/12.

En 2022, bajo la curaduría de Matías Carnevale, aparece Excursiones, libro colectivo que dialoga con la obra y temas que han interesado el señor de la ciencia ficción a lo largo de los años.

Exploraciones

Excursión Capanna

Agencia Paco Urondo: ¿Qué rescatás de este evento en la Biblioteca Nacional y cómo llegaste a esa reflexión bíblica? El recuerdo del salmo, que fue muy emocionante.

Pablo Capanna: Bueno, muy buena pregunta. Es muy reciente todo eso y excede totalmente lo que yo me hubiera imaginado. Fue, como dicen en las novelas, que uno al morirse revive toda su vida en un instante: apareció gente insospechada. Apareció un alumno de hace 50 y tantos años, apareció una correctora de la editorial De la Flor, que hace 20 años revisó un libro mío; vino gente de la Universidad de Quilmes. Realmente salió una mezcla de cumpleaños con acto académico.

APU: Entre quienes colaboraron, hay amigos tuyos como Marcelo Burello o Pablo de Santis…

P.C.: Sí, el libro lo armó Matías Carnevale que era un lector que yo tenía en Tandil. Un gran organizador. Uno, especializado en cine, abordó Tarkovsky; otro abordó Philip Dick, otro a Cordwainer Smith…Ahí está Damonte que va a hacer su tesis doctoral sobre Cordwainer Smith y me pidió apoyo. Imaginate, somos tan pocos los lectores de Cordwainer Smith…Esa variedad de temas que vos decís, un poco se explica porque yo no tuve una carrera organizada de investigador como se hace ahora. Yo tuve que aprovechar las oportunidades que se me dieron.

APU: Creer en la ciencia

P.C.: Yo no sabía nada de epistemología ni de historia de la ciencia, pero vinieron los militares y dijeron “Lo único que se puede dar en la universidad, es historia de la ciencia”. Porque según ellos era neutral, no tiene que ver con la política; entonces, me tuve que poner a estudiar. Lo hice con la ayuda de Marcelo Monserrat, que era académico de la historia, gran amigo mío, que me prestó bibliografía y así estudié. Después apareció El Péndulo, que en realidad es obra de Souto; hay un estudio en el libro que me hace los honores a mí, pero el que hacía todo era Souto. Y ahí tuve la oportunidad de escribir algo de divulgación científica, porque es lo que se estila en las revistas de ciencia-ficción. Seguí estudiando; y un día vino Moledo, de Página/12 y me dijo “mirá, escribí algo para el verano, que la gente no se quiere complicar mucho” y me pidió una cosa sobre ciencia-ficción. Le gustó, me pidió otra y a la tercera me dijo “bueno, ya está, escribí todos los meses”. Y ahí me encontré con un público totalmente distinto. Algunos leían y conocía de ciencia-ficción, porque entre los científicos es muy común. En realidad, eran investigadores, de un mundo que yo ignoraba.

APU: En relación al cruce que solés hacer entre literatura e historia de la ciencia, para los libros de ciencia-ficción uno cuenta con la noción de lo verosímil: ahora, para la pseudociencia, ¿con qué debería contar el lector común? ¿Lógica, evidencias?

P.C.: La pseudociencia toma mucho de las religiones. Es una cuestión de fe: si yo creo que la meditación, el sahumerio o el mantra me va a prevenir de las enfermedades, no hay quien me convenza de lo contrario. Además, muchas pseudociencias son subproductos de la ciencia-ficción: ideas literarias, fantasías que alguien se las tomó en serio.

APU: ¿Por ejemplo?

P.C.: Todo el mito de los ovnis está demostrado que nació de la ciencia-ficción. Se desarrolló una especie de recreo donde los científicos pudieran colocar sus delirios, en lugar de escribir seriamente, de presentar pruebas; y entonces piensan “bueno, voy a usar esta idea para escribir un cuento”. Y como tienen prestigio de científicos, la gente tiende a creer que todo lo que dicen es ciencia.

APU: Me estaba acordando justamente del affaire Sokal: ¿cómo lo viste?

P.C.: Ese debate lo promovió Moledo, acá. Obviamente, los odió todo el mundo, porque descubrieron que el emperador estaba desnudo. Postularon que lo que se presentaba como teoría científica, era más bien sanata.

Todo el mito de los ovnis está demostrado que nació de la ciencia-ficción. Se desarrolló una especie de recreo donde los científicos pudieran colocar sus delirios, en lugar de escribir seriamente, de presentar pruebas.

Demostrar la ficción

APU: Para el lector que había de ciencia-ficción en la década del ’50 en Argentina: ¿favorecía el contexto del país, digamos, con una industrialización incipiente? ¿O pensás que no tiene nada que ver?

P.C.: Quizás tuviera que ver, porque había un optimismo con respecto al progreso. Una vez, alguien hizo una tesis sobre Más allá y me preguntó y en un momento me preguntó “¿Pero ustedes realmente creían eso”? Yo le dije, así al azar, que nosotros estábamos convencidos que la Argentina se estaba desarrollando. Era el leitmotiv de Frondizi. Todos los países debían llegar al nivel de las sociedades industriales. Lo que se decía habitualmente era que para el año 2000 Argentina iba a tener el nivel de Estados Unidos, y que incluso, íbamos a empezar a superarlo. Y esto tenía apoyatura científica: estaban las famosas predicciones de Colin Clark, que decía que había cuatro países agrícolas que iban a sobresalir, entre ellos Canadá, Australia, Nueva Zelandia y Argentina. Pero el que iba a ganarles a todos era la Argentina.

APU: ¡El compañero Colin Clark!

P.C.: Es lo que veían ellos. Si Canadá y Australia se desligaban de Inglaterra, Argentina, forzosamente, debía hacer lo mismo. Lamentablemente, la realidad fue otra.

Madadayo (todavía no)

APU: En el encuentro recordabas un salmo de la Biblia que refleja tu situación actual…

P.C.: Sí, el salmo dice “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán cantando”. Me tocó escribir en épocas de penurias; ahora, con este homenaje inesperado, siento que llegó el tiempo de cantar