Sonia Scarabelli y el arte de escribir celebrando lo invisible

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Sonia Scarabelli y el arte de escribir celebrando lo invisible

27 Febrero 2022

Por Alejandra Méndez Bujonok

                                                                  “No vemos las cosas como son,

                                                                     las vemos como somos”

                                                                                       Anais Nin.

Cuando leo a Sonia y pienso en su obra, pienso en el cultivo de la virtud en el sentido del Tao.

La dedicada paciencia en estado de contemplación constante, donde la materia hace lo suyo, y se revela a todo lo que da vida y nutre a la palabra.

Desde pequeños aprendemos a caminar, a comer, a dibujar y a cantar, pero sólo aquellas personas que siguen conectadas al alma de lo eterno logran manifestarlo exteriormente sin intensiones, sin forzamientos, lo hacen así, como cuando niños, jugando y disfrutando el presente. Así se percibe la poética de Sonia, una coherencia temprana, una búsqueda permanente.

Las personas que tenemos la dicha de compartir momentos con ella, notamos en su ser, ese vivir en estado poético. La conexión que implica lo que se es y lo que se escribe.

Se aleja de todo lo ruidoso para crear, no le importan las redes sociales ni tiene idea de quienes son los instagramers famosos. La escritura requiere tiempo para meditar.

Sonia vive, canta, dibuja, pinta en los poemas. Los espera con tranquilidad. El gesto de retirarse, de restarse del mundo, es necesario para escribir, por eso parafraseando al nombre de uno de sus libros “El arte de silbar” me tomo la licencia de titular “El arte de escribir”, de escribir poesía, además: ese movimiento, ese desplazamiento de los vientos donde aparecen la música y el grafo, las primeras líneas que se siguen.

La poética de Scarabelli es un paisaje de la voz y, agregaría, del pensamiento de la voz. Un pensamiento anterior. La poesía es aquello que se manifiesta antes que la razón. El trabajo con el lenguaje no es solo una reflexión, sino una especie de trasvasado donde la resignificación de la experiencia es, al mismo tiempo, una mediación para que el lector llegue a la suya propia. Ese instante en que se termina de leer un poema y nos quedamos mirando al cielo, como en la orilla más lejana.

“Entonces pasa,

justo ahí

se suelta el alma

como un barquito”                        

 

Haciendo referencia al I Ching, vamos encontrando las claves de lo noble, lo que se esconde en lo suave penetrante, en lo pequeño. Por eso podemos encontrar poemas en diálogos con sus gatas, con las plantas, con seres amados, con el universo mínimo que sin embargo es máximo, aquello que nos hace sentir como ese horizonte interminable se hace visible en nosotros, algo del movimiento natural de las cosas se vuelven sustancia, aguas preciosas que circulan por el espíritu y nos exalta de embriaguez en la celebración de lo invisible, suspiros que nacen del silencio.

Desde lo más profundo del yo lírico aparece una potencia de lo leve, una simpleza que es difícil de alcanzar:

“Son tan poquitas al final las cosas

de las que me gusta escribir,

el número no cierra ni para contar cinco:

la familia, los pájaros, las plantas,

algunos bichos más, y casi que ahí se queda

la preferencia en una lista corta

—como la vida, dirán los que más saben—.”

Una poesía portadora de misterio que demanda una lectura pausada, o como diría Murena, una lectura lenta que se interrumpe para meditar, tratar de absorber lo inconmensurable, donde todos los animales del mundo y de su mundo, se van inscribiendo en la felicidad que junto a las enseñanzas de Lao Tse, se concibe como la del no hacer, no obrar, porque una verdadera voz poética, como la de Sonia Scarabelli va creciendo virtuosa, amorosa y silenciosamente.