“Todo eso”: una novela que resignifica la memoria infantil como método reparador
Por Norman Petrich | Foto: Cámara de Diputados y Diputadas de Santa Fe
“Todavía tengo la impresión del momento en que agarró mi mano y me obligó a tocar su pene. Erecto, grueso y duro. Me acuerdo con asco.
Sus acechos eran rápidos, lo recuerdo de pie, aunque no estoy segura si solo fueron así, rápidos y ‘de parado’. Luego corría bajo la canilla de la ducha a lavarse como un gesto de rechazo hacía mí. Por alguna razón lo tomaba así. (…) Yo a lo sumo tenía 8 años y no podía entender de aberraciones porque no tenía las palabras”.
Así “comienza” Todo eso, libro de relatos editado por Gato Grillé, recientemente. Y digo que así inicia porque es allí donde se abre la primera, dolorosa puerta. Que parece estrellarse contra el rostro. Lo que sucede con anterioridad, lo que vamos a descubrir como el único momento feliz con la figura paterna (o más bien con las figuras masculinas cercanas) no precede el abrir esa puerta ni es algo que la acompañará a atravesarla: se queda en el umbral.
Es que Beatriz Fiotto enlaza recuerdos, arma a través de fotogramas una historia tan cruda como reparadora. Como si su experiencia en ese campo (es reconocida fotógrafa) le permitiera juntar un montón de piezas que encajan, que separadas nos parecen terribles, pero encastradas encuentran una forma de narrar (no pocas veces poética) que instala belleza en el centro mismo del dolor.
Todo eso es una novela de reconstrucción. Una reconstrucción tan obsesiva que los nombres de los tres capítulos son determinantes y aglutinantes. Cuerpo, Casa y Calle.
Cuerpo como terreno disputado, “terreno a recuperar” de “la única manera que sabía hacerlo” que era “escondiéndolo”. Después de todo, había aprendido de la maestra de los últimos años de la primaria que “el mejor vestido era la piel”.
Casa como lugar donde no estaba el abrazo que buscaba, donde si se pudo abrazar y sentir afecto fue con los animales, donde el animal del perdón “funcionaba como evasión, como forma de dejar atrás, limpiar culpas”. Y si no hay cambios “sólo sobreviene el silencio”. Si no hay ternura entran las formas de la crueldad. Si se accede al deseo es a través de la humillación.
“No sé cuándo aprendí a abrir la puerta, pero desde entonces hice mi camino”, asegura la protagonista en una frase que parece ser un puente hacia Calle, el último apartado, que podría resumirse en estas líneas liberadoras: “Me habían enseñado a temer a la calle que, sin embargo, era el único lugar donde podía ser yo misma”.
Beatriz, el personaje al que le cuesta reconocerse en esas letras, toma “las palabras que nombran” desparramadas sobre la mesa de la memoria donde no pudo hacerlo y las va colocando una sobre otra hasta conseguir formar no un castillo de naipes sino el lugar exacto donde comprender que lo extraño y perturbador no era lo diferente visto afuera, sino lo que habitaba su propia casa: “H. se sentó con una pila de fotos que separó de la caja, en todas ellas, siendo una criatura de no más de 5 años posaba sonriente y mostraba sus genitales o hacia pis frente a un padre que insistía con esas imágenes. Eran muchas. Todos las habíamos visto infinidad de veces y eran tan parte de los recuerdos que no se nos ocurría desnaturalizar ese gesto. Hasta que vi la determinación de H. rompiendo cada una de esas fotos para eliminarlas por completo. No dejar rastros, ni rostros”.
Las historias de Todo eso son recuerdos tatuados en la piel que, como en El hombre ilustrado, comienzan a moverse hacia un único relato, a regenerarse para recordar por qué nuestra dermis es “el mejor vestido”. Resignificar la memoria de la infancia como método reparador. Y, a través de ese armado, plantear cuestionamientos y singularidades que no escapan ni al género ni a las clases sociales.
“Todo eso supone un intenso viaje existencial a lo largo de por lo menos cincuenta años, que se extiende incluso hacia atrás si se consideran las marcas que sufrieron o dejaron los ancestros. A pesar de lo extenso de la travesía, se registra un elemento constante en el paisaje: la violencia del patriarcado. Ésta se repetirá no solo en sus aspectos más obvios ―aunque invisibles por tapados― y socialmente condenables, como el maltrato o el abuso sexual infantil, sino en los detalles más sutiles, en apariencia, menores. Aquellos gestos sostenidos todos los días por discursos, hechos, mandatos, desatenciones y silencios cómplices, tanto de varones como de mujeres, lo que da cuenta del carácter sistémico de esa violencia y de su capacidad de producir daño. Afortunadamente también hay rayitos de luz que se esfuerzan por perforar la oscuridad, abriendo pequeñas grietas”, afirma Alicia Salinas en el prólogo del libro y despierta relecturas de la propia memoria infantil, las llevan a un lugar lejano a la apacibilidad cuando encuentran la incomodidad de reconocerse en lugares en que no quisieran.
“El Carnaval era un estado mental. Un período de la infancia donde la calle se volvía un campo de batalla. Salir obligada a hacer mandados por el barrio y atravesar corriendo las calles, sabiendo que grupos de chicos esperaban al acecho con sus granadas de agua y baldes. Volver mojada contra mi voluntad. Recibir bombazos desde los escondites. El sufrimiento comenzaba desde el momento de la orden. ‘Anda a la panadería’. Las calles eran campos minados. Estar a merced de esa diversión ajena por el solo hecho de ser una nena. Una vez, Daniel, el vecino apenas más grande que yo, me acompañó para que nadie me atacara. Amé ese gesto”.
Fiotto, Balagué y Alzugaray | Créditos: Cámara de Diputados y Diputadas de Santa Fe
Beatriz Fiotto nació en 1972 en Galicia, España. Creció en el conurbano bonaerense y reside en Rosario. Es fotógrafa. Pasó por la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Rosario y asistió a talleres literarios de la ciudad, actualmente concurre al de la escritora Rocío Muñoz Vergara. Publicó cuentos en el sitio periódico Irreverentes.org, artículos en la revista digital Las nueve musas y en el blog El espejo de Atenea. Todo eso recibió la mención por la Cámara de Diputados y Diputadas de Santa Fe para ser presentado en el recinto el 8 de marzo.
Aprendió junto a las poetas Claudia Masin y María Paula Alzugaray. En 2016 publicó junto a la poeta Victoria Fabre y la fotógrafa Laura Rivera, Diálogos poéticos, libro que reúne poesía y fotografía, editado por la Editorial Elipsis de Rosario.
“En una entrevista, ante la pregunta de por qué escribió sus memorias en su primer libro de narrativa; Ocean Vuong respondió que lo hizo para poder empezar a escribir, como un allanar el camino para luego ponerse en marcha”, comenta la autora de Todo eso. Vaya manera encontró Fiotto para hacerlo. Leer esas huellas primarias de su comenzar a andar no tiene desperdicio.