Razones para amar a Kurt Vonnegut: reseña de "Un hombre sin patria"
Por Dani Mundo
Hemos venido al mundo para estar al pedo.
No dejen que nadie les diga lo contrario
K.V.
No sé si hay una mejor manera de sobrellevar este verano pandémico que convertirlo en una fiesta con un libro inédito en español del inigualable, del único, del mejor Kurt Vonnegut. Podría escribir renglones y renglones de adjetivos elogiosos para caracterizarlo. Mi felicidad no entraba en mi cuerpo cuando me enteré que habían traducido Un hombre sin patria, el último libro de Vonnegut, el cual reúne relatos breves que nuestro genio publicó en la revista En estos tiempos (de la que era editor). El libro salió en el 2005, cuando hacía ya 8 años que Kurt había anunciado su abandono de la ficción. Se había autojubilado. En este libro Vonnegut no solo vuelve sobre sus tópicos preferidos: defenestrar la cultura estadounidense y hacerles tomar consciencia a sus contemporáneos y a la humanidad en general que las decisiones que estamos tomando obligaron a la tierra a aniquilarnos; también encontramos secretos de su estilo y su arte poética. Una gran apuesta de la editorial Compañía Naviera Ilimitada, que no puedo dejar de festejar.
Leí varias veces toda su obra, algunas de sus novelas las leo una vez por año. Es uno de esos pocos autores que me hizo y me sigue haciendo reír hasta las lágrimas. Cuando veo que viene el bajón, que la depre por esto o por aquello está por invadirme, agarro Las sirenas de Titán o Barbazul o Desayuno de campeones o Matadero 5 o Cuna de gato o Dios le bendiga, Mr Rosewater o Galápagos, y ¡PUM!, el sol vuelve a asomar entre las nubes psíquicas. Es como una droga de rápida acción (cada vez me gusta más leerlo drogado, todo hay que decirlo. En este punto es donde el genio y yo tomamos senderos diferentes: en uno de los relatos cuenta que nunca probó ninguna droga, y que una sola vez fumó marihuana, y que no sabe si le hizo efecto. Confiesa que la única droga a la que es adicto es el cigarrillo, además de los combustibles fósiles): te cambia el ánimo. Su estilo espiralado y reiterativo hace que sus ideas den vueltas en tu cerebro, y que se vayan golpeando entre sí. Una idea golpea a otra, sentís que algunas de tus neuronas moribundas se ponen en movimiento, y que chocan con otras, y así hasta que te encontrás muriéndote literalmente de risa. Al rato ya te olvidaste de vos mismo y estás en otro lugar, un lugar donde pasan cosas tan horribles como las que pasan en la realidad, pero que son divertidas y burlonas. Amo a Vonnegut.
Con él me pasa algo distinto de lo que me pasa con otros escritores a los que admiro y también amo, y que odio al mismo tiempo porque lograron ese tono justo que yo no logro ni ahí, o hacen una novela genial con un concepto teórico como me hubiera gustado hacerlo a mí. Los odio porque quiero ser ellos (quiero ser su vida cotidiana, sus personajes, sus fantasías, sus pesadillas). Con Kurt no me pasa esto. Con Kurt lo que me pasa es que simplemente me sale agradecerles a todos los dioses que existieron alguna vez que hayan creado algo tan genial como él. No quiero ser Vonnegut ni tampoco quiero ser el frustrado escritor de ciencia ficción Kilgore Trout, simplemente agradezco que a Vonnegut se le haya ocurrido un ser tan entrañable como Trout, y tanto otros como él. Así soy feliz.
Los relatos reunidos en Un hombre sin patria son como presentaciones en sociedad de Kurt. De algún modo va revelando su método. Por ejemplo, el rechazo radical del punto y coma (;). A mí me encanta el punto y coma, pero esto sucede porque soy un universitario típico. Kurt, de hecho, dice que es un signo de puntuación que solo usan los universitarios, es decir, es un signo descartable. Puede ser. El otro día mi hija menor me pidió ejemplos, y yo, que lo uso mucho, no encontré ninguno. En fin.
Bueno, ahora llegó la hora decir una verdad. No me gusta reseñar libros que me regalan por prensa. Todo regalo es un compromiso: si te dan gratis un libro es para que lo publicites, no para que lo leas. Así está la crítica de libros en la Argentina: los suplementos culturales de los grandes diarios son como exhibidores de supermercado, como pantallas en las que solo se distinguen egos. El que no leyó nada de Vonnegut, no le recomiendo que empiece por este libro. Esto no significa que no deba comprarlo, ojo. Lo debe comprar y después leerse un par de sus grandes novelas, y recién una vez hecho esto arribar a este librito de ensayos que quieren ser graciosos (lo son), pero en los que explica precisamente cómo ser gracioso, lo que a veces hace difícil que el efecto de la ironía y del chiste se logre.
Seguramente les pasó que a veces en una conversación con un hombre mayor, el hombre mayor hace una broma medio xenófoba o machista, que era graciosa tal vez hasta hace poco tiempo, pero ya no lo es. Bueno, puede ser que acá nos encontremos con un par de estas bromas (por ejemplo, cuando se refiere a lo que él considera un opa, alguien que no leyó “el mejor relato breve estadounidense, que es ‘El puente sobre el río del búho’”; o cuando dice que Freud no sabía lo que querían las mujeres, pero que él sí lo sabe: “tener mucha gente con la que hablar”. Qsy). Pero como es Kurt, el último humanista en serio, nunca llega al ridículo y uno advierte que habla en un lenguaje figurado. Además, si bien Vonnegut odia el mundo tal cual es (y es el único mundo que existe), siempre escribe desde el amor: ama la realidad. Si bien hay un único mundo, hay un montón de realidades. Los ensayos recopilados en Un hombre sin patria nos recuerdan estas posibilidades de huida, evasión, alienación y divertimento. Hay que poner a funcionar un poquito la imaginación, nada más.
Como ya adivina el lector, no es un libro para leer en una pantalla. ¡Ojalá haya más fragmentos inéditos de este genio! Y ojalá haya editores valientes que en plena cuarentena publican una joya como esta.